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Seguidamente, miró a Zélie.

—No siempre usaba peluca —explicó aquélla—. Recurría a ellas ocasionalmente: cuando viajaba, cuando deseaba arreglarse rápidamente… Con los vestidos de noche solía recurrir siempre a la misma.

—Pues sí —dijo Poirot—. Era la moda de la época. Desde luego, en sus viajes al extranjero llevaba consigo una o dos pelucas. Ahora bien, estamos hablando de que se descubrió que tenía cuatro. Cuatro pelucas para una sola mujer son demasiadas pelucas. Habiéndome extrañado esto, me pregunté por qué necesitaría tantas.

»De acuerdo con las manifestaciones de la policía, con la que consulté diversos extremos, aquella mujer no tenía ninguna enfermedad que le hiciera presagiar una calvicie inminente. Sus cabellos eran normales, los normales en una señora de su edad. Pero el detalle continuó preocupándome. Una de las pelucas tenía unos mechones grisáceos, supe luego. Fue su peluquero quien me lo dijo. Otra peluca presentaba unos menudos rizos… Era la que llevaba puesta el día de su muerte.

—¿Quería decir eso algo especial? —preguntó Celia—. Alguna de sus pelucas tenía que llevar, ¿no?

—Claro. El guardián de la casa había dicho a la policía que su señora había utilizado a diario aquella a que acabo de referirme, durante las semanas anteriores al drama. Al parecer, la prefería a las restantes.

—No acierto a ver…

—Al superintendente Garroway le oí citar un dicho conocido: «Son los mismos perros con diferentes collares». Esto me dio mucho que pensar.

Celia insistió:

—No comprendo…

Poirot manifestó ahora:

—Teníamos también la prueba del perro…

—¿El perro? ¿Qué es lo que hizo el perro?

—El perro la mordió. Se decía que el animal quería mucho a su ama… Pero la verdad es que en las últimas semanas de su vida, el perro se volvió contra ella más de una vez, causándole un par de serias mordeduras.

—¿Quiere usted decir que el animal sabía que su dueña pensaba suicidarse? —inquirió Desmond.

—No. Se trataba de algo más sencillo…

—Pues no comprendo…

Poirot continuó diciendo:

—El animal sabía algo que los demás parecían ignorar. Sabía que no era su ama. Aquella mujer tenía el mismo aspecto que ésta… El guardián, un hombre que no veía muy bien, que era también un tanto sordo, se enfrentó con una mujer que vestía las ropas de Molly Ravenscroft, así como utilizaba la más identificable de las pelucas de Molly Ravenscroft, la de los pequeños rizos sobre la cabeza. El guardián había declarado que la dueña de la casa se había portado de otra manera en el curso de las últimas semanas de su vida… «Los mismos perros con diferentes collares», había sido la frase de Garroway. Y entonces se me ocurrió la idea. Me quedé convencido. La misma peluca… Diferente mujer. El perro lo sabía… Lo sabía gracias a su olfato. Aquélla era otra mujer, no la amaba… Era una mujer que le desagradaba, a la que temía. Y yo pensé: «Supongamos que esa mujer no era Molly Ravenscroft… ¿Quién podía ser? ¿Podía ser Dolly, la hermana gemela?»

—Pero…, ¡eso es imposible! —exclamó Celia.

—No, no era imposible. Recuerde que en fin de cuentas eran gemelas.

»Tengo que referirme a las cosas que me fueron notificadas por la señora Oliver. Fueron aquellas que unas cuantas personas le contaron o le sugirieron. A ella le dijeron que Lady Ravenscroft había estado en un hospital o clínica, admitiendo la posibilidad de que le hubiesen hecho saber que padecía un cáncer. Los informes médicos contradecían esto, sin embargo. Podía habérselo figurado, no obstante, pero no era ése el caso.

»Luego, poco a poco fui conociendo la historia de ella y su hermana. Me enteré de que se querían mucho, lo cual es corriente entre los hermanos gemelos. Supe que se comportaban de una manera muy similar, que llevaban los mismos vestidos, que venía a ocurrirles las mismas cosas, que caían enfermas por las mismas fechas, que se casaron alrededor de la misma fecha…

»A continuación, como también suele pasar entre los hermanos gemelos, en vez de conducirse de idéntico modo, de deslizarse por el mismo camino, se empeñaron en hacer todo lo contrarío. Pretendían ahora diferenciarse. Incluso se separaron, nació entre ellas un evidente desamor. Hubo más, incluso. Anclada en el pasado, existía una razón que justificaba tal conducta.

»Un joven, Alistair Ravenscroft, se enamoró de Dorothea Preston-Grey. Pero más tarde, su amor se centró en Margaret, con quien contrajo matrimonio. Nacieron los celos. Las hermanas se separaron más. Margaret continuaba queriendo a su hermana, pero Dorothea no correspondía ya a su cariño.

»Aquí me pareció que estaba la explicación de muchas y trascendentales cosas. Dorothea era una figura trágica. Por causas accidentales de nacimiento, por determinadas características pertenecientes al misterio de la herencia, fue siempre mentalmente una persona inestable. Desde joven, por razones que no han sido nunca conocidas, sentía una profunda aversión por los niños. Hay muchos motivos para creer que por su intervención se produjo el fallecimiento de una criatura. Las pruebas aducidas no resultaron concluyentes. Pero hubo un doctor que aconsejó que fuese sometida a tratamiento médico. Y permaneció varios años en una casa de salud para enfermos mentales.

»Una vez curada, según el dictamen de los doctores que la atendieron, reanudó su vida normal. Pasaba temporadas en casa de su hermana y estuvo en Malaya cuando el matrimonio Ravenscroft se encontraba allí. Allí también hubo un accidente… Fue protagonista del mismo un chiquillo de la vecindad.

»Tampoco hubo pruebas concluyentes en esta ocasión. Pero, al parecer, Dorothea era la responsable del hecho. El coronel o general Ravenscroft (no sé cuál era su graduación entonces) la trajo a este país, poniéndola en manos de los médicos. También dio la impresión de recuperarse de nuevo transcurrido cierto tiempo. Incorporada a la vida de siempre, Margaret creyó que todo iría bien ya en lo sucesivo, pensando en la conveniencia de tenerla cerca. De esta manera, si su salud se quebrantaba lo descubriría inmediatamente. No creo que el general Ravenscroft aprobara la decisión de su esposa. Yo creo, en cambio, que juzgaba a su cuñada víctima de una deformación mental congénita, incurable, que tendría manifestaciones periódicas pese a todas las precauciones.

—¿Está usted sugiriendo que fue ella quien mató a los Ravenscroft? —preguntó Desmond.

—No —contestó Poirot—. Mi solución no es ésa. Yo lo que pienso es que Dorothea mató a su hermana Margaret. Paseando las dos por las inmediaciones de un acantilado de los alrededores, aquélla la empujó. Estaba resentida. Odiaba a Margaret, sana, llena de salud. Estaba celosa. El deseo de matar la dominó. Creo que había una persona ajena a la familia, que se encontraba aquí en aquella época y se hallaba al tanto de lo sucedido… Yo me figuro que usted estaba informada, mademoiselle Zélie.

—Sí —repuso Zélie Meauhourat—. Es verdad. Yo estaba aquí por aquellas fechas. Los Ravenscroft andaban preocupados con ella. Habíanla visto intentar agredir al pequeño Edward. Éste fue enviado al colegio. Celia y yo nos fuimos a mi pensionnat. Volví aquí después de haber dejado a Celia debidamente instalada.

»Desaparecieron los motivos de preocupación anteriores. En la casa sólo quedaron las dos hermanas, el general Ravenscroft y yo. Y un día pasó aquello… Margaret y Dorothea salieron juntas. Dolly regresó sola. Parecía estar muy nerviosa. Entró en la casa y se dejó caer en un sillón. Fue entonces cuando el general Ravenscroft se dio cuenta de que tenía la mano derecha manchada de sangre. Le preguntó si se había caído. Dolly le contestó que no era nada, nada en absoluto, que, simplemente, se había hecho un arañazo en un rosal. Pero en el sitio en que había estado no había ningún rosal. La respuesta nos dejó preocupados.