»El general Ravenscroft decidió emprender una pequeña exploración y yo le seguí. Mientras caminábamos no cesaba de repetir: “Algo le ha pasado a Margaret. Estoy seguro de que algo malo le ha ocurrido a Molly”.
»La encontramos en una repisa rocosa, acantilado abajo. Se había causado una infinidad de heridas al despeñarse. Se había desangrado, casi. De momento, no supimos qué hacer. No nos atrevíamos a moverla. Pensamos que debíamos ir en busca de un médico inmediatamente. Pero de pronto, Margaret se aferró al brazo de su marido.
»—Sí —dijo, haciendo un gran esfuerzo—. Fue Dolly… No se daba cuenta… Obraba inconscientemente, Alistair. No se le puede castigar. Dolly no fue jamás consciente de sus actos; no ha sabido nunca el porqué de ellos. No puede evitarlos. No ha podido evitarlos nunca. Tienes que hacerme una promesa, Alistair… Creo que voy a morir. No… No disponéis de tiempo para llamar a un médico. Moriré antes. He estado desangrándome. No puedo más… Prométemelo, Alistair. Prométeme que la salvarás. Prométeme que no será juzgada como un criminal, que no se verá en una prisión hasta el fin de sus días. Escóndeme donde sea, donde mi cuerpo no pueda ser encontrado. Por favor, por favor… Es lo último que te pido. Recuerda que eres la persona que más he querido en este mundo. Siento que voy a morir… Pude arrastrarme un poco, pero no fue posible hacer más. Promételo… Y tú, Zélie, tú también me quieres. Lo sé. Me has querido siempre, has sido muy buena conmigo, has cuidado de mí. Amas a mis hijos… Tú también debes contribuir a salvar a Dolly. Tenéis que salvar a la pobre Dolly. Por favor, por favor. Por todo el amor que nos profesamos, Dolly debe ser salvada.
—¿Y qué hicieron ustedes luego? —inquirió Poirot—. Seguramente, entre los dos…
—Sí. Molly murió a los diez minutos de haber pronunciado aquellas palabras. Y yo le ayudé… Ayudé al general Ravenscroft. Le ayudé en la tarea de ocultar su cuerpo. Fue en la misma escarpadura, en una hondonada. Cubrimos el cadáver de Molly lo mejor que pudimos, con tierra, piedras… No había ningún sendero que condujera hasta aquel lugar. Había que arrastrarse…
»Alistair murmuraba: “Se lo prometí… Le di mi palabra. No sé cómo voy a conseguirlo, no sé qué puedo hacer para salvarla. No lo sé, pero…”
»Lo conseguimos, con todo. Dolly se encontraba en la casa. Estaba asustada, desesperada, llena de mil temores… Pero al mismo tiempo se mostraba horriblemente satisfecha. Y dijo: “Siempre comprendí que Molly había sido la encarnación del espíritu del mal. Ella te apartó de mí, Alistair. Tú eras mío… Pero Molly te apartó de mí y logró que te casaras con ella. Yo sabía que alguna vez haríamos las paces, que quedaríamos en paz. Lo supe siempre, sí. Pero ahora tengo miedo. ¿Qué van a hacerme? ¿Qué dirán todos? Me encerrarán de nuevo. No podré soportarlo. Me volveré loca. No puedes consentir que me encierren. Me sacarán de aquí y dirán que he cometido un crimen. No fue un crimen. Tenía que hacerlo. Algunas veces me siento impulsada a hacer ciertas cosas. Quería ver la sangre, ¿sabes? Pero no pude esperar a verla morir. Huí. Yo sabía, sin embargo, que moriría. Abrigaba la esperanza de que no la encontrases. Se cayó por el acantilado. La gente dirá que fue un accidente”.
—Es una historia horrible —murmuró Desmond.
—Sí —dijo Celia—. Es una historia horrible, pero es mejor conocerla. Es mejor así, ¿no? Ahora sé con toda certeza que mi madre fue siempre una mujer dulce, buena. Jamás anidó la maldad en ella… Y ya sé por qué mi padre no quiso casarse con Dolly. Quiso casarse con mi madre porque la amaba en primer lugar y porque había descubierto, seguramente, los desequilibrios de su hermana gemela. Pero, ¿cómo se desenvolvieron los dos? —preguntó, dirigiéndose a Zélie.
—Dijimos muchas mentiras —repuso aquélla—. Esperábamos que el cadáver no fuese encontrado, de momento. Más tarde, pensamos, al amparo de la noche, lo dispondríamos todo para que se pensase que Molly había caído al mar. Se nos ocurrió la idea del sonambulismo. Lo que teníamos que hacer era muy simple.
»Alistair me dijo: “Todo esto es terrible. Pero prometí a Molly, se lo juré en el momento de morir, que haría lo que me pidió… Hay una manera de salvar a Dolly. Basta con que ésta haga las veces de Molly. No sé si será capaz de eso”.
»—¿Qué es lo que tiene que hacer? —le pregunté.
»—Fingirá ser Molly. Hará ver que fue Dorothea quien se despeñó hallándose sonámbula, hallando la muerte.
»Antes de nada, nos llevamos a Dolly a una casa deshabitada, donde permanecí con ella varios días. Alistair dijo que Molly había sido llevada a una clínica, para justificar la ausencia. Señaló que la desgracia de la hermana habíala afectado tanto que necesitaba atención médica. Luego, volvimos con Dolly… que regresaba como Molly, que llevaba encima las ropas de Molly, la peluca de Molly, que hice de otras pelucas, como la de los rizos, que la disfrazaba muy bien. El guardián de la casa andaba bastante mal de la vista. Molly y Dolly habían sido unas hermanas gemelas casi idénticas; sus voces también se asemejaban. Todo el mundo aceptó a Dolly como si fuera Molly. Admitieron, sí, que se comportaba de una manera un tanto extraña, pero esto era atribuido al golpe que había sufrido. Todo parecía completamente natural. Era lo más terrible de aquello…
—Pero, ¿cómo pudo mantenerse la cosa así? —preguntó Celia—. Debió de resultar muy difícil.
—Pues no. A ella no le fue difícil… Fíjense en que ahora tenía lo que había deseado siempre. Tenía a su lado a Alistair…
—Sin embargo, Alistair…, ¿cómo podía soportarla?
—Alistair me habló… Fue el día en que lo dispuso todo para que yo regresara a Suiza. Me indicó lo que tenía que hacer yo y lo que él pensaba llevar a cabo.
»He aquí sus palabras de entonces, aproximadamente: “Sólo me queda una salida… Prometí a Margaret que Dolly nunca caería en manos de la policía. Le prometí que nunca se sabría que había cometido un crimen, que los chicos no sabrían nunca que su tía era reo de un asesinato. Nadie tiene por qué saber lo que hizo Dolly. Ella, dormida, se despeñó por un acantilado, un triste accidente. Será enterrada en el cementerio, con su nombre”.
»—¿Cómo va usted a conseguir eso? —inquirí.
»No acertaba a comprenderlo.
»Él me respondió: “Voy a hacer una cosa de la que usted debe estar informada”.
»Añadió: “Dolly no puede continuar viviendo como si no hubiese pasado nada. Cuando se halle cerca de los chicos, éstos se encontrarán en peligro, atentará contra ellos. Tiene usted que hacerse cargo, Zélie… Por lo que voy a hacer, tengo que pagar con mi propia vida… Seguiré viviendo aquí durante unas semanas más, junto a Dolly, representando el papel de esposa… Y luego, habrá otra tragedia…”
»No comprendí lo que quería decirme. “¿Otro accidente? —le pregunté—. ¿Un caso de sonambulismo de nuevo?” Y él repuso: “No. Lo que la gente sabrá es que yo y Molly nos hemos suicidado… Supongo que no se descubrirá nunca la razón. Todos se imaginarán que ella estaba convencida de padecer un cáncer… ¡Pueden ser sugeridas tantas cosas! Pero… Tiene usted que ayudarme, Zélie. Usted es la única persona que me quiere, que quería a Molly, qué ama a los niños. Si Dolly ha de morir, yo soy quien ha de intervenir en eso. No sufrirá, no la asustaré. Dispararé sobre ella y luego volveré el arma contra mí. Serán descubiertas sus huellas dactilares en el revólver porque lo tuvo en sus manos no hace mucho tiempo. También serán halladas las mías, naturalmente. Es preciso hacer justicia y yo debo ser el ejecutor de la misma. Lo que yo quiero que usted sepa es que amé a las dos hermanas. A Molly la quise más que a mi vida. Mi cariño por Dolly arranca de las tristes circunstancias en que se ha descubierto su existencia, por culpa de una deformidad mental congénita, de la que no es culpable. Recuerde usted siempre lo que acabo de decirle…”