Me dirigió una mirada de malhumor.
— No trates de predecir el futuro — añadió Barney -. Sólo habla del trabajo que vamos a hacer para el Proyecto. No dejes que los periodistas te coloquen en una posición en donde te veas obligado a hacer promesas…
Alzó las manos.
— Quizá debería ponerme una barba postiza, unas gafas oscuras y marcharme antes que empiece la conferencia de prensa. Escuchad, sabéis tan bien como yo que, tenemos resultados con THUNDER, o nos dan la patada. No tratemos de olvidarlo. No importa cuanto alardeemos, todos saben que si dejamos que un huracán pase a través de nuestros medios y cause daños, estaremos perdidos. Tenemos la obligación de echar el cerrojo.
Tuli asomó la cabeza desde el asiento de detrás de Ted.
— No podremos detener a cada huracán. No, a menos que las perturbaciones estén lo bastante espaciadas para que trabajemos en una o dos al mismo tiempo. A estas alturas de la temporada, cuando las perturbaciones vienen en grupos, algunas de ellas se nos escaparán.
— Eso es cierto — asintió Barney. Volviéndose a Ted, le apremió. Es preciso que seamos precavidos, especialmente delante de los periodistas.
Si fuésemos precavidos — gruñó Ted -, no estaríamos ahora en este avión.
Uno de los más elegantes hoteles de Miami Beach había sido elegido para la conferencia de prensa. El salón de baile principal estaba atestado y bajo los focos de la televisión todos sentimos calor y nerviosismo.
El jefe de la oficina en Miami del Departamento de Meteorología nos presentó con un inacabable discurso.
— Brillantes jóvenes científicos… con nuevas ideas desafiantes… atrevida juventud…
Ted permanecía arrellanado en su asiento, amenazador como una tronada: poderoso, peligroso, a punto de estallar.
Cuando, por último, terminó el jefe de Miami, el doctor Weis tomó la palabra De una manera cuidadosa recordó a todos el efecto de los huracanes que alcanzaron el continente de los Estados Unidos el año anterior, y los millares de millones en daños que originaron. (Mientras hablaba, la mayor parte del elemento turístico de Florida se amontonaba en los aeropuertos y terminales, marchándose a zonas más seguras hasta que hubiera terminado la época de los huracanes.)
— Si tenemos éxito en detener aunque sólo sea un huracán, impidiéndole que llegue a alcanzar la costa continuó el doctor Weis -, los ahorros en daños causados por la tempestad, por no mencionar las vidas humanas, pagarán con suficiencia el coste de todo el Proyecto.
Después de una revisión detallada de la organización THUNDER y de dar el crédito debido a ESSA, al Departamento de Defensa, al servicio de Guardacostas, al Congreso y toda otra organización gubernamental que tuviese algo que ver con la tierra, el mar o el aire (incluso mencionó Eolo), el doctor Weis indicó a los periodistas que podían hacer preguntas.
Las hubo en abundancia. Y al cabo de cinco minutos, se dieron cuenta que Ted era su clave para una buena historia; continuaron disparándole preguntas a él. Por último, uno de los periodistas dijo:
— Ha habido muchas pruebas de modificación del tiempo en el pasado, pero éste es el primer programa de control del tiempo en gran escala del Gobierno, ¿no?
El doctor Weis tomó el micrófono de la mesa y, teniéndolo entre las manos, respondió antes de que pudiese hacerlo Ted.
— El Proyecto THUNDER no es un programa de control del tiempo. Es, simplemente, un experimento limitado a los huracanes, a pesar de su tamaño. El Proyecto intentará modificar las perturbaciones tropicales que puedan crecer y convertirse en huracanes capaces de amenazar zonas pobladas. Eso es todo cuanto se hará. Ningún otro aspecto del tiempo será ni rozado, y no controlaremos el tiempo, por mucho que se esfuerza la imaginación popular.
Ted miró a lo largo de la mesa al Consejero Científico, luego se volvió a su micrófono.
— El Gobierno no está preparado para el control del tiempo. Por lo menos, todavía no. A la mayor parte del personal del THUNDER nos gustaría probar un programa a gran escala de control del tiempo. Derecho, el verdadero control del tiempo será mucho mejor que mantener a los huracanes fuera de nuestras puertas.
— Yo no lo hubiese dicho de esa manera — afirmó el doctor Weis, jugueteando con su pipa -. El Proyecto THUNDER es un emocionante primer paso hacia el eventual control del tiempo. Pero…
— Pero nos vemos constreñidos a traba lar con las perturbaciones mientras estén fuera, en el mar… No se nos ha confiado la misión de cambiar el tiempo por encima de los Estados Unidos.
El rostro del doctor Weis cambiaba de color.
— Es preciso aprender a caminar antes de echar a correr. Todavía no se ha demostrado que se pueden modificar las perturbaciones. Con buena suerte… y paciencia… se conseguirá el control del tiempo en su debido momento.
Ted se encogió de hombros.
— Creo que el debido momento podría ser este año. Ya hemos aprendido a caminar. Podríamos correr, si fuera preciso… siempre y cuando el Gobierno nos lo permitiera.
Uno de los periodistas dijo:
— Señor Marrett… después de que haya terminado la temporada de huracanes, digamos, en torno al día de elecciones, ¿cómo podremos juzgar el éxito del Proyecto THUNDER?
Ted cerró los ojos momentáneamente, como el hombre que está dispuesto a lanzarse desde gran altura.
— Si en alguna parte del continente americano, o las islas del Caribe, se sufren pérdidas de vidas o de propiedades por un huracán… THUNDER habrá fracasado.
Hubo un momento eterno de sorprendido silencio.
Noté que se me abría la boca. Nadie podría vivir si fallaba aquella garantía. Ted miró fulminante a la mesa y al resto de nosotros, esperando que alguien se atreviera a contradecirle. Los periodistas corrieron a los teléfonos.
Los titulares de los diarios de la tarde lo resumían con limpieza:
"NINGUN HURACAN AZOTARA A LOS E. U. A.", PROMETE EL JEFE DE CONTROL DE LAS TEMPESTADES.
El doctor Weis estalló. Mantuvo a Ted sobre brasas durante — tres horas antes de volver en avión a Washington. Amenazó con cancelar todo el Proyecto, o por lo menos despedir a Ted y sustituirle por otra persona. Pero el daño ya estaba hecho. Y Ted insistió, tozudo:
— Es la verdad. Estamos aquí para detener los huracanes. No importa cuántos detengamos, si uno logra pasar, todos creerán que hemos fracasado. Nadie estará satisfecho con un proyecto de acabar con los huracanes que no los elimine. Una tempestad que pase, y estaremos prácticamente muertos. ¿Por qué ocultarlo?
Así que nos pusimos a trabajar, instalando los cuarteles generales del Proyecto en un edificio prefabricado que nos prestó la Marina en el muelle de la ciudad de Miami. Pero la promesa de Ted pendía de nosotros como una espada de Damocles.
A finales de julio tomó forma el primer huracán.
A dos mil kilómetros al este de Florida y a ciento veinte metros por debajo del agua, un banco de bonitos tan numerosos como la población humana de Miami, se alejó de pronto de una forma amenazadora que caía sobre ellos. Más grande que una ballena cachalote o incluso que una de la raza gigante azul, el submarino se deslizó sombrío a través del poblado mar, tomando muestras de las temperaturas del agua e informando por radio, cada media hora, al cuartel general do THUNDER. Un avión patrulla Dromedario, no tripulado, voló automáticamente cruzando el cielo del Atlántico medio, midiendo sin parar las condiciones atmosféricas y retransmitiendo la información al Proyecto. El avión y el submarino se cruzaron. Un técnico de la sección de traducción de datos do THUNDER contempló curioso cómo uno de los grandes computadores adquiría vida. Echó una rápida mirada a las palabras enigmáticas y a los símbolos que salían impresos; luego tomó el teléfono más próximo. Una especie de agujero de baja presión con aire frío mezclándose, una cálida columna de aire en el centro levantándose recta hacia la tropopausa y alzando consigo agua por debajo de la perturbación; un huracán estaba naciendo.