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Tomó un precavido chorro de café caliente.

— Tuli, ya estamos moviendo al anticiclón hacia el sur con respecto a los Grandes Lagos. ¿Qué tal mover una mayor masa polar desde el Canadá para que empuje a la corriente en chorro lo bastante como para que nos ayude?

— No tenemos suficientes tiempo y equipo para operar en Canadá — dije -. Y necesitaríamos permiso de Ottawa.

— ¿Y por qué no invertir el procedimiento? — preguntó Tuli -. Podríamos encoger el Anticiclón del desierto sobre Arizona y Nuevo Méjico ligeramente y la corriente en chorro se moverla hacia el sur.

Ted frunció las cejas.

— ¿Te parece que puedes lograrlo?

Necesitaré unos cuantos cálculos.

— Está biena la tarea.

A la mañana siguiente, en Boston, la gente que se habla ido a la cama con una predicción meteorológica de "calor, pocas nubes", despertó en medio de una lluvia del noreste muy fría. La baja que se intensificó durante la noche sorprendió a los encargados de las predicciones locales. La oficina en Boston del Departamento Meteorológico emitió predicciones corregidas durante toda la mañana. Mientras la pequeña tormenta lluviosa se marchaba, el anticiclón de los Grandes Lagos entró entonces y causó una serie de frentes de chubascos y por último logró el sol romper por entre las nubes. El aire frío del anticiclón hizo que las temperaturas locales bajasen más de diez grados en una hora. Para los ignorantes habitantes de Nueva Inglaterra, aquél fue, simplemente, otro día extraño, algo más azorador que la mayoría de los pasados.

El doctor Weis telefoneó a las siete y media de la mañana.

— ¿Marrett, ha perdido el juicio? ¿Qué cree que está haciendo? Le dije…

— No puedo charlar ahora, tenemos trabajo — repuso Ted.

— Mañana tendrá mi piel. Yo mismo se la llevaré. Pero primero voy a descubrir si tengo razón o me equivoco.

El Consejero Científico se volvió púrpura.

— Voy a enviar una orden a todas las instalaciones del Gobierno para que cesen…

— Será mejor que no. Estamos ahora en el centro de algunos movimientos peligrosos. Además, nunca descubriremos si resulta o no. La mayor parte de las modificaciones que hemos estado haciendo es irreductible. Veamos para qué sirven.

Barney entró precipitadamente con un manojo de hojas impresas por el computador mientras Ted cortaba la conexión telefónica.

— Va a haber helada en las Llanuras Centrales y en la parte norte de las Rocosas — dijo, echándose hacia atrás un cabello alborotado. Habrá algo de nieve. Todavía no hemos determinado la cantidad exacta.

Una helada en tiempo de cosecha. Sembrados arruinados, ciudades paralizadas por la nieve inesperada, fines de semana estropeados y, en las montañas, muertes por frío y cansancio.

— Envía la predicción a la red principal del Departamento de Meteorología — ordenó Ted -. Date prisa en avisarles.

La pantalla trazadora mostró claramente nuestra batalla. Omega, ahora con velocidades centrales de viento de ciento setenta y cinco nudos, aún marchaba hacia Virginia. Pero su progreso disminuía, aunque muy ligeramente, mientras el anticiclón de los Grandes Lagos se movía hacia el suroeste pasando Pittsburgh.

A — mediodía Ted estaba mirando con fijeza la pantalla y murmuraba:

— No será bastante. No, a menos que la corriente en chorro gire un par de grados.

Ahora llovía en Washington y empezaba a caer nieve en Winnipeg. Yo trataba de resolver inmediatamente, y a la vez, tres llamadas telefónicas, cuando oí un grito ensordecedor de Ted. Miré hacia la pantalla trazadora. Se doblaba ligeramente la corriente en chorro al oeste del Mississipi en una curvatura que antes no estaba localizada allí.

En cuanto pude, abordé a Ted, pidiéndole una explicación.

— Hemos utilizado los lasers de la Estación del Atlántico y hasta el último gramo de catalizadores que pude encontrar. El efecto no es espectacular, no hay cambio de tiempo advertible. Pero el anticiclón del desierto se ha encogido ligeramente y la corriente en chorro ha bajado un poquito hacia el sur.

— ¿Bastará? Pregunté.

Se encogió de hombros.

Toda la larga tarde contemplamos cómo aquel pequeño rizo viajaba por toda la longitud del rumbo de la corriente en chorro, como una onda deslizándose por la extensión de una cuerda larga y tensa. Mientras, el antiguo anticiclón de los Grandes Lagos cubría todo Maryland y penetraba por Virginia. Su extensión septentrional formaba una especie de escudo en la costa hasta muy adentro de Nueva Inglaterra.

— Pero logrará penetrar — gruñó Ted, contemplando el sistema reluciente de Omega con las isobaras tan próximas unas a otras -, a menos que la corriente en chorro ayude a expulsarlo.

— ¿Qué nos dice cronometraje? ¿Quién llegará primero, el cambio de la corriente en chorro o el huracán? — pregunté a Barney.

Sacudió su cabecita.

— Nos han suministrado las máquinas hasta cuatro cifras decimales y todavía no hay respuesta exacta.

Norfolk se vio azotada por una lluvia torrencial; vientos con fuerza de galerna estaban arrancando los cables de energía y derribando árboles. Washington era una ciudad oscurecida, asolada por el viento. La mayor parte de las oficinas federales había cerrado pronto y el tráfico marchaba muy despacio a lo largo de las lluviosas calles.

Los marinos, desde Hatteras hasta el ángulo en forma de anzuelo de Cabo Cod, marinos de fin de semana y profesionales por igual, colocaban amarras especiales, doblando los anclajes o sacando sus naves mar adentro. Las líneas aéreas comerciales dirigían sus vuelos rodeando la tempestad y escuadrillas enteras de aviones militares marchan hacia el oeste, alejándose del peligro, como grandes masas de aves migratorias.

Mareas de tormenta se amontonaban a lo largo de la costa y avisos de inundación eran emitidos por todos los centros civiles de defensa de una docena de Estados. Las autopistas se llenaban de gentes que se movían tierra — adentro, huyendo de la furia que se aproximaba.

Y Omega seguía a ciento sesenta kilómetros mar adentro.

Entonces se tambaleó.

Se podía notar cómo restallaba la electricidad por todo nuestro centro de control. El gigantesco huracán empezó a desviarse de la costa cuando la deflexión de la corriente de aire en chorro llegó finalmente. Todos contuvimos el aliento. Omega se plantó lejos de la costa, inseguro durante una infinita hora; luego giró hacia 'el noroeste. Empezó a encaminarse mar adentro.

Gritamos hasta quedar roncos.

Cuando el furor amainó, Ted nos convocó en torno a su escritorio.

— Aguantad, héroes El trabajo no terminó aún. Tenemos que modificar una helada en el Oeste Medio y yo quiero arrojar todo cuanto poseemos en el Omega, debilitándolo lo más posible. ¡Ahora. . .a la tarea!.

Era casi media noche cuando Ted nos dijo que podíamos dejarlo. El personal de nuestro Proyecto, ahora verdaderos fabricantes del tiempo, había debilitado al Omega hasta el punto en que sólo era ya una tormenta tropical, perdiendo rápidamente su fuerza por encima de las aguas frías del Atlántico Norte. Una ligera nieve rociaba zonas de la parte superior del Oeste Medio, pero nuestras predicciones de aviso llegaron a tiempo y los fabricantes del tiempo podíamos quitar mordiente, en su mayoría, al frente frío. Las estaciones meteorológicas locales informaban sólo de problemas insignificantes producidos por la helada. La nieve no llegaba a alcanzar dos centímetros y medio.

La mayor parte del personal del Proyecto se había ido a dormir. Sólo quedaba una dotación reducida en el centro del control. Barney, Tuli y yo gravitamos hacia el escritorio de Ted. Había pedido una máquina de escribir y estaba tecleando.

— "Dimisión" lleva acento, ¿verdad? — preguntó.

Antes de que ninguno pudiese responder, sonó el teléfono. Ted estableció la comunicación. Era el doctor Weis.

— No era preciso que llamase — dijo Ted -. Se acabó el juego. Lo sé.

El doctor Weis parecía profundamente agotado, como si personalmente hubiese estado luchando contra la tormenta.