— Me acaba de decir Ted que nos invita usted a pasar el próximo fin de semana en Marbíehead.
— Es verdad — asentí -. Espero que pueda usted venir.
— No veo ninguna razón que me lo impida. Y es usted muy amable al invitarnos. Sólo se me ocurrió avisarle, sin embargo. Robé una mirada a la predicción de Ted para la zona y parece como si vamos a tener lluvia todo el fin de semana.
"Precisamente lo que necesitamos", me dije a mi mismo. En voz alta, la contesté:
— Mala cosa; yo tenía la esperanza de llevarla a usted a dar un paseo en barca. Quizá la predicción de Ted se equivoque…
— No diga eso… le descorazonaría.
— Lo supongo.
Sacudiendo la cabeza, ella continuó:
— Me gustaría mucho ir en una embarcación, sin embargo. Lástima… el tiempo será estupendo toda la semana, hasta última hora del viernes.
Miré hacia la ventana. El río Charles estaba salpicado de velas.
— Quizá podríamos ir durante esta semana… sólo una vueltecita…
— ¿Se refiere a después de trabajar? ¿Tendríamos bastante tiempo?
— Claro — dije.
— De acuerdo — contestó ella, feliz -. ¿Qué le parece el martes?
— La recogeré en el edificio de Climatología.
— Maravilloso.
Y así, aquél martes, después de una rápida conducción hasta los suburbios, zarpamos por el río Charles en una embarcación de vela alquilada. Rebordeamos el río, atestado de otras embarcaciones y con un crucero da turistas que zigzagueaba ruidosamente por entre la flotilla. El sol comenzaba a hundirse detrás del complejo de torres de Back Bay; podíamos ver su imagen flameante reflejada en las ventanillas del edificio del MIT, en el lado del río correspondiente a Cambridge.
— Me alegro mucho de que tuviese usted libre esta tarde.
— Yo también contestó, alzando ligeramente la voz contra el viento que azotaba las velas. Llevaba pantalones y un suéter muy grande, que encontramos en uno de los cajones de la cabina de la embarcación -. Ted nos tiene terriblemente atareados con sus predicciones. Pero creo que el computador puede hacer el resto del trabajo sin mí. Me arrellané, una mano en el timón, y dejé que la brisa nos transportara. Barney parecía divertirse.
— ¿Ted es siempre así?
— ¿Como qué? — preguntó ella.
— Bueno… una especie de volcán en actividad.
Barney soltó una carcajada.
— Está muy emocionado con esa técnica de predicción. Esta semana es importante para él.
Tuve que poner rumbo al centro del río cuando nos acercábamos al puente de Harvard.
— Pasan ustedes mucho tiempo juntos, ¿verdad?
— Supongo que sí, entre la oficina y este trabajo extra por su cuenta. Incluso hemos salido en ocasiones, de vez en cuando… Hay momentos en que deja de ser por completo meteorólogo.
— Eso me parece muy raro.
— Lo sé — replicó ella, volviendo a reír -. Pero es cierto. Al principio pensé que Ted solamente se interesaba en conseguir alguna ayuda extra para sus cálculos. En realidad, no es muy buen matemático. Quizá fue sólo eso… al principio.
— ¿Y ahora?
— ¿Ahora? — se limpió unas gotitas de espuma de la mejilla -. Ya le vio la semana pasada… dice que me amenaza con casarse conmigo.
— En realidad no me lo ha pedido, Jerry. Creo que Ted da por sentado que soy su novia y que se casará conmigo algún día… después de que haya demostrado que puede controlar el tiempo.
— ¿Quiere usted decir que da por sentado una cosa así?
Asintiendo, ella dijo:
— Debe usted comprenderle, Jerry. Está tan enfrascado en su trabajo, que la gente… bueno, no es que en realidad sea algo secundario para él, sino que Ted, simplemente, no se preocupa por la gente a menos que se le obligue a prestar atención. Y que no pueda posiblemente hacer lo que desea por sí solo. Necesita que se le ayude. Por eso yo le auxilio y trato de no causarle problemas.
— Eso es muy conveniente para Ted.
— Así lo espero. Jamás conocí a ninguna persona como él. Supongo que formo parte de sus planes para el futuro — dudó -. Me imagino que soy casi tan importante para él como controlar el tiempo.
— Se merece usted un destino mejor que ése — dije.
— Eso es lo que continuamente le digo.
Dirigí el bote de regreso al muelle y luego fuimos en coche a uno de los mejores restaurantes estudiantiles ¿e Harvard Square, donde cenamos. Empezó a hacerme preguntas sobre Hawai y mi familia. Cuando se terminó la comida, ella me estaba hablando de la guerra civil en Africa del Sur y de cómo su padre salvó el telescopio de trescientos ochenta centímetros de ser destruido por una turba de renegados.
Presenciamos un espectáculo en 3-D en el nuevo teatro Hologram y luego volvimos en coche a lo largo del Charles hasta "Faculty Row", donde estaba situado su apartamento. Vivía con su tío, que era un profesor visitante del MIT, al igual que miembro del personal de Climatología.
— Me he divertido mucho, Jerry — dijo mientras le ayudaba a bajar del coche -. Me he divertido inmensamente.
— Me alegro. Pronto tendremos que repetirlo.
— Estupendo.
Deseaba besarla, pero antes de que pudiese decidirme, dio media vuelta y subió los escalones hasta la puerta del apartamento. Me quedé allí plantado, sintiéndome estúpido, mientras ella me daba las buenas noches con un gesto de su mano.
Incluso durante aquellos virulentos días de últimos de abril, el aire del Artico estaba denso por el frío. Se posaba en lo alto de la giratoria Tierra, aprisionado por un muro constante de vientos occidentales que circundaban el Círculo Artico. Pero mientras los continentes de Asia y Norteamérica se calentaban bajo el sol de primavera, tenían lugar reajustes complicados en el movimiento dinámico de la atmósfera. Las corrientes occidentales fallaron en un lugar, gradualmente. Eso fue más que suficiente para que una gran masa de aire pelar se escapara de su prisión ártica y empezase a fluir hacia el Sur. Una larga cadena de acontecimientos siguió, una cadena que se prolongó a mitad de camino cruzando el mundo. La masa de aire pelar empujó a una burbuja más débil de alta presión para que bajase por las grandes zonas abiertas del norte de Canadá. Cruzando la extensión del continente los cambies y contracambios se efectuaron cuando enormes masas de aire lucharon unas contra otras, buscando el equilibrio, un nuevo balance. El anticiclón de las Bermudas empezó a romperse baje las presiones competitivas de otros sistemas. Una diminuta célula de baja presión, de no mayor tamaño que unas cuantas nubes lejos de la costa de Veracruz, se sintió atraída a la hondonada de baja presión en marcha hacia el oeste. La pequeña tormenta se encaminó hacia el noroeste, arrastrando humedad y energía del mar mientras viajaba.
Me pasé la siguiente mañana en la Biblioteca Pública de Boston reuniendo libros-carrete sobre meteorología (la mayor parte de los cuales, como resultó luego, no pude comprender) y discutiendo con el director de la Biblioteca para que me permitiese llevármelos prestados, aun cuando yo no fuera un residente actual de la ciudad.
Regresé a la habitación del hotel con los carretes bajo el brazo. El teléfono sonaba mientras abría la puerta.
Grité: ¡Hola! — para que se estableciese el circuito, pensando que podría ser Barney, pero cuando entré en el cuarto vi el rostro de mi padre en la pantalla.
— De modo que está ahí, dijo cuando me coloqué ante la pantalla visora.
Dejé caer los carretes de microfilmes en el sofá.
Jeremy, acabamos de recibir las primeras rápidas predicciones del Departamento de Meteorología, junto con un análisis de las tendencias climatológicas del próximo mes.
— ¿Y qué aspecto tiene todo?