Incluso durante aquellos virulentos días de últimos de abril, el aire del Artico estaba denso por el frío. Se posaba en lo alto de la giratoria Tierra, aprisionado por un muro constante de vientos occidentales que circundaban el Círculo Artico. Pero mientras los continentes de Asia y Norteamérica se calentaban bajo el sol de primavera, tenían lugar reajustes complicados en el movimiento dinámico de la atmósfera. Las corrientes occidentales fallaron en un lugar, gradualmente. Eso fue más que suficiente para que una gran masa de aire pelar se escapara de su prisión ártica y empezase a fluir hacia el Sur. Una larga cadena de acontecimientos siguió, una cadena que se prolongó a mitad de camino cruzando el mundo. La masa de aire pelar empujó a una burbuja más débil de alta presión para que bajase por las grandes zonas abiertas del norte de Canadá. Cruzando la extensión del continente los cambies y contracambios se efectuaron cuando enormes masas de aire lucharon unas contra otras, buscando el equilibrio, un nuevo balance. El anticiclón de las Bermudas empezó a romperse baje las presiones competitivas de otros sistemas. Una diminuta célula de baja presión, de no mayor tamaño que unas cuantas nubes lejos de la costa de Veracruz, se sintió atraída a la hondonada de baja presión en marcha hacia el oeste. La pequeña tormenta se encaminó hacia el noroeste, arrastrando humedad y energía del mar mientras viajaba.
Me pasé la siguiente mañana en la Biblioteca Pública de Boston reuniendo libros-carrete sobre meteorología (la mayor parte de los cuales, como resultó luego, no pude comprender) y discutiendo con el director de la Biblioteca para que me permitiese llevármelos prestados, aun cuando yo no fuera un residente actual de la ciudad.
Regresé a la habitación del hotel con los carretes bajo el brazo. El teléfono sonaba mientras abría la puerta.
Grité: ¡Hola! — para que se estableciese el circuito, pensando que podría ser Barney, pero cuando entré en el cuarto vi el rostro de mi padre en la pantalla.
— De modo que está ahí, dijo cuando me coloqué ante la pantalla visora.
Dejé caer los carretes de microfilmes en el sofá.
Jeremy, acabamos de recibir las primeras rápidas predicciones del Departamento de Meteorología, junto con un análisis de las tendencias climatológicas del próximo mes.
— ¿Y qué aspecto tiene todo?
Mi padre sacudió la cabeza.
— Nada bueno en absoluto. Voy a cancelar todas las operaciones de dragado durante el resto del mes. El aviso con tres días de anticipación de una tormenta… que puede o no alcanzarnos… no es suficiente base para nuestras operaciones. Prefiero cerrar y perder el dinero antes de que los aparatos de dragado se destruyan o muera alguien.
— Lo siento… -
— No es tuya la culpa. Has hecho todo lo que has podido. La dificultad es que si fallamos en este contrato con Modern Metals, circulará la noticia de que la minería en mares profundos no es de confianza. Eso es lo que en realidad puede matarnos.
Permanecí sentado en el borde del sofá.
— Padre, ¿te gustaría tener predicciones exactas, con una semana de anticipación? Del todo exactas — precisé.
Lanzó un gruñido.
— En eso es donde trabaja Ted. A fin de mes, podrá emitir un juego de predicciones para nosotros que nos indicará cuál será el tiempo en toda la zona donde se efectúan los dragados. Las predicciones se extenderán a dos o tres semanas en el futuro.
Mi padre se frotó la barbilla, pensativo.
— Si puede hacer eso, mantendremos en marcha los dragados… para cerrarlos sólo temporalmente, adelantándonos al clima tormentoso, y reabrirlos después. Pero necesitaremos el aviso con una semana de tiempo para que el sistema funcione.
— Ted puede lograrlo, estoy seguro. Por lo menos con dos semanas. Entonces sabrás exactamente cuándo cerrar las operaciones de dragado, cuánto tiempo tendrán que estar suspendidas y cuándo podrás volverlas a abrir. Podrías programar en el sistema de operaciones calculando con los efectos de las tempestades.
— ¿Puede hacer eso… el tal Marrett?
— A fines de semana lo sabremos seguro.
Mi padre rumió durante unos momentos.
— Está bien, Jeremy. Mantendré los dragados en funcionamiento hasta fines de semana. Ruega tan solo para que no nos pille otra mala tormenta.
— Conservaré los dedos cruzados.
Sin darme cuenta, había asignado a Ted una misión muy difícil… sin que él tampoco lo supiera. Traté de llamarle, pero no pude ponerme en contacto con mi amigo. Así que recurrí a Barney, en la Sección de Computaciones.
— Ignoro cuándo podrás ver a Ted — me respondió -. Estará esta noche atareado repasando sus predicciones… y yo le ayudaré. ¿Por qué no te reúnes con nosotros allí?
— ¿Dónde?
— En casa de Ted. Nos trasladaremos un instante después de salir del trabajo. Incluso cenaremos allí. Te acogeremos con agrado.
— Está bien, estupendo. — Entonces me acordé de lo que ellos consideraban como comida -. Ejem, quizá me reúna con vosotros después de la cena.
Ella sonrió como si pudiese leer mis pensamientos.
— Yo cocinaré esta noche, así que me parece que tu actitud es la más inteligente.
— No, no me refería a eso… es decir…
— No te preocupes, Jerry. Ni te excuses. No quisiese yo comer tampoco alimentos sintéticos cuando se puede tener un verdadero filete.
— Me parece que me estoy comportando de una manera muy estúpida, entonces tuve una idea -. Mira, ¿por qué no traigo yo la cena? Podría hacer que la preparasen aquí en el hotel y llevaría en platos de plástico. Después no tendríamos ni que fregar siquiera.
Me miró dudosa.
— Quizás eso sea demasiado elegante para Ted.
— Será algo sencillo. Y nos ahorrará tiempo y molestias. ¿De acuerdo?
— De acuerdo, me has convencido para que no trabaje. Gracias.
Llegué al apartamento de Ted, siguiendo las instrucciones que me diera Barney, sobre las cinco de la tarde. El asiento posterior de mi coche de alquiler estaba lleno de cajas de cartón. Llamé al número de Ted en el vestíbulo y, por teléfono, le pedí que bajase y me ayudara con los paquetes.
Tardó en descender medio minuto. Mirando a los bultos del asiento dijo:
— Las atenciones llegan a Cambridge.
Transportamos las cajas arriba y cenamos. La comida era excelente; incluso Ted parecía complacido.
— Empiezo a darme cuenta de que es una ventaja tener amigos ricos — dijo, tumbándose en el único sofá de la pequeña habitación -. Será mejor que tenga cuidado o me ablandarás, Jerry.
— Pensé que sería más fácil para Barney comer así.
— El obtener de ella un trabajo más útil constituye algo interesante. Me parece que no me puedo quejar.
A los pocos minutos de la cena, el apartamento, de una sola habitación, se había convertido en un taller de meteorología. La única mesa, el sofá-cama, incluso el fregadero y los armaritos de la cocinita estaban cubiertos de papeles: mapas, gráficos, cálculos, bosquejos, montañas de tiras impresas por los computadores. Ted y Tuli pronto se sumieron en un enigmático y abreviado diálogo, mientras Barney les proporcionaba hojas de papel para que las leyesen.
— ¡En Indianápolis! — gritó Ted.
— Setenta y tres, cincuenta y uno, diez, dieciséis, cero, cuatro oeste doce a dieciocho — respondió Tuli en una especie de canturreo.
— Comprobado. ¡Memphis!
Barney se acercó a mi silla y susurró:
— Están comprobando los informes del tiempo de las cinco, emitidos desde las estaciones elegidas en torno al país que afectan a las predicciones que hizo Ted la semana pasada. Hasta ahora, todo quedaba comprobado y reducido a un mínimo porcentaje de error.