— Bueno.
Era más de medianoche cuando Ted dio media vuelta a la última hoja emitida por un computador y dijo, triunfante:
— ¡Exactos hasta el último detalle! Muchachos, lo tenemos. ¡Lo hemos conseguido!.
— ¿Opinas que el doctor Rossman lo creerá? — preguntó Barney desde cierta distancia. Estaba hirviendo agua para preparar café instantáneo.
— Por fuerza — repuso Ted -. Todos los números están aquí comprobados. No tendrá más remedio que admitirlo.
— ¿Podríais hacer lo mismo para una región del centro del Pacífico? — pregunté.
Se volvió hacia mi.
— ¿Para las operaciones de dragado Thornton? Claro, ¿por qué no? No sería tan exacto, porque no hay muchos puestos de observación allí… pero podemos conseguir una predicción lo bastante buena para que indique a tus empleados cuándo se presentarán tempestades.
— ¿Con qué anticipación?
Se encogió de hombros.
— Una semana, o por lo menos diez días. Quizás hasta dos semanas.
— ¡Estupendo!.
— Se necesita mucho trabajo — dijo -. No podemos seguir siempre utilizando de contrabando los computadores.
Thornton puede pagarlo — dije.
— La primera parte del negocio — destacó Tuli -, es conjuntar el resto de las predicciones contra los informes actuales del tiempo para el resto de la semana…
Y luego ponérselo todo bajo la bárbara nariz de Rossman — estalló Ted -, y verle cómo se vuelve verde de sorpresa. El viernes será el gran día. Entonces se lo mostraré todo a Rossman.
— ¿Todavía se espera lluvia para el fin de semana? — pregunté.
Asintió:
— Eso supongo.
— Entonces no podremos ir a navegar — dije
— No abandones la esperanza. La situación podría cambiar.
No me di cuenta de lo que quería decir.
— De todos modos vais a venir, ¿verdad?
— ¡Intenta impedírnoslo!
Transcurrió el jueves; Leí mucho durante aquel tiempo, pero me resultaba difícil. La mayor parte de los libros estaban demasiado llenos de ecuaciones para que yo los comprendiese; los otros estaban escritos por mentes en exceso simples. Ninguno de ellos transportaba la emoción que producía Ted sobre el vivir, respirar la naturaleza del tiempo. El viernes ya había dejado de leer y pasé el día mirando la pantalla de TV.
Con bastante seguridad, mientras empezaba a conducir el coche hasta el edificio de Climatología, comenzó a chispear. Jamás vi a un trío más desanimado como el que formaban ellos cuando cruzaron la zona de aparcamiento bajo la lluvia y subieron a mi coche.
— No os pongáis tan tristes. Si no podemos navegar, nos divertiremos mucho en Thornton.
— No es eso — contestó Barney, sentándose a mi lado. ¿Qué ocurre de malo? — me di cuenta de que estaba a punto de llorar. En el asiento trasero Ted se desplomó disgustado, con la barbilla casi hundida en el pecho. Incluso el normalmente impasible Tuli parecía como abrumado.
Barney dijo:
— Ted enseñó sus predicciones al doctor Rossman esta tarde.
— ¿Y… ?
— Me ha dicho que son interesantes, gracias — gruñó Ted -, pero que es inútil excitarse en lo que posiblemente ha sido un accidente afortunado.
— ¿Accidente?
— Empleó esa palabra.
— Pero… ¿qué quiso decir?
· Nada. Eso es exactamente lo que quiso decir. Le enseñamos cómo efectuar predicciones exactas con una semana de anticipación y sigue aferrado a su idea, habiendo metido nuestros proyectos en uno de los cajones para olvidarse de ellos.
V
UN CAMBIO DE TIEMPO
— Eso no es exactamente cierto — intervino Tuli mientras yo dirigía el coche saliendo del aparcamiento de Climatología -. El doctor Rossman dice que quiere estudiar la nueva técnica antes de proponerla a Washington como un método de predicción normal para el Departamento de Meteorología.
— ¡Estudiarlo! — Gruñó Ted -. Ya sabes lo que eso significa… por lo menos un par de años.
— Es un hombre precavido — afirmó Tuli.
— Sí, especialmente con las ideas de las demás personas. Podría emplear el sistema como experimento y ver si resulta. En tres meses tendría datos suficientes para satisfacer al Congreso, al Tribunal Supremo y al Sacro Colegio de Cardenales. Pero él no lo hará. Va a quedarse sentadito a seguir jugueteando hasta que se conozca este procedimiento como idea suya.
— ¿Quieres decir que no se te permitirá efectuar más predicciones a largo plazo? — pregunté.
Ahora, no. La idea en estos momentos pertenece a la División de Climatología… Rossman cree que es de su propiedad particular. Me dijo que volviese a realizar el trabajo por el que me pagan y que dejara de intentar gobernar la División.
Comencé a sentirme tan triste como las nubes que se cernían sobre nosotros.
— ¿Qué hay sobre el control del tiempo?
— Debieras haberle visto la cara cuando le presenté el asunto. Le hablé de que esas predicciones a largo plazo hacen que sea practicable el control del tiempo. Por poco se desmaya. Me prohibió absolutamente mencionarle otra vez el asunto.
Marchamos hacia la Playa Norte en un triste silencio. Para cuando llegamos al desvío que unía Marblehead Ned al continente, llovía de manera firme.
— En el minuto preciso — murmuró Ted, sombrío mientras miraba por la ventanilla del coche -. Lloverá esta noche, mañana y el domingo. Creen ellos.
— ¿Qué quieres decir con eso? Preguntó Barney.
Su única respuesta fue:
— Ya lo verás.
La casa no había cambiado mucho en los escasos veranos transcurridos desde la última vez que la viera. Thornton era grande sin mostrarse pretenciosa… una mansión colonial limpia y blanca, con contraventanas negras y una puerta colorada, un jardín fresco y modesto, matorrales ceñidos en torno al porche delantero, garaje, embarcadero y un pequeño muelle en la parte posterior.
Detuve el vehículo delante de la puerta principal, bajo la marquesina. Ted descendió primero.
¿Quién construyó esto? ¿Miles Standish?
— No — contesté, saliendo de detrás del volante. En realidad fue construida bastante después de la Revolución y luego reconstruida hace un centenar de años, luego que un huracán derribase el edificio original.
Ted me miró como si creyera que estaba tomándole .1 pelo.
— Es hermosa — dijo Barney mientras yo la ayudaba a descender.
La puerta se abrió y tía Louise se adelantó hacia mí, con los brazos extendidos. La seguía un trío de sirvientes.
— Jeremy, cuánto me alegro de verte — me echó los brazos al cuello. Nada podía hacer excepto aguantar sus besos. Después de unos cuantos momentos cariñosos, logré libertarme y presenté a Barney, Tuli y Ted.
— Bienvenidos a Thornton — dijo mi tía -. Los sirvientes se ocuparán de su equipaje y les enseñarán sus habitaciones. Tenemos intención de cenar dentro de una hora.
Mientras mis amigos subían las escaleras siguiendo a los criados, tía Louise prácticamente me arrastró hasta la biblioteca.
— Ahora, sé sincero — dijo nada más que las recias puertas se cerraron a su espalda -. ¿Cómo está tu padre?
Estupendamente, de veras. Salud perfecta, genio vivo, lleno de vitalidad. Nos tiene a mis hermanos y a mí trabajando como esclavos.
Tía Louise sonrió, pero con tristeza.
— Ya sabes que no ha estado aquí desde el funeral de tu abuelo.
— Y ninguno de vosotros estuvisteis en Hawai desde que murió mi madre — repuse -. Parece como si fuera preciso un funeral para que se reúna la familia.
Caminé a lo largo de las estanterías que se extendían hasta el techo, llegué al adornado escritorio de madera en donde el abuelo Thorn solía pasar las tardes lluviosas de mis visitas a Nueva Inglaterra, diciéndome cómo convenció a su padre para que invirtiese el dinero en Líneas Aéreas Comerciales, después de muchas generaciones en que los Thorn se dedicaban a construir barcos.