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Me despertó el fulgor del sol entrando a torrentes por las ventanas de mi dormitorio. Medio atontado, me senté y miré al exterior. Las nubes se rompían! El sol brillaba en el océano.

— Teléfono — ordené -; necesito la predicción del tiempo.

El teléfono emitió unos chasquidos durante breves momentos. Luego se oyó la voz del locutor procedente de la cinta del Departamento de Meteorología:

Vientos del noreste… de veinticinco a treinta kilómetros por hora. Hay lluvia, en ocasiones moderada y en ocasiones densa. Esta noche, lluvia continua. El domingo, lluvia que terminará a última hora de la tarde, con los vientos cambiando al cuarto cuadrante. El domingo por la noche, chaparrones aislados, vientos del oeste…

Fuera, ahora mismo, se veían las nubes esparcidas y me hubiese apostado hasta la camisa a que el viento, procedía del oeste. Me puse una bata, metí los pies en mis zapatillas que encontré en el armario y bajé precipitadamente la escalera. Ted estaba en la cocina, en la mesita del desayuno, rodeado de tocino, huevos, pastelillos, leche, mantequilla, jugos de frutas, tostadas y gelatinas.

Alzó la vista apartándola de un tenedor muy cargado.

— Buenos días.

— Ciertamente es un buen día — comenté -. Mucho mejor de lo que predice el Departamento de Meteorología.

Ted sonrió, pero no dijo nada.

— ¿Tienes algo que ver en el cambio? ¿En realidad…? Me hizo callar con un gesto.

— Querías ir a navegar hoy, ¿verdad?

— Sí.

— Entonces hablaremos.

La cocina estaba en el extremo opuesto de la habitación y desde más allá de la puerta del comedor pude oír la voz del tío Lowell. Le gustaba leer las noticias de la mañana en voz alta a quien estuviera a su alcance.

Se necesitó un poco de tiempo para que los cuatro organizásemos aquella mañana, pero por último nos vimos a bordo del queche "Arlington", desfilando en medio del bosque de mástiles del atestado puerto en dirección al mar abierto.

Ted iba en proa, manejando las velas según mis instrucciones. Yo estaba en el timón, dando órdenes, con Barney sentada a mi lado.

— Tienes un aspecto muy marinero — dije. Llevaba pantalones blancos y una blusa roja y azul de corte marinero.

— Gracias. Se me olvidó meter ropas deportivas, así que tu tía me proporcionó este equipo. Es de un 501Q uso, hecho de fibra de papel, como el que llevan en la Base Lunar.

— Es una lástima tener que echar a la basura algo con un aspecto tan bonito.

— Pero es que no se puede lavar.

— Bueno, hay más copias de esa ropa — dije -, y, de cualquier forma, si se lo pusiese otra persona, no estaría ni la mitad de linda.

— Halagador.

— Es la verdad.

Llegamos al mar profundo, al océano abierto, bajo un cielo luminoso salpicado por unos cuantos restos deshilachados de nubes grises. Un fuerte viento del oeste inflé las velas y los cuatro nos reunimos en la cabina para descansar. Hacía suficiente fresco como para ponernos unos jerseys y tomar café.

Así que esto es tiempo "hecho de encargo" — dije a Ted.

— Algo así — replicó -. La tempestad se habría marchado mañana, a última hora de la tarde. Sólo modificarnos las cosas un poquito para acelerar el cambio.

— ¿Pero cómo lo hicisteis?

— No fue difícil. Tengo verdaderos camaradas en el satélite de las Fuerzas Aéreas que apuntaron sus lasers al lugar adecuado… añadiendo un poco de calor al anticiclón que mantenía fija la tempestad sobre Boston. Y uno de los aviones de Climatología tenía que efectuar un viaje de pruebas en beneficio del doctor Barneveldt, dejando caer comprimidos para sembrar las nubes. Yo dije únicamente dónde debían dejarlos caer y en qué momento. Así se inició una zona de baja presión en la que se metió la tempestad. Por eso se ha ido. Ahora debe estar en estos instantes en la Bahía de Fundy…

Barney pareció preocupada

— ¿No tienes miedo de meter en algún jaleo a la gente que te ayudó? Carecías de autorización…

— No han hecho nada más que lo que hubieran realizado normalmente — replicó Ted, impaciente -. Los muchachos de la Fuerza Aérea de los satélites tienen que disparar sus lasers cierto número de veces cada día, para asegurarse de que están en orden de combate. Es parte de la rutina regular. Yo mismo lo hice un millón de veces cuando llevaba el uniforme azul. Y el avión de Climatología iba a efectuar un viaje nocturno por orden de tu tío. Así que voló hasta un lugar por encima del océano en vez de dirigirse al punto previsto. ¿Y eso qué importa?

Habló Tuli:

— Espero que el doctor Rossman se muestre tan indiferente hacia esto como tú. Por regla general no le gusta que sus empleados actúen sin que él lo sepa… ni sin su permiso por escrito.

— Escucha — repuso Ted -. Afirmó que el control del tiempo es imposible. Ahora le demostraré que se equívoca. La cosa es así de sencilla.

Resultó ser la afirmación del año.

VI

FRENTE DE CHUBASCOS

El resto del fin de semana fue placentero pero inconsecuente. Tía Louise organizó una de sus fiestas del sábado por la noche e invitó a la mitad de la isla, incluyendo en parte a familias japonesas… quizás en beneficio de Tuli. Me reuní con mucha gente que no había visto desde mi último verano pasado en Thornton, varios años. Tía Louise no dejó de llevarme hacia todas las chicas de la casa que eran solteras y pasaban de los quince años, mientras Ted permaneció junto a Barney. Inevitablemente, alguien sacó una guitarra y se empezaron a cantar canciones populares. Sin embargo, de manera inesperada, Tuli resultó ser el éxito de la velada cuando empezó a entonar viejas epopeyas mongolas, que nos tradujo; en su mayoría eran hazañas violentas, pero otras resultaban poéticas y atractivas.

Antes de que partiésemos en la mañana del lunes,

— Tía Louise prometió invitar a mi padre para que viniese a Thornton y celebrase allí mi cumpleaños. Mi verdadero cumpleaños no tendrá lugar hasta dentro de varios meses, pero tenía intención de dar una fiesta en mi honor dentro de las próximas semanas, puesto que no estábamos seguros de sí me quedaría mucha más en Boston.

Les conduje a los tres en el coche hasta el edificio de Climatología. Ted y Tuli saltaron de mi vehículo para subir en el maltrecho Lotus que Ted dejara en el aparcamiento durante el fin de semana y marcharon raudos hacia las clases matutinas en el MIT.

Barney, sentada a mi lado, despidió a Ted con la mano y luego le vio perderse por la autopista.

— ¿Cómo crees que reaccionará el doctor Rossman ante la modificación del tiempo hecha por Ted? — la pregunté.

Dejó que la preocupación se mostrara en su rostro.

— Se enterará probablemente esta mañana, antes de que Ted vuelva de clase.

— ¿Opinas que el problema será grave?

— El doctor Rossman puede ser muy estricto en lo referente a las personas que actúan sin su permiso — dijo Barney -. Y Ted es corto de genio también.

Permanecimos sentados en silencio unos minutos. Era un poco temprano para el turno principal; unos cuantos coches comenzaron a llegar al aparcamiento. Lejos, en el horizonte, hacia el oeste, pude ver cómo empezaban a reunirse las nubes oscuras.

— Quizá debería permanecer cerca de esta casa y hablar con Ted después del almuerzo — dije.

Ella meditó antes de contestar.

— Sería una buena idea si te ofrecieses para hablar con el doctor Rossman, junto con Ted. Con un tercer individuo en la habitación, quizás ambos se mostrasen más tranquilos y pacíficos.