— Cuidado con la tortuga osada — citó Tuli.
— Es usted atrevido — comentó el doctor Barneveldt — y con suerte.
— Dentro de unos minutos sabremos si tengo suerte. Rossman quiere verme a la una y media.
Precisamente a la hora exacta, la secretaria del doctor Rossman nos acomodó a los cuatro en el despacho del jefe.
Alzó la vista desde los papeles que tenía en el escritorio.
— No sabía que iba a ser una conferencia en grupo.
Inmediatamente pude ver las nubes oscuras: frente de chubascos.
— De un modo u otro todos estamos complicados — respondió Ted.
Rossman nos miró malhumorado mientras nos acercábamos las sillas correspondientes y las ocupábamos ante su escritorio.
— Quiero una explicación de lo que pasó el viernes por la noche — pidió.
— Fácil — contestó Ted -. Le hemos demostrado que el control del tiempo funciona. Y con bastante facilidad.
— ¡No diga "nosotros", Marrett! — saltó Rossman -. Fue usted, no meta a sus amigos en esto.
— No busco protección — respondió Ted -. Les doy el crédito por ayudarme en el trabajo básico.
— Pero usted… y sólo usted… es el responsable de lo del viernes por la noche.
— Cierto.
Rossman cambió de sitio varios papeles.
¿Sabe usted lo que es esto? — esgrimió un memorándum -. Es un cálculo del coste para el Departamento del vuelo de ese avión por el océano.
— De todas formas el avión iba a recorrer esa región en general.
Y esto — sacó un telegrama -, es una queja formal de la Fuerza Aérea por haber complicado a personas sin autorización en sus operaciones de lasers de alto secreto. ¡Sin autorización! Se refiere a usted, Marrett! ¡Se le podría acusar de violar la seguridad nacional!
— Pero, doctor Rossman… — comencé.
Aguarda un momento, Jerry — me cortó Ted, volviéndose a Rossman -. Escuche. He pasado dos años en la Fuerza Aérea y una buena porción de ese tiempo en servicio orbital. Conozco los lasers de dentro a fuera. ¿Cómo piensa usted que tuve idea de utilizarles para alterar el tiempo? No he espiado a nadie, ni tampoco roto normas de seguridad. Todo lo que hice fue pedir a un camarada mío, que sigue de servicio allá arriba, que prestara atención a cierto punto geográfico. Ni siquiera le mencioné la palabra "láser". Así que no hay violación. No me amenace.
— ¿Se da cuenta de que puedo descontarle de su sueldo el coste de la llamada radiofónica a la estación orbital?
— No se pueden efectuar llamadas radiofónicas a los satélites militares. Fui a la Base de la Fuerza Aérea en Otis… emisoras libres… e hice que unos amigos míos enviaran un mensaje.
Rossman miró fulminante a Ted; su largo rostro amargo estaba colorado por la cólera.
— ¿Y no se da usted cuenta de que estropeó el experimento del doctor Barneveldt? No estuvieron los aviones monitores presentes cuando se dejaron caer los comprimidos.
— ¿Cuándo se va a dar cuenta usted de que le hemos demostrado que podemos cambiar el tiempo? — preguntó Ted, poniéndose en pie de un salto. Evidentemente, con rapidez y efectuando cambios definitivos y deliberados. Está usted gritando por unos centavos cuando todo el concepto de la meteorología puede quedar alterado. Nos es posible efectuar predicciones exactas a largo plazo; podemos comprender los flujos planetarios con detalle; podemos cambiar deliberadamente el tiempo. ¿Va a abrir ahora los ojos o se quedará ahí, obstruyendo el paso?
Rossman por poco se vuelve púrpura . Ted estaba allí plantado ante el escritorio, cerniéndose sobre el jefe. Temblando de manera visible, Rossman se levantó de su silla.
— ¿Puede demostrar que ha cambiado el tiempo? — preguntó con voz sofocada.
— ¡Yo puedo asegurarlo, doctor Rossman! — dije. La predicción del sábado por la mañana era completamente distinta al tiempo que hizo.
Sin hacerme caso, volvió a preguntar a Ted:
— ¿Puede usted demostrar que sus operaciones ilegales en verdad forzaron un cambio de tiempo? ¿O ese cambio habría sucedido de todas maneras?
— Nosotros trabajamos. El tiempo cambió. Sus propias predicciones no previeron el cambio.
— Pero usted carece de pruebas de que ese cambio dejara de ser completamente natural. No efectuó observaciones, no tomó datos. Por cuanto usted sabe, el tiempo puede haber cambiado sin que usted levantase el dedo meñique.
— No. Mi predicción a largo plazo indicaba…
Pero Rossman estaba eligiendo algunos papeles de su escritorio.
Y hay aquí otro asuntillo… una nota del grupo de estadísticas. Esa tormenta lluviosa hubiera ayudado a aliviar la falta de agua, la sequía. Supongamos que los granjeros se enteran de que la División de Climatología les quitó deliberadamente la mejor posibilidad para empapar de lluvia sus terrenos, la mejor posibilidad que se presentó en lo que podamos prever. ¿Cuánto tiempo cree que seguiríamos en nuestros empleos?
Ted extendió los brazos en un gesto desvalido.
— Mire, no se pueden tener todas las cosas a la vez. O bien no efectuamos ningún cambio en el tiempo, o hemos robado a esos pobres granjeros su lluvia. ¿En qué carta Se queda?
— No lo sé — repuso Rossman -. Y no me importa. Marrett, no consentiré que la gente actúe a mis espaldas. Y tampoco toleraré insubordinaciones. Espero que presente la carta de su dimisión en esta mesa antes de que termine el día. Si no lo hace, tengo bastantes cargos contra usted para que el Consejo de Administración le eche a patadas. ¡Está usted acabado, Marrett!. ¡Acabado!.
VII
CORRIENTES CRUZADAS
Debí mostrar un estado total de sorpresa cuando salimos del despacho del doctor Rossman. En realidad no recuerdo ni lo que dijimos ni lo que hicimos. Me parecía ver el rostro descompuesto y colérico de Rossman, la expresión estupefacta de Ted. Lo más que recuerdo es haber entrado en mi cuarto del hotel.
Debí permanecer sentado allí mucho rato. El zumbido del teléfono requirió mi atención.
— Respondan — grité, dándome cuenta de que la habitación estaba a oscuras. Fuera, las torres de Back Bay se cernían sombrías, recortándose en el cielo enrojecido.
El rostro de Barney apareció en la pantalla.
— Jerry… ¿qué vamos a hacer? Ted ha recogido las cesas de su escritorio. Se ha ido.
— ¿Dónde estás?
— En Climatología. Yo… ¿qué hará Ted?
Me di cuenta de que había estado llorando.
Bueno, no te desmorones ahora. No se acabó el mundo.
Escondiendo la cabeza, me dijo:
— No lo comprendes. Ted está arruinado. Se acabó su carrera.
— ¿Sólo porque perdió el empleo? Eso no es…
— No es sólo el empleo. La División de Climatología es el único lugar en donde Ted tenía alguna posibilidad de hacer el trabajo que necesita. Y el doctor Rossman puede impedirle que tengo otro puesto en cualquier organismo similar del Gobierno.
En eso no habla pensado.
— Bueno… existe la industria particular. Muchas firmas poseen oficinas meteorológicas. Por ejemplo, la línea de aviación de mi tío Lowell. Y pagan mucho más que el Gobierno.
— Pero no efectúan investigaciones sobre el control del tiempo… o predicciones a largo plazo.
— Quizá pudieran hacerlo… quizá…
— ¿Y cómo terminará Ted su carrera en la universidad? La División le pagaba una beca en el MIT. Ahora, quedando despedido, ya no tiene medios de costearse los estudios. Y el doctor Rossman no querrá proporcionarle buenas referencias y… Jerry, esto es desesperante.
— Aguarda un momento — dije -. No te metas en un callejón sin salida. Por muy mal aspecto que tenga, aún podemos encontrar algo. Recuerdo que mi padre me dilo una vez; cuando la cosa se pone fea, hay que seguir adelante.