— Está bien, voy ha pedirte un favor — dijo Ted, agitando las manos -.Me sentiría mejor acerca de los números si Barney los controlara.
— ¿Puedo empezar mañana por la noche? — preguntó ella
— Después de la cena — dije yo.
— Está bien, cenaremos juntos — repuso Ted.
— ¿Y de cualquier forma, a qué viene todo esto? — fue mi pregunta.
En vez de responder, Ted marchó hasta la consola que tenía ante el escritorio y oprimió unos cuantos botones. Un mapa del tiempo apareció en la pantalla iluminada: líneas y símbolos que mostraban masas de aire y núcleos tormentosos cruzando la nación y además el informe del tiempo en cada ciudad importante.
— He aquí el aspecto que tiene ahora — dijo Ted -. Los números del rincón inferior de la derecha son totales de precipitación en Nueva Inglaterra. Hasta ahora en este año, casi hemos tenido la mitad de la lluvia media de la región.
— Y de la nieve también — añadió en voz baja Tuli.
— Ese montón de cálculos que os enseñé — continuó Ted, sentándose tras el escritorio, es una predicción general para Nueva Inglaterra todo lo más anticipada que he podido hacer y sin perder demasiado el coeficiente de seguridad. Llega hasta fin de año.
— Siete meses — murmuró Barney -. La exactitud no creo que sea muy alta…
— Quizá no, pero echa un vistazo — Ted manejó los botones de la consola y contemplamos como los sistemas del tiempo se desplegaban a través de la superficie del continente. El aire cálido de verano subía desde los trópicos, las tempestades de última hora de la tarde mostraron brillantes símbolos de trecho en trecho, masas de aire más frío venían del norte y del oeste, disparando filas de chubascos a lo largo de sus frentes. Se podía ver cómo el otoño se apoderaba de la nación y los huracanes. alcanzaban Florida y la Costa del Golfo. Luego llegó el aire ártico, invernal y amargo, con pequeños símbolos en forma de estrellas indicando que la nieve salpicaba los dos tercios norte del país.
— Ahora estamos a treinta y uno de diciembre — dijo Ted cuando el mapa dejó de cambiar -. Feliz año nuevo.
— No muy feliz — observó Tuli -, si esas cifras de precipitación son correctas.
Consultó los números; Nueva Inglaterra habla recibido menos de la mitad de la cantidad de precipitación normal.
— Un ejemplo de sequía — dijo Ted -. Y bastante duro Esta zona de la nación va a tener dificultades. Mientras que el Oeste Medio sufrirá inundaciones.
¿Qué piensas hacer? — preguntó Barney.
— Impedirlo.
— ¿Cómo?
— No lo sé… todavía. Pero voy a hacer que la misión de este laboratorio sea averiguarlo.
Volviéndose hacia Ted y dejando de mirar al mapa, dije:
— Necesitaremos encontrar mucha mayor cantidad de dinero para trabajar en un problema de este tamaño.
Trabajaremos en ello — respondió Ted con firmeza. Preocúpate por el dinero. Y si encuentras gente que quiera pagarnos, estupendo. Pero, de cualquier forma, trabajaremos en el asunto.
Se volvió a Barney.
— ¿Rossman hace algo por el estilo?
— No, que yo sepa. Claro, sus predicciones oficiales jamás se adentran tanto en el futuro.
— ¿Y extraoficialmente?
— Creo que está tratando de descubrir qué tipo de técnica empleáis para la predicción. Tiene a un grupito de gente efectuando para él un trabajo especialisimo. Es muy secreto. Por lo menos, nadie ha querido hablarme de ello…
Ted no contestó, pero frunció el ceño.
Aquella noche utilicé la acera movible para volver al hotel. Era una noche hermosamente cálida, con una luna plateada en un cielo sin nubes y salpicado de estrellas. De pronto me encontré deseando que lloviera.
Mientras Ted estudiaba el sistema general de la sequía decidí echar un vistazo al clima político de Nueva Inglaterra. Descubrí que la mayor parte del personal que pertenecía al gobierno de los seis estados consideraba molesta la sequía, pero no grave. Nadie parecía terriblemente preocupado; las centrales de conversación de agua salada impedirían que la escasez fuese notable en las ciudades costeras y los pantanos interiores todavía tenían muy buen aspecto.
Pero iba a celebrarse una reunión de los Directores de Recursos de los estados de Nueva Inglaterra, una más perteneciente a las series de reuniones regionales de diversos departamentos de los gobiernos estatales. Esta era para la gente que se preocupaba por los recursos naturales… como, por ejemplo, del agua.
Arrinconé a Ted en el laboratorio sintético de Tuli y le hablé de la reunión.
— Va a celebrarse en el fin de semana del Cuatro de Julio.
— ¿Y vas a estropearte este fin de semana para hablar con un puñado de burócratas? — mostraba un evidente disgusto.
— Vamos a estropeárnoslo — repliqué, para hablar con las personas que pueden comprar el alivio a la sequía… si sabes vendérselo.
— ¿Si yo sé venderlo?. ¡Y aun me insultas! Está bien, patrón, puesto que quieres fuegos artificiales para el Glorioso Cuatro, los tendrás.
Tuve que poner en movimiento varias influencias para conseguir que me incluyeran en el orden del día de las conferencias. Por último necesité hablar con el congresista Lynn; pertenecía al Comité de Ciencias y Recursos Naturales de la Cámara de Representantes y ayudaba en los preparativos para la reunión.
El mayor trabajo fue que Ted se preparase para hablar al grupo de profanos en meteorología. La primera vez ensayó su discurso, pasó cincuenta minutos mostrando diapositivas y explicando la ciencia de la meteorología. Tratamos de convencerle para que desistiese de tanta ciencia.
Hay que simplificarlo — insistí -. Esas personas no entienden de meteorología. Ni siquiera yo puedo comprender la mayor parte de tus palabras.
Se sentó en el diván de mi oficina y cruzó los brazos como un niño tozudo.
— ¿Qué quieres que haga, que les cuente cuentos de hadas?
— ¡Exacto! Exacto del todo — conteste. Cuentas un cuento de hadas… una historia de horror. Enséñales lo mala que será la sequía y luego les muestras lo suficiente para convencerles de que puedes vencerla.
— ¿Es eso noble? — preguntó Tuli.
— Si se habla con personas que no comprenden la naturaleza del problema — repuso Barney -, hay que emplear un idioma que penetre hasta ellas.
— Bueno — dijo Ted con un encogimiento de hombros -. La conversación será comercial, no científica.
Tómese la energía de una tormenta adulta y comprímasela en una especie de estrecho embudo para que la velocidad del viento alcance los quinientos nudos, causando una especie de seminario dentro de su estructura rotativa. Tales vientos chocarán contra una pared con la fuerza de un millar de libras por pie cuadrado. Y el vacío inmediatamente detrás del viento hará que la presión normal del aire dentro de un edificio haga estallar las paredes hacia el exterior. Tal cañón constituye una estupenda arma, especialmente en una ciudad superpoblada. Se llama tornado.
Era una tarde gris y triste en Tulsa, con espesas nubes bulbosas volando bajas. El mapa del tiempo mostraba un frente frío y muy activo acercándose desde el noroeste, empujando al opresivo aire húmedo tropical. Una alarma de tornados fue emitida por el Departamento Meteorológico y los aviones estaban sembrando algunas de las nubes, tratando de dispersarías antes de que asomara el peligro. El centro comercial, sin embargo, estaba atestadísimo; mañana, día Cuatro, las tiendas cerrarían El cañón bajó de las nubes de pronto, silbando y retorciéndose como una supergigantesca serpiente, escupiendo relámpagos. Tocó un estanque e inmediatamente lo dejó seco. Barrió un aparcamiento y golpeó a los principales edificios comerciales. Estallaron. Todo ocurrió en treinta segundos. Cuarenta y dos muertos, más de un centenar de heridos. El cañón desapareció y poco después las nubes se disipaban. El sol brilló sobre cinco acres de profunda devastación.