Ted y yo vimos las consecuencias del tornado en el noticiero de la TV mientras marchábamos en helicóptero a la reunión que se celebrarla en la mañana del día Cuatro.
— En lugar, de correr un riesgo con el control del tiempo murmuró Ted, señalando hacia las ruinas que aparecían en la pantalla de TV -, prefieren sentarse y dejar que eso suceda.
La conferencia tenía lugar en un, hotel veraniego de las, montañas Berkshire. Volábamos sobre arboladas colinas y ondulado terreno agrícola. Mientras más nos dirigíamos hacia el oeste, sin embargo, se veían más retazos pardos entre el verde. Los lagos y estanques eran muy pequeños; se podía distinguir los bordes fangosos y rocosos que normalmente quedaban debajo del agua.
— Un arroyo seco me señaló Ted -; Y ahí hay otro.
— La situación parece muy grave — dije, mirando las gargantas arenosas que hablan sido ríos.
— Eso no es nada. Aguarda a que pase otro par de meses. Y el próximo verano será hermosísimo.
— Pero tus predicciones no llegan tan lejos.
Esta especie de sistema dura cuatro o cinco años antes de cambiar, a menos que ocurra algo extraordinario… como el control del tiempo.
El hotel hervía de miembros de la conferencia. Habían venido de todos los seis estados de Nueva Inglaterra, de Nueva York y de Washington. Llegamos poco antes del almuerzo, a tiempo para una breve ceremonia en el exterior en honor del día Cuatro.
Mientras nos abríamos paso a codazos a través de la multitud hacia uno de los cuatro restaurantes del hotel, Ted murmuró:
— ¡Hay aquí más políticos de los que vi jamás reunidos bajo el mismo techo!
Comimos con rapidez y luego fuimos a uno de los gerentes del hotel para que nos indicase cuál era la sala de conferencias en donde teníamos que hablar. Era una "habitación pequeña, sin ventanas, con un proyector de diapositivas instalado en un extremo y una pantalla en el otro.
— Llegamos temprano — dijo Ted mientras el gerente cerraba la puerta a su espalda -. Aquí no hay nadie.
— Pondré tus diapositivas en el proyector — anuncié.
Estaba colocando la última cuando se abrió la puerta y un hombre de unos treinta y cinco años entró.
— Soy Jim Dennes — dijo, tendiéndonos la mano.
El congresista Dennis tenía un rostro redondo y agradable, ligeramente rojizo, con una lenta sonrisa y unos ojos que parecían meditar mucho más allá de la superficie de las cosas. Casi tenía mi propia estatura y era de una constitución mediana.
— ¿Por qué un congresista de Lynn se preocupa de la sequía? — preguntó Ted -. Lynn posee una planta desalinizadora.
Dennis meditó un momento antes de responder.
— Exactamente yo no diría que estoy preocupado… sino interesado. Pertenezco a la Cámara del Comité de la Ciencia. Hemos oídos algunos comentarios sobre la sequía, pero los expertos siguen diciéndonos que no hay problema, que no hay problema en absoluto. Lo dijeron cada vez más alto durante el pasado mes. Ahora parece que ustedes si creen que hay problema.
— ¿No se fía de los expertos? — inquirió Ted.
Dennis sonrió:
— No, cuando todos están de acuerdo.
A los pocos minutos nuestro público empezó a llegar. El congresista Dennis conocía a cada cual por su nombre y nos los presentó a medida que penetraban en la sala. Para cuando empezamos, once hombres estaban sentados en torno a la mesa de conferencias. Todos procedían de los departamentos agrícolas de los estados de Nueva Inglaterra, excepto uno que representaba a la oficina del Departamento de Meteorología de Boston, un tal señor Arnold.
Debe ser alguien nuevo, escribió Ted en su libreta para que yo lo leyese. Nunca le vi en Climatología.
Después de que todos se hubieran sentado, Ted empezó su discurso. Las diapositivas eran principalmente fotos del gran mapa que existía en Eolo, describiendo en una secuencia gráfica como persistiría la sequía y empeoraría durante el resto del año.
— Y todavía estamos pendiente abajo — resumí -. La sequía ni siquiera ha llegado aún al fondo; queda por venir lo peor.
— Espere un momento ahora — interrumpió Arnold. Era un hombre enjuto, de marcados rasgos, el pelo ralo y peinado para cubrir las zonas calvas.
Ted apagó el proyector y las luces de la habitación se encendieron.
— ¿Cuánta fe podemos tener en esas predicciones? Preguntó Arnold -. Seis meses de anticipación son demasiado para sacar conclusiones concretas.
— Media docena de grandes firmas comerciales están adquiriendo nuestras predicciones a largo plazo. Y aun cuando las predicciones con seis meses de antelación no son tan de confianza como nuestras predicciones quince dias, siguen mostrando la tendencia general. La sequía va a estar con nosotros durante largo tiempo.
— Hay una gran diferencia entre dos semanas y seis meses.
Ted caminó despacio hasta la silla del meteorólogo, su rostro enrojeciéndose. Antes de que pudiesen decir nada, intervine yo.
— Creo que nuestro método de predicción es mucho más detallado que el del Departamento de Meteorología, por lo que una predicción de seis meses será considerablemente más exacta de lo que usted pueda imaginar a primera vista.
Ted, cerniéndose sobre el señor Arnold, añadió con una voz a duras penas controlada.
— El lunes por la mañana enviaré a cada uno de ustedes una predicción regular semanal. Se predecirá con exactitud las condiciones del tiempo, hora a hora, para cada sección de Nueva Inglaterra durante los siguientes catorce días. Compárenla con cualquier otra predicción que quieran ustedes… no existirá ninguna tan segura o tan detallada.
— Eso queda fuera de la cuestión — dijo uno de los demás -. No veo dónde pueda afectarnos en la realidad la sequía. Después de todo, tenemos las plantas desalinizadoras… no hay escasez de agua, poseemos todo el océano para aprovisionamos.
— Eso está bien, para aquí, en Rhode Island — le contestó su vecino. Una planta desalinizadora cubre todas vuestras necesidades. Pero en New Hampshire ya notamos la escasez. Las granjas lecheras y algunas plantas industriales se quejan de la mala calidad del agua y de la escasez actual.
— Lo mismo ocurre en Massachusetts Occidental — asintió el hombre que estaba enfrente. Gesticulando con un largo cigarro añadí — Según la gente de Washington, no podremos construir otra planta desalinizadora antes de dos años. Para entonces el daño ya estará hecho.
— Pero todo esto es cuestión de control y conservación de agua durante años y se han dado algunos pasos muy notables. Lo hacemos tan bien en ese aspecto como se podría esperar y ciertamente no hemos mejorado en absoluto de la noche a la mañana. El problema es que puede que no haya bastante agua asequible si el señor Marrett tiene razón y continúa la sequía.
Seguimos utilizando sólo el siete por ciento de la lluvia que en la actualidad cae — dijo Arnold -. El resto se pierde en el mar.
— Puede que sea verdad — asintió Dennis tranquilo, pero, por ahora, no podemos hacer nada mejor.
Ted volvió a la cabecera de la mesa.
Hagamos frente a los hechos. Todo el trabajo que han invertido ustedes en gobernar el agua y controlar el envenenamiento de la atmósfera se ha visto casi superado por el crecimiento de la población y de la industria. Corran ustedes todo lo que puedan para permanecer delante del problema. Ahora la sequía va a hacerles flaquear las piernas. A menos que algo cambie condenadamente pronto, no van a tener más remedio que recurrir al racionamiento de agua.