Nos quedamos allá, en a playa, toda la noche, contemplando cómo los meteoros ardían al cruzar el cielo, tiras de luz contra las inmutables estrellas. Venían de todas direcciones, adquiriendo gran brillantez, algunos de ellos chisporroteando mientras cruzaban el firmamento y se apagaban, todo en el transcurso de un latido del corazón. Si se seguía su rumbo hacia atrás, todos apuntaban a la constelación de Perseo, el Héroe.
En cierto modo me recordaron a Ted; aquellos meteoros que se convertían a sí mismos en estrellas, parecían tener un lugar común mientras cruzaban el firmamento, brillantes, decididos, siguiendo un rumbo que jamás oscilaba. Se movían en absoluto silencio, en fantasmal contraste con su destellante luminosidad. Era como si supiesen exactamente dónde tenían que ir y se apresuraran a ocupar los lugares asignados antes de que terminase algún plazo celestial.
Durante horas nuestra conversación se limitó a breves referencias a los meteoros. Ocurrían muchísimas cosas por encima de nuestras cabezas para pensar en otros detalles. Pero, por último, el cielo empezó a palidecer y la lluvia de meteoros disminuyó. En alguna parte cerca de la casa oí cómo un pájaro empezaba a cantar. Las estrellas se desvanecían y el horizonte amarillo empezaba a colorearse.
Caminamos; de pronto tuvimos sueño y regresamos a la casa.
— ¿Cómo está Ted? — preguntó Barney.
— ¿No le has visto?
Negó con la cabeza.
— Hace más de una semana.
— Se encuentra bien — dije -. Trabajando como un demonio. Bueno, como dos demonios.
— Tío Jan dice que está como poseído… dominado por la idea de controlar el tiempo.
— Pero ¿por qué? ¿Por qué alguien se enfrasca tan en una idea?
Ella se detuvo y volvió para mirar al cielo iluminado levante.
— No lo sé. Quizá tenga miedo de que no haya otra cosa que pueda hacer tan importante. Sea lo que sea, eso podría destruirle. Si no resulta… o si no consigue hacerlo resultar… Se haría pedazos.
— Me lo imagino, pero todo parece ir muy bien comenté.
— Me da miedo por él, Jerry. Algo ocurre en Climatología. No estoy segura de lo que es, no dejan que meta las narices. El doctor Rossman tiene a un grupo especial trabajando solito. Incluso está al mando de una sección de nuestros computadores y nadie se les puede acercar.
— Eso puede significar disgustos.
Asintió con un gesto nada feliz.
— El doctor Rossman ha hecho varios viajes a Washington durante la semana pasada. Creo que para entrevistarse con el alto personal de Environmental Science Services Administration.
— ¿ESSA? ¿Y con quién habla allí?
— No estoy segura. Su secretaria dejó escapar algo sobre la sección de licencias, pero no comprendí a qué se refería.
XI
RUPTURA
Ted se puso furioso al enterarse de las noticias de Barney.
— ¡Muy propio de él! — Gritó en mi despacho a la mañana del lunes -. No puede imaginar lo que estamos haciendo. Así que se traslada a Washington tratando de ponernos impedimentos — siguió golpeando el puño en la palma de su otra mano mientras paseaba arriba y abajo, delante de mi escritorio.
— Parece que está pulsando contactos importantes — dije.
Ted se detuvo y me miró fulminante.
— ¿Contactos? ¡Vamos a ver si consigue algo tan bueno como nosotros tenemos!
Salió de estampida del despacho. Me levanté de la silla y fui tras él. Medio corriendo, le seguí pasillo abajo hasta su taller. Tuli y otros tres miembros del personal estaban enfrascados en una tremenda conversación cuando entramos.
— ¡Calma, aquí está el jefe!. ¡O uno de ellos. No sé si se referían a Ted o a mi.
— Que uno de vosotros opere los mandos de la pantalla visora ordenó Ted mientras se dirigía a~ gran mapa luminoso. Tul fue hasta el escritorio mientras Ted cogía una linterna cuyo rayo serviría de puntero. Está bien, volved al sistema normal.
Los símbolos del tiempo en el gran mapa desaparecieron brevemente cuando Tuli tocó los botones de la consola. Luego un dibujo de flechas de colores tomó forma en el mapa. Ted permaneció inmóvil durante un momento, todavía hirviendo de furor, tratando de dominarse a sí mismo.
Por último, dijo:
— Este es el sistema usual del viento para los Estados Unidos continentales durante el verano. — Señalando con la linterna, explicó -: La corriente en chorro viene sobre la Costa Oeste, se hunde hasta el Sur y luego gira hacia el noreste. Aire frío, esas flechas azules, que baja del Canadá, se mete en el torrente occidental y se decanta hacia el Atlántico.
Me miró de reojo para ver si lo entendía. Asentí.
— Las flechas rojas muestran el aire marítimo tropical que sube desde el Golfo de Méjico y el Caribe, a lo largo de la Costa Este. Para nosotros ése es el aire que trae lluvia.
Hizo un gesto a Tuli, que maniobró en otro juego de botones.
— ¿Ves ahora ese borde de altas presiones sobresaliendo hacia el océano? Asciende hasta grandes alturas. La posición se mueve en redondo un poquito, pero de ordinario no se separa de la costa. El aire de las alturas fluye hacia el norte a lo largo del lado Oeste del saliente… en el sentido de las agujas del reloj, en torno a un anticiclón… subiendo por los mares tropicales y a lo largo de la Costa Este.
— Eso es lo que guía el aire lluvioso hacia Nueva Inglaterra — deduje.
— Exacto. Ahora, fíjate en el sistema de sequía.
Tul hizo que los símbolos del mapa cambiaran. El borde de altas presiones se movió hacia el oeste tierra adentro y se instaló aproximadamente en torno a la cadena de montañas Apalaches. La corriente en chorro se curvó en una ruta más hacia el sur. Y las rojas flechas del aire lluvioso avanzaron hasta mitad del camino subiendo por la Costa Este, luego se dividieron; una parte giró hacia el mar, la otra penetró en los Estados del Oeste Medio.
Ted, olvidándose poco a poco de Rossman en su concentración con la meteorología, se había enfriado bastante.
— Ahora, mira. El borde de altas presiones avanza tierra adentro y absorbe, atrayéndolo, al aire marítimo para que entre principalmente en el Oeste Medio. Pero Nueva Inglaterra se ve cortada. Y, aún peor, ahora hay aire seco y frío que baja por el lado de levante del saliente, entrando precisamente en Nueva Inglaterra. Incluso si le proporcionásemos humedad, el aire no estaría lo bastante saturado para que lloviera.
— Pero si le dieses suficiente humedad…- Empezó Tuli.
— Nunca hay "suficiente", químico oriental. No cuando los puntos de escarcha son tan bajos como ahora. Este aire canadiense, que, baja por las laderas de levante del saliente, seca cualquier humedad que nosotros tengamos. ¡Seguro!el vapor de agua aún está ahí, pero la humedad relativa queda muy baja. Se consiguen gotitas menores, sólo de un tamaño de cinco o diez micrones. ¡Demasiado ligeras para que caigan! Se necesitan gotas de cincuenta micrones para que llueva.
Avanzando hacia el mapa, Tuli arguyó:
— ¿Entonces por qué no siembras las nubes y obligas a que caiga la lluvia? Si hay humedad asequible…
— La siembra no es solución, a menos que quieras sembrar todo el día, cada jornada. En cuanto dejes de sembrar, dejará de llover. Costaría unos cuantos millones de dólares diarios conseguir una lluvia decente, camarada. ¡La maldita sequía resultará más barata!.
— Y, entonces, ¿qué hacemos? — pregunté.
— Conseguir que el medio ambiente natural trabaje por nuestra cuenta, en lugar de luchar contra él.
— ¿Y cómo lo conseguirás?
Señaló con un gesto la pantalla.
— Tenemos que hacer retroceder a ese borde de altas presiones sobre el Atlántico, lejos de la costa.