— Pero tampoco enemigos — respondí.
El comandante Vincent alzó las manos en un gesto que quiso decir "hice cuanto pude".
Ted hirvió de cólera al contarle la oferta del comandante.
— Así que permiten que Barney se quede. ¿Qué tiene de malo Tuli? ¿,La Fuerza Aérea teme que forme parte el peligro amarillo?
— Parece que lo que temen es la amenaza roja. — Mongolia, oficialmente, es una nación socialista.
— Amenaza roja, peligro amarillo… únelo todo y tendrás una masa anaranjada — no lo decía en plan de chiste, — ¿y qué hacemos, embarcamos a Tuli de vuelta a Mongolia dentro de un cajón?
— Oficialmente está suspendido — comenté, — ¿pero por qué no puede trabajar temporalmente para Eolo? Sólo hasta que este lío se aclare. Podemos instalarle en un despacho particular, cerca de nuestro edificio.
Ted meditó un momento.
— ¿Quizá resultará. Existe el problema de la polución del aire en la Cúpula de Manhattan. Tuli podría ayudar a resolverlo. Lo haría como empleado de Climatología, pero no es posible, por culpa de Rossman. Claro que siendo miembro de Eolo…
Asentí.
— Prepararé los papeles en seguida. Tuli puede ingresar en nuestro equipo como consejero eventual.
— De acuerdo — asintió Ted. — Pero toda esta operación militar es errónea de cabeza a rabo. Estoy pensando en el asunto. Si van a manejar el control del tiempo como un arma secreta, toda la idea se va a ver sofocada por dificultades.
El viento había recorrido largo trecho. Cosa de tres semanas antes fue frío, una ráfaga seca que nacía en la tundra de Siberia mientras las heladas de noviembre marchaban hacia el sur, cruzando el lago Baikal. Sopló hasta el amplio Pacífico, arrancando humedad del mar. El viento del oeste invadió América en un frente de mil trescientos kilómetros de amplitud, haciendo que los agricultores de California adoptaran medidas para impedir las heladas que por indicarían la última etapa del fruto en sazón. Cuando ascendió por las Rocosas, el viento dejó caer la primera lluvia; luego, un manto de nieve de más de un palmo de espesor mientras entregaba así la humedad capturada. Volvió a ser un viento seco cuando descendió por la otra ladera de las montañas y cruzó el desierto del suroeste. Se curvó hacia la Costa del Golfo, adquirió algo más de vapor de agua y, guiado por la corriente en chorro, se precipitó hacia el norte en Nueva Inglaterra. Para cuando llegó a Boston se había enfriado hasta el punto de la escarcha y roció toda la zona con una fina polvareda de nieve. Los niños, encantados, bajaron a las bodegas o subieron a los desvanes para buscar sus trineos y patines. Los adultos, malhumorados, se dirigieron a sus garajes, murmurando algo acerca de los neumáticos para la nieve y los inviernos de Nueva Inglaterra.
Jim Dennis llamó poco antes del Día de Acción de Gracias y nos invitó a los cuatro para que pasásemos la tarde del día de fiesta en su casa.
— Quiero presentarles a alguien — dijo -, que está interesado en sus problemas con el proyecto del tiempo del Pentágono.
Sorprendido, dije:
— No sabia que estuviera enterado. Se supone que el proyecto es secreto.
— Pues se asustaría al enterarse de lo que sabe un congresista — respondió, con una pícara sonrisa.
Me llevé a Barney, Ted y Tuli a Thornton para la cena del Día de Acción de Gracias y, luego, fuimos todos en coche a casa de Dennis. Empezó a nevar cuando nos acercábamos a Lynn.
— En la hora exacta — dijo Ted, consultando su reloj de pulsera -. Este año tendremos un invierno con mucha nieve. -
La hacienda de Dennis estaba llena de niños, amigos, correligionarios políticos, solicitantes de votos y vecinos. Jim iba de aquí para allá entre su despacho y la sala de estar, que quedaban separados por el vestíbulo principal de la casa. La sala de estar se hallaba atestada de adultos con mente política de una especie u otra. Problemas comerciales. Nosotros encajábamos en esa categoría, pero la señora Dennis nos llevó primero a remolque, presentándonos a todos los del comedor, en donde se servía el principio de un segundo turno de la cena del Día de Acción de Gracias, y nos acomodó en la cocina.
Se encargaba de los niños y de los adultos no políticos. El comedor, la cocina y todas las zonas de juego eran su dominio. De alguna forma logró mantener a todos felices y alimentados y a los niños distraídos de manera inofensiva, mientras permanecía con un aspecto tranquilo y nada agitado, Barney la contempló impresionada.
— Pueden colocar sus abrigos en la mesa de la estufa — dijo, señalando a un antiguo ejemplar de estufa de las que 'empleaban madera para quemar-. Jim estará acepado un ratito. ¿Quieren cenar algo? ¿Qué les parece sidra y pastel de frutas? ¿O algún dulce?
Todos declinamos excepto Ted, que siempre tenía sitio en su estómago para las golosinas. Pudo ser una media hora lo que permanecimos de pie en la cocina con una banda de desconocidos y de niños, pero la señora Dennis logró conseguir que nos sintiésemos como en nuestra casa. Nos conocía a todos por el nombre propio y pronto empezamos a hablar del tiempo… y de lo que podíamos hacer con él.
Ted estaba ya alcanzando su andadura normal en esta clase de conversaciones cuando entró Jim, con las mangas de la camisa arremangadas, la corbata floja, sonriendo feliz.
— Los días de fiesta son aquí a veces bastante confusos — nos dijo -. Lamento que no hayan podido venir para la cena. Sin embargo, creo que he comido pavo por todos ustedes.
— Hablábamos de nieve — dijo la señora Dennis -. Ted cree que va a detenerse la nevada dentro de una hora, poco más o menos.
Jim soltó la carcajada.
— Ted no lo cree. Lo sabe.
— Eso espero — repuso Ted.
— Está bien — indicó el congresista -, así que no hay que molestarse en sacar palas y ponernos las botas. Ahora, ¿qué les parece a ustedes cuatro si vienen a un extremo mas tranquilo de la casa? Y, Mary, ¿podrías servirnos más café?
— Durante los días de fiesta la única vez que te veo — dijo ella -, es cuando tienes hambre o cuando tienes sed.
— Los políticos llevan una vida muy dura.
El despacho del congresista era pequeño pero sorprendentemente tranquilo.
— Las paredes son a prueba de ruidos — nos dijo -. Con cinco niños y sus amiguitos siempre por la casa… o lo hacia así o me volvía loco.
Señaló con un gesto las sillas. Yo elegí una mecedora. Tres paredes del despacho estaban cubiertas de estanterías; la cuarta tenía un par de ventanas con diversas fotografías enmarcadas entre ellas.
Después de que la señora Dennis trajera el café y nos sirviésemos, Jim comenzó:
— El comité de Ciencias va a empezar en enero sus discusiones sobre el trabajo del Departamento de Meteorología. Naturalmente que la idea de ustedes sobre el control del tiempo se convertirá en la gran noticia.
— Eso es sí…
— Aguarde, hay más. El Pentágono ha estado ejercitando sus influencias para poner en marcha su proyecto. Su obra será secreta, si logra adelantarse al Congreso y a la Casa Blanca. Mientras, no es un secreto el que busquen un proyecto para controlar el tiempo. L3 noticia corre por todo Washington y podría convertirse en un balón político de primera clase. Claro que…
Sonó el timbre de la puerta. Jim dijo.'
— Creo que se trata de nuestro misterioso invitado.
Fue hasta el vestíbulo y saludó a un hombre que acababa de entrar por la puerta principal.
— Me alegro de que pudiera venir — le oímos decir -. Deje su abrigo en la mesa del teléfono y entre. Todos están ya