En efecto, el Comité dejó el problema surgido entre el Pentágono y THUNDER en manos de la Administración, que es lo que deseaba precisamente el doctor Weis, puesto que era consejero de la Casa Blanca en asuntos científicos y técnicos. Así que no nos pilló de sorpresa cuando, a principios de marzo, el doctor Weis nos invitó a Ted y a mí a su despacho en la Casa Blanca.
ciclogénesis: el nacimiento de una tormenta. Mézclese a partes iguales aire húmedo marítimo y aire frígido polar. Agítese bien en sentido contrario al movimiento de las agujas del reloj. Celóquese la tempestad ciclónica sobre cabo Hatteras a primeros de marzo y vigílese con atención. Obedeciendo la lógica del impulso de la energía solar, la rotación de la tierra, les vientos y las aguas en las zonas de su alrededor, la tempestad se muevo hacia el norte siguiendo la costa Atlántica. En las Carolinas deja caer lluvia congelada y escarcha, pero cuando penetra en Virginia un suministro mayor de aire polar, que viene por su cuenta, las precipitaciones se convierten en enormes y húmedos copes de nieve. Washington queda enterrado en blanco, mientras que, más al norte, en Filadelfia, Nueva York y Boston, ejércitos do hombres y máquinas empiezan su lucha en masa contra la nieve y esperan poder impedir que sus ciudades queden paralizadas por la ventisca que crece por momentos.
Cuando Ted y yo tomamos el tren subterráneo en Boston, el cielo estaba todavía claro. Pero sabíamos que Washington se encontraría en mitad de la ventisca mientras llegábamos a la estación terminal. Incluso subterráneamente se podían advertir los efectos del tiempo: las gente atestaba el terminal de la capital, llegando tarde al trabajo, trastornada, muchos con aspecto colérico. Los que bajaban por las escaleras mecánicas desde la calle tenían los hombros y los sombreros llenos de espesos copos de nieve. Las botas dejaban regueros húmedos por doquier. Una de las aceras rodantes subterráneas estaba atestada de gente.
Ted insistió en salir al exterior y caminar las pocas manzanas entre la terminal y la Casa Blanca. No se veía nada en las calles de la ciudad; incluso las aceras rodantes de superficie estaban desconectadas. Los pocos peatones que forcejeaban para caminar tenían que inclinarse casi hasta la cintura para resistir el fuerte viento. La nieve era espesa y pesada bajo las botas y al cabo de medio minuto tenía yo un frío que me llegaba hasta los huesos… penetrando incluso por mi recio abrigo, botas, guantes y sombrero de piel.
Pero a Ted le gustaba.
¡Con un par de compañías de esquiadores podríamos ocupar el Gobierno.
— A ti te lo dejo murmuré desde detrás del cuello de mi abrigo subido. No me gustan los días así.
— No te preocupes, todo pasará dentro de una hora, poco más o menos. Soplará viento norte. Volveremos a encontrarnos con la ventisca en Boston otra vez, esta noche.
— Perfecto cronometraje.
El despacho del doctor Weis era una habitación espaciosa y ventilada en la zona de la Casa Blanca reservada a los ejecutivos, con ventanales franceses que daban al jardín, ahora oculto por la nieve de la ventisca.
— Por lo menos aquí se está caliente — dijo mientras nos señalaban un par de sillas -. ¡Ustedes dos tienen el aspecto de haber venido a pie desde Boston!
— Si, esa sensación tengo yo — respondí.
Ted soltó la carcajada.
— Quiero darles un informe de primera mano de a situación en que estamos con THUNDER — dijo el doctor Weis, meciéndose hacia atrás ligeramente en su gran sillón tapizado.
— Antes de que lo haga — le interrumpió Ted -, debería saber algo acerca de la próxima temporada de huracanes. Hice unas pocas investigaciones preliminares la semana pasada. Muy impresionantes, pero parece ser que la temporada será igual a la del pasado año. Poco más o menos, el mismo número de tormentas. Es decir, si las dejamos desarrollarse.
El doctor Weis cogió una pipa de la pequeña estantería que tenía en el escritorio.
— La perspectiva de acabar con los huracanes es muy atractiva, aunque en extremo cara. Es casi la única cosa que puede soportar la presión que está haciendo el Pentágono en las reuniones del Gabinete.
— Entonces la cosa ha llegado a ese nivel — dije.
— Pues claro que sí — El doctor Weis encendió su pipa -. Pero creo que tenemos un asidero. He estado gritando que el acabar con los huracanes ayudaría al comandante Vincent y a su personal a enterarse de algunas cosas básicas que deben saber antes de empezar con los experimentos de la modificación del tiempo. Así, en cierto sentido, THUNDER no se opone al Pentágono, sino que le ayudará.
— Aguarde un momento — dijo Ted -. El acabar con los huracanes es parte del espectáculo… destruiremos perturbaciones tropicales, no tormentas adultas.
— Sí, lo sé.
— Pero la idea real del Proyecto es aprender cómo controlar el tiempo lo bastante bien para dirigir a los huracanes lejos de la costa. Sólo perseguiremos perturbaciones tropicales y las aniquilaremos hasta que seamos lo bastante listos para controlar los huracanes.
— De eso quería hablarles — indicó el doctor Weis -. Esa parte del control del tiempo del plan ha provocado una gran cantidad de críticas. Y vienen de diferentes
— Pero eso es…
— Escúcheme ahoraTed cl doctor Weis se inclinó hacia adelante y puso sus brazos en el escritorio. Usted admite que no sabe lo bastante para controlar el tiempo de modo que los huracanes no se acerquen a nuestras costas. Aun cuando lo supiese, tendría que controlar el tiempo de la mayor parte de la zona continental de los Estados Unidos…
— Y Canadá.
Asintió.
Y Méjico también, se lo garantizo.
— Seguro. ¿Y qué?
— Es peligroso políticamente. Explosivo. Hay demasiadas posibilidades de que algo salga mal. ¿Y si comete usted un error? Las consecuencias podrían ser desastrosas.
— Espere un momento — repuso Ted -. ¿Qué piensa que quiero hacer? ¿Desviar el Mississipi por Arizona? Controlaremos el tiempo, claro, pero no lo suficiente para causar desastres. ¡Aunque quisiéramos, no podríamos! Hay demasiada energía complicada en el asunto. No vamos a hacer que nieve en California ni tampoco deshelar Alaska.
— Usted y yo lo sabemos, Ted, pero ¿qué creerá el elector medio? Muchas personas se enfadan con el Departamento de Meteorología cuando les llueve en sus posesiones, o cuando padecen sus cosechas. ¿Se da usted cuenta de la dinamita política que sería para el Gobierno aceptar la responsabilidad de controlar el tiempo?
— También fue una bomba política declarar la independencia en el año 1776. — ¡Hay cosas que es preciso hacer!.
— El control del tiempo llegará a ser una realidad — replicó el doctor Weis, su voz un poco más alta que de ordinario y también más nasal -. Pero no se puede uno meter en eso demasiado rápidamente. El Proyecto THUNDER… la parte de acabar con los huracanes, es decir… es un principio excelente. Después de un año o dos de demostraciones triunfales, estaremos dispuestos para intentar el próximo paso. Y, más importante, el país se encontrará psicológicamente preparado.
— ¡Pero lo podemos hacer ahora, este año!. Lo único que nos hace falta es comprobar las teorías y ponerlas en práctica.
— Estamos técnicamente dispuestos, pero no de manera política. Y aun en el aspecto técnico, las primeras operaciones en el control del tiempo serán algo más que jueguecitos cuyos resultados se supone.
Ted dio un puñetazo en el brazo de su sillón.
— Mire, no sé qué es lo que le da miedo. Ahora llueve y nieva sobre las personas. Tenemos inundaciones y sequías. Y el Gobierno recibe las culpas de todos los chiflados. ¿Y qué? ¿Qué hay de las sequías en donde el Gobierno se ha apuntado los honores por cortarlas en seco, o las inundaciones que no vuelven a suceder, o las máximas cosechas que el tiempo controlado puede proporcionarles?