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Ted asintió. Fuera, en el pasillo, murmuró:

— Haríamos muchos progresos más si yo tuviese todo THUNDER, en lugar de la parte más dura.

XVI

PROYECTO THUNDER

Fueron unos frenéticos cuatro meses. Entre marzo y julio teníamos que organizar un proyecto que comprendía aviones de la Fuerza Aérea, barcos de la Marina, satélites de la NASA y un buen tanto por ciento del talento y el equipo del Departamento de Meteorología. El personal del Proyecto fue extraído principalmente del pequeño grupo de Ted en Climatología y de mi personal en Eolo. También me encargaron de contratar a nuevas personas, que, oficialmente, trabajaban para Eolo, pero que en realidad eran personal de THUNDER. Y, puesto que el Proyecto n~ era ahora militar, Barney y Tuli quedaron en libertad para trabajar con nosotros.

Por último, la primera semana de julio, estábamos dispuestos para partir hacia Miami. El doctor Barneveldt nos despidió en el aeropuerto Logan, junto con una multitud de periodistas y fotógrafos. Ya no nos escondíamos de la publicidad; de hecho, estaba programada una conferencia de prensa en Miami, a última hora de aquella tarde.

Tras unas cuantas palabras finales de despedida, despegamos en el reactor del personal directivo. A bordo teníamos mucho trabajo que hacer. Yo revisé un borrador de nuestro acuerdo con el Gobierno británico referente a las islas Bermudas. Ted había decidido que THUNDER protegería al continente de Norteamérica y las islas del Caribe; pero quería dejar en paz a las tormentas en el océano abierto. Tenía dos motivos. Primero, necesitaba un control científico en los experimentos de THUNDER y las tempestades que no tocásemos podrían utilizarse como comparación contra aquellas en las que trabajáramos. Segundo, simplemente no teníamos recursos para afrontar cada perturbación en todo el océano.

Pero las tormentas que permanecían lejos del continente ahora amenazaban las Bermudas, así que tuvimos que concertar un acuerdo con los ingleses para que las Bermudas no quedasen protegidas.

Mientras leía los papeles del Departamento de Estado, Ted y Barney, a la otra parte del pasillo con respecto ~ mí, hablaban de la conferencia de prensa a la que se enfrentarían aquella tarde.

— Es importante dar a los periodistas la impresión Correcta — decía Barney -. Tenemos que demostrarles que THUNDER es estrictamente un experimento.

Ted asintió con impaciencia.

Yo alcé la vista de mi lectura.

— Ted, no te olvides que el doctor Weis estará presente, en el estrado, contigo. Será mejor que no digas nada que suene a control del tiempo.

Me dirigió una mirada de malhumor.

— No trates de predecir el futuro — añadió Barney -. Sólo habla del trabajo que vamos a hacer para el Proyecto. No dejes que los periodistas te coloquen en una posición en donde te veas obligado a hacer promesas…

Alzó las manos.

— Quizá debería ponerme una barba postiza, unas gafas oscuras y marcharme antes que empiece la conferencia de prensa. Escuchad, sabéis tan bien como yo que, tenemos resultados con THUNDER, o nos dan la patada. No tratemos de olvidarlo. No importa cuanto alardeemos, todos saben que si dejamos que un huracán pase a través de nuestros medios y cause daños, estaremos perdidos. Tenemos la obligación de echar el cerrojo.

Tuli asomó la cabeza desde el asiento de detrás de Ted.

— No podremos detener a cada huracán. No, a menos que las perturbaciones estén lo bastante espaciadas para que trabajemos en una o dos al mismo tiempo. A estas alturas de la temporada, cuando las perturbaciones vienen en grupos, algunas de ellas se nos escaparán.

— Eso es cierto — asintió Barney. Volviéndose a Ted, le apremió. Es preciso que seamos precavidos, especialmente delante de los periodistas.

Si fuésemos precavidos — gruñó Ted -, no estaríamos ahora en este avión.

Uno de los más elegantes hoteles de Miami Beach había sido elegido para la conferencia de prensa. El salón de baile principal estaba atestado y bajo los focos de la televisión todos sentimos calor y nerviosismo.

El jefe de la oficina en Miami del Departamento de Meteorología nos presentó con un inacabable discurso.

— Brillantes jóvenes científicos… con nuevas ideas desafiantes… atrevida juventud…

Ted permanecía arrellanado en su asiento, amenazador como una tronada: poderoso, peligroso, a punto de estallar.

Cuando, por último, terminó el jefe de Miami, el doctor Weis tomó la palabra De una manera cuidadosa recordó a todos el efecto de los huracanes que alcanzaron el continente de los Estados Unidos el año anterior, y los millares de millones en daños que originaron. (Mientras hablaba, la mayor parte del elemento turístico de Florida se amontonaba en los aeropuertos y terminales, marchándose a zonas más seguras hasta que hubiera terminado la época de los huracanes.)

— Si tenemos éxito en detener aunque sólo sea un huracán, impidiéndole que llegue a alcanzar la costa continuó el doctor Weis -, los ahorros en daños causados por la tempestad, por no mencionar las vidas humanas, pagarán con suficiencia el coste de todo el Proyecto.

Después de una revisión detallada de la organización THUNDER y de dar el crédito debido a ESSA, al Departamento de Defensa, al servicio de Guardacostas, al Congreso y toda otra organización gubernamental que tuviese algo que ver con la tierra, el mar o el aire (incluso mencionó Eolo), el doctor Weis indicó a los periodistas que podían hacer preguntas.

Las hubo en abundancia. Y al cabo de cinco minutos, se dieron cuenta que Ted era su clave para una buena historia; continuaron disparándole preguntas a él. Por último, uno de los periodistas dijo:

— Ha habido muchas pruebas de modificación del tiempo en el pasado, pero éste es el primer programa de control del tiempo en gran escala del Gobierno, ¿no?

El doctor Weis tomó el micrófono de la mesa y, teniéndolo entre las manos, respondió antes de que pudiese hacerlo Ted.

— El Proyecto THUNDER no es un programa de control del tiempo. Es, simplemente, un experimento limitado a los huracanes, a pesar de su tamaño. El Proyecto intentará modificar las perturbaciones tropicales que puedan crecer y convertirse en huracanes capaces de amenazar zonas pobladas. Eso es todo cuanto se hará. Ningún otro aspecto del tiempo será ni rozado, y no controlaremos el tiempo, por mucho que se esfuerza la imaginación popular.

Ted miró a lo largo de la mesa al Consejero Científico, luego se volvió a su micrófono.

— El Gobierno no está preparado para el control del tiempo. Por lo menos, todavía no. A la mayor parte del personal del THUNDER nos gustaría probar un programa a gran escala de control del tiempo. Derecho, el verdadero control del tiempo será mucho mejor que mantener a los huracanes fuera de nuestras puertas.

— Yo no lo hubiese dicho de esa manera — afirmó el doctor Weis, jugueteando con su pipa -. El Proyecto THUNDER es un emocionante primer paso hacia el eventual control del tiempo. Pero…

— Pero nos vemos constreñidos a traba lar con las perturbaciones mientras estén fuera, en el mar… No se nos ha confiado la misión de cambiar el tiempo por encima de los Estados Unidos.

El rostro del doctor Weis cambiaba de color.

— Es preciso aprender a caminar antes de echar a correr. Todavía no se ha demostrado que se pueden modificar las perturbaciones. Con buena suerte… y paciencia… se conseguirá el control del tiempo en su debido momento.

Ted se encogió de hombros.

— Creo que el debido momento podría ser este año. Ya hemos aprendido a caminar. Podríamos correr, si fuera preciso… siempre y cuando el Gobierno nos lo permitiera.

Uno de los periodistas dijo:

— Señor Marrett… después de que haya terminado la temporada de huracanes, digamos, en torno al día de elecciones, ¿cómo podremos juzgar el éxito del Proyecto THUNDER?