Ted cerró los ojos momentáneamente, como el hombre que está dispuesto a lanzarse desde gran altura.
— Si en alguna parte del continente americano, o las islas del Caribe, se sufren pérdidas de vidas o de propiedades por un huracán… THUNDER habrá fracasado.
Hubo un momento eterno de sorprendido silencio.
Noté que se me abría la boca. Nadie podría vivir si fallaba aquella garantía. Ted miró fulminante a la mesa y al resto de nosotros, esperando que alguien se atreviera a contradecirle. Los periodistas corrieron a los teléfonos.
Los titulares de los diarios de la tarde lo resumían con limpieza:
"NINGUN HURACAN AZOTARA A LOS E. U. A.", PROMETE EL JEFE DE CONTROL DE LAS TEMPESTADES.
El doctor Weis estalló. Mantuvo a Ted sobre brasas durante — tres horas antes de volver en avión a Washington. Amenazó con cancelar todo el Proyecto, o por lo menos despedir a Ted y sustituirle por otra persona. Pero el daño ya estaba hecho. Y Ted insistió, tozudo:
— Es la verdad. Estamos aquí para detener los huracanes. No importa cuántos detengamos, si uno logra pasar, todos creerán que hemos fracasado. Nadie estará satisfecho con un proyecto de acabar con los huracanes que no los elimine. Una tempestad que pase, y estaremos prácticamente muertos. ¿Por qué ocultarlo?
Así que nos pusimos a trabajar, instalando los cuarteles generales del Proyecto en un edificio prefabricado que nos prestó la Marina en el muelle de la ciudad de Miami. Pero la promesa de Ted pendía de nosotros como una espada de Damocles.
A finales de julio tomó forma el primer huracán.
A dos mil kilómetros al este de Florida y a ciento veinte metros por debajo del agua, un banco de bonitos tan numerosos como la población humana de Miami, se alejó de pronto de una forma amenazadora que caía sobre ellos. Más grande que una ballena cachalote o incluso que una de la raza gigante azul, el submarino se deslizó sombrío a través del poblado mar, tomando muestras de las temperaturas del agua e informando por radio, cada media hora, al cuartel general do THUNDER. Un avión patrulla Dromedario, no tripulado, voló automáticamente cruzando el cielo del Atlántico medio, midiendo sin parar las condiciones atmosféricas y retransmitiendo la información al Proyecto. El avión y el submarino se cruzaron. Un técnico de la sección de traducción de datos do THUNDER contempló curioso cómo uno de los grandes computadores adquiría vida. Echó una rápida mirada a las palabras enigmáticas y a los símbolos que salían impresos; luego tomó el teléfono más próximo. Una especie de agujero de baja presión con aire frío mezclándose, una cálida columna de aire en el centro levantándose recta hacia la tropopausa y alzando consigo agua por debajo de la perturbación; un huracán estaba naciendo.
Bautizamos aquella primera tempestad con el nombre de Andrea. Permaneció en mitad del océano, así que no tuvimos que intentar modificarla. El huracán fue, sin embargo, un laboratorio viviente para nosotros; seguimos su curso minuto a minuto y enviamos escuadrillas de aviones dentro de él para medir y tomar muestras de cada faceta de su crecimiento. Andrea pasó cerca de las Bermudas, pero con nuestro aviso anticipado de su sendero, los isleños redujeron al mínimo los daños.
Bettina siguió las huellas de la primera tormenta, desarrollándose prácticamente de la noche a la mañana en el Caribe. La pillamos a tiempo, por poco, y mantuvimos a Bettina reducida a las proporciones de una pequeña tormenta tropical. Jamás adquirió fuerza de huracán, aunque causó bastantes dificultades allá donde sus vientos potentes y sus fuertes lluvias rozaron.
— Por poco se nos escapa — murmuró Ted cuando los resultados de nuestro trabajo en Bettina aparecieron en la gran pantalla que dominaba el centro principal de control de THUNDER -. Un par de horas más y habríamos llegado demasiado tarde. Hicimos lo mejor que pudimos.
Aprendimos de prisa, la temporada de huracanes había empezado ya y nos enfrentábamos con docenas de perturbaciones tropicales. Agudizamos nuestras técnicas y preparamos a nuestros equipos para luchar de manera estupenda. El doctor Weis llamaba prácticamente cada día, pero no teníamos tiempo para preocuparnos. Trabajábamos, comíamos, dormíamos y luego trabajábamos más. El tiempo se convirtió en una espiral mareante de descubrimientos, luchas y "asesinatos" de perturbaciones tropicales.
Sin embargo, Ted se comportaba de manera extraña. Estaba fuera del cuartel general de THUNDER tanto tiempo como se hallaba entre nosotros… Le seguí el rastro leyendo sus cuentas de gastos: Cabo Kennedy, Boston, Washington, Kansas City… incluso pasó un fin de semana arribaen el Satélite Espacial del Atlántico (que le costó al proyecto dieciocho mil dólares; los vuelos orbitales seguían siendo caros).
Pero cada vez que teníamos que enfrentarnos a algún trabajo realmente duro, aparecía Ted para dirigir la batalla. A veces llegaba presuroso hasta su escritorio, llevando en una mano su maletín de viaje y en la otra la bolsa con la ropa sucia, pero siempre se encontraba presente cuando las cosas tenían mal aspecto.
— ¿A qué vienen todos estos viajes? — le pregunté una tarde. Se efectuaba el cambio de vigilantes en el centro de control y Barney, Ted y yo comíamos bocadillos y bebíamos refrescos en él escritorio de nuestro jefe técnico.
— Estuve visitando a personas que pueden ayudarnos - Dijo entre bocado y bocado.
— ¿En Kansas City?
Sonrió.
— También tienen meteorólogos en K.C.
— ¿No te parece que eso queda muy tierra adentro para el control de los huracanes? — preguntó Barney. Sentía tanta curiosidad como yo.
— Mirad, a esos individuos no les hablo de THUNDER. Se trata del control del tiempo. Tarde o temprano necesitaremos todas las inteligencias y ayuda que podamos conseguir… cuando empecemos a controlar el tiempo por toda la nación.
— Pero tú no vas a intentar ningún trabajo de control del tiempo hasta que THUNDER se demuestre útil — dije.
— ¿Para qué esperar? — repuso -. Weis y sus comités quieren ir despacio. Si THUNDER fracasa, todos nosotros tendremos que volver a los laboratorios. Aun cuando si THUNDER tiene éxito, ¿qué pensáis que harán? — Antes de que pudiéramos contestarle, prosiguió -: Querrán que montemos otra vez THUNDER el año que viene y quizá cada año. El control de huracanes en grande… pero no suficiente, aun cuando resulte. Yo ambiciono el control del tiempo, no importa lo que sea o lo que tenga que hacer.
Barney me miró de reojo y luego dijo:
— No entiendo cómo tus viajes por la nación nos ayudan para conseguir el control del tiempo, Ted.
— Cuando termine la temporada de los huracanes, quiero sorprender a Weis, Dennis y los demás con una sólida historia sobre el control del tiempo. Pongo de nuestra parte a tantas personas como me es posible. Quiero mostrar a Washington que ya está preparado un gran equipo para luchar.
— ¿Pero qué sucederá si THUNDER fracasa? — pregunté -. Y todo lo que necesitamos es un huracán que se nos escape.
— Aún no hemos fracasado.
— Pero la parte más dura de la temporada está sólo empezando — indicó Barney.
— Lo sé. Hasta ahora nos mantenemos Tul y su gente hacen algo de trabajo colateral para mí… no mucho, sin quitar personal del trabajo regular del Proyecto. Pero obtenemos datos suficientes de las tempestades y de sus sistemas del tiempo para empezar a pensar en un sincero y honrado control. Ya sabéis, mantener en el mar a los huracanes, controlando el tiempo en todo el continente.
— ¿Investigación de control del tiempo? ~ Si se entera el doctor Weis…
— Que no se entere. Y, Barney, concede a Tuli todo el tiempo de computadores que necesite.
— Les hacemos funcionar veinticuatro horas cada día — contestó ella -. Necesitaremos que nos ayuden otros computadores de diversos lugares.