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— De acuerdo — repuso Tuli -. Pero daremos palos de ciego.

— Lo sé. ¿Tienes alguna idea mejor?

Tuli se encogió de hombros.

— Entonces que despeguen los aviones. — Se volvió a mí -. Jerry, tenemos elaborado un plan de batalla. Tuli te dará los detalles.

Me puse en pie en la resbaladiza cubierta del navío. El barco volvió a estremecerse y giró en redondo. Una ola nos dio por el otro costado y recorrió la cubierta, metiéndonos en agua espumosa hasta la rodilla y, por fin, la cubierta, volvió a ascender y quedó despejada temporalmente de olas.

- ¡Omega ha ganado! — rugió Ted en mi oído, por encima del bramar del viento -. ¡Estamos atrapados!

Permanecimos allí, agarrados a los asideros. El mar era imposible de describir… Una mezcla confusa de olas sin sentido ni sistema, sus cumbres desgarradas por el viento, la espuma mezclándose con la lluvia cegadora.

El teniente pasó junto a nosotros, agarrándose mano tras mano en la cuerda que corría a lo largo de superestructura.

— ¿Se encuentran los dos bien?

— ¡No hay huesos rotos!

— ¡Será mejor que suban al puente! — gritó. Estábamos cara a cara, casi tocándose nuestras narices; sin embargo, apenas podíamos oírle. ¡He dado órdenes de levar todas las anclas y de aumentar la presión de las calderas! ¡Tenemos que intentar salir de este azote mediante toda la potencia del barco! ¡Sí nos quedamos aquí, nos hundiremos!

Ahora me tocaba el turno. Pasé la mayor parte de la tarde consiguiendo que los aviones adecuados con la carga justa fuesen a los sitios exactos en donde era preciso realizar el trabajo. Durante toda esta operación me llamaba a mí mismo idiota por haber aceptado este exilio en el centro del océano. Necesité el doble de tiempo para enviar las órdenes que si hubiera estado en el cuartel general.

— No te molestes en decirlo — afirmó Ted cuando terminé -. Fue una estupidez venir aquí, de acuerdo. Pero es que tenía que alejarme de aquel lugar antes de remontar la cumbre de la colina.

— ¿Pero qué de bueno haces aquí? -pregunté.

Se aferró a la barandilla del puente y miró más allá de la proa del navío, hacia el horizonte.

— Podemos dirigir el espectáculo también desde aquí… quizá sea un poco más difícil que en Miami, pero se puede hacer. Si todo resulta, nos rozará el borde de la tormenta. Me gustaría verlo. Quiero notarla, ver lo que es capaz de hacer. Jamás vi un huracán desde tan cerca. Y es mejor estar aquí sentado, que en aquel cascarón sin ventanas del cuartel general.

— ¿Y si las cosas no van bien? — pregunté -. ¿Y si la tempestad no se mueve del modo en que tú quieres?

Dio media vuelta.

Probablemente no se moverá.

— Entonces podíamos perdernos todo el espectáculo.

— Quizás. O también podría descender hacia aquí y soplarnos en el cuello.

— Omega podría… ¿podría pillarnos en su centro?

— Existe tal posibilidad — dijo tranquilamente -. Será mejor que durmamos un poco ahora que se puede. Más tarde estaremos muy atareados.

El oficial ejecutivo nos acomodó en un pequeño camarote con dos literas. Parte de la tripulación del destacamento estaba de permiso en tierra y tenían un compartimento que nos pudieron destinar. Traté de dormir pero pasé la mayor parte de las últimas horas de la tarde agitándome incómodo. Al oscurecer, Ted se levantó y fue al puente. Le seguí.

— ¿Ve esas nubes, bien en el horizonte sur? decía al teniente. Se trata del huracán. Sus bordes externos.

Lo comprobé con el cuartel general de THUNDER. Los aviones habían sembrado el agujero de baja presión lejos de Long Island, sin incidentes. Las estaciones meteorológicas a lo largo de la costa y el equipo automático en satélites y aviones, informaban del desarrollo de una pequeña célula tempestuosa.

El rostro de Barney asomó a la pantalla. Parecía muy preocupada.

— ¿Está Ted?

— Aquí mismo — se colocó a la vista.

— El trabajo del computador ha terminado — dijo, apartándose un mechón de la frente -. Omega seguirá hasta el norte pero sólo temporalmente. Volverá a encabezarse tierra adentro a primeras horas de mañana. Dentro de dos días atacará la costa entre Cabo Hatteras y Washington.

Ted emitió un bajo silbido.

— Pero eso no es todo — continuó El rumbo de la tormenta cruza por encima del navío en que estáis ahora. ¡Os veréis en el centro de todo el huracán

— Tendremos que partir de aquí enseguida — dije.

— No hay prisa — repuso Ted -. Podemos pasar la noche en el barco. Quiero ser testigo de su desarrollo.

— Ted no seas loco — aconsejó Barney -. Será peligroso.

El le sonrió.

— ¿Celos? No te preocupes, sólo quiero echar un vistazo al huracán; luego volaré hacia ti.

— Tozudo… ~- El rizo rubio volvió a caerle sobre los ojos y lo apartó con un gesto colérico. ¡Ted, ya es hora de que dejes de comportarte como un muchacho malcriado Claro que estoy celosa! ¡Estoy harta de luchar contra toda esta atmósfera atorbellinada! Tienes responsabilidades y si no deseas vivir para afrontarías… bueno… ya sabes lo que quiero decir.

— Está bien, está bien. Volveremos mañana por la mañana. De cualquier forma será más seguro viajar de día:

Omega sigue moviéndose despacio; tendremos tiempo suficiente.

— No, si comienza a acelerar su movimiento. Los cálculos del computador han sido sólo un primer vistazo al problema. La tormenta podría acelerarse antes de lo que creemos.

— Llegaremos bien a Miami, no te preocupes.

— No, ¿por qué iba a preocuparme? — exclamó Barney -. Están solos, a casi mil kilómetros en alta mar, con un huracán que se cierne sobre vosotros.

— Simplemente a una hora de la base. Vete a dormir Emprenderemos el vuelo por la mañana.

El viento arreciaba cuando volví a mi camarote y el navío empezaba a mecerse en un mar cada vez más alborotado. Yo había navegado en lanchas sin cubierta durante tempestades y logré dormir con un tiempo peor que éste. No eran las condiciones momentáneas lo que me preocupaba. Era el conocimiento de lo que se nos venia encima.

Ted permaneció en cubierta, contemplando cómo se oscurecía el cielo meridional, con la mortífera satisfacción de un general que observa el avance de un ejército mucho más fuerte que el suyo. Concilié el sueño diciéndome que tendría que arrancar a Ted de este barco tan pronto como el avión pudiera recogernos, aun cuando tuviera que obligar a los marineros a atarle con cadenas de áncora.

Por la mañana la lluvia era fuerte y el navío bailoteaba en medio de grandes olas. Fue un esfuerzo cruzar el estrecho pasillo que conducía al puente, con la cubierta inclinándose bajo los pies y el navío agitándose lo bastante fuerte como para lanzarme contra las mamparas.

Arriba, en el puente, el viento aullaba mientras un marinero me ayudó a colocarme un impermeable y un chaleco salvavidas. Cuando me volví para abrocharlos, vi que la cubierta en donde estaba el helicóptero aparecía vacía.

— El aparato se llevó a la mayor parte de la tripulación hace una hora — me susurró al oído el marinero. Fueron al encuentro del hidroavión al oeste de aquí, en donde la situación no es tan dura. Cuando venga, todos nos marcharemos.

Asentí y le di las gracias.

— Es hermoso, ¿verdad? — me gritó Ted cuando entré en la sección abierta del puente -. Y se mueve mucho más deprisa de lo que imaginábamos.

Me agarré a un asidero entre él y el teniente. En dirección sur con respecto a nosotros se veía una sólida pared negra. Las olas rompían contra las amuras y la lluvia era una fuerza batiente cayendo sobre nuestras caras.