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Ted sacudió la cabeza.

Se trata de una idea nueva. Y, lo que es peor, no es idea suya.

* * *

Se estaba edificando una montaña. Más enorme que los Alpes, más alta que el Himalaya, una montaña inmensa e invisible de aire que se formaba sobre el Océano Atlántico, entre las Bermudas y el continente de América. Desde una gran altura, el aire frío y denso se hundía, sobrepasado por su baja temperatura y se amontonaba en la superficie del océano. La montaña crecía y se extendía, tan real como un picacho de roca. Pero esta montaña se movía. Giraba en el sentido de las agujas del reloj, pivotando sobre el océano, los vientos esparciéndose desde sus bordes a través de la Tierra y el mar. El sistema de alta presión empujaba su frontera occidental a casi ciento cincuenta kilómetros tierra adentro do la costa americana. Aire cálido, semitropical del Caribe y del Golfo de Méjico era impulsado hacia el norte por el flujo giratorio en sentido do las agujas del reloj, marchando en chorro a través de la Costa Este, trayendo calor y humedad consigo. Parte del aire cálido, más ligero y más boyante que la montaña de alta presión, cabalgaba sobre el más frío, sobre la masa de aire más denso. Mientras subía se enfriaba; el vapor de agua que llevaba se condensaba y caía come chubascos. Los meteorólogos hablaban de la Alta Presión de las Bermudas. Pero la gente do las calles de Boston dijo simplemente: "La primavera está aquí; ya era hora que viniese."

* * *

Volví a la habitación del hotel conducido a través de la suave lluvia de primavera, con el estómago dándome vueltas por la falta de comida y mi mente volando para imaginarse lo que le diría a mi padre. Telefoneé desde el coche a Thornton Aerospace y cancelé mi reserva para el vuelo de regreso a Hawai. En el hotel dije al conserje que me quedaría de manera indefinida y luego pedí el almuerzo. Por último llamé a mi padre.

Y eso es lo que me contó el doctor Rossman — le dije, después de explicarle la situación durante quince minutos -. Puede proporcionarnos predicciones ampliadas, pero controlar las tormentas es imposible, en lo que a él respecta.

Mi padre frunció el ceño.

— Eso no bastará para ayudarnos, Jerry.

— Lo sé.

El videófono estaba situado en la mesita de té, cerca de mi bandeja del almuerzo. Me levanté del sofá y recorrí la habitación paseando.

— Deja de dar vueltas y quédate donde pueda verte — saltó mi padre.

Me senté en el alféizar de la ventana, junto a la entrada de aire acondicionado, y miré de reojo a las concurridas calles que quedaban muy abajo.

— ¿Así que todo lo que podemos hacer es quedarnos sentados y esperar que la División de Climatología nos pueda prevenir de las tempestades a tiempo para que no perdamos personal?. El rostro de mi padre adoptaba la expresión que utiliza cuando piensa en lo mucho que paga de impuestos y en lo poco qué consigue a cambio.

— Hay otro aspecto de la cuestión, papá. Algunas personas de Climatología piensan que puede conseguirse el control del tiempo. Pero no en seguida.

Le hablé de las esperanzas de Ted.

— ¿Es serio ese individuo? — preguntó mi padre -. ¿Es un soñador o podemos fiarnos de él?

— Me parece que es de confianza. El tal doctor Barneveldt, que ya sabes ganó el Premio Nobel, parece estar trabajando muy íntimamente con Ted. Así que no debe estar chiflado del todo.

— Los científicos pueden equivocarse, Jeremy. Hasta los que ganan el Premio Nobel.

— Bueno, quizá. Pero me parece que me gustaría quedarme aquí una temporada y ver qué pasa. Quizá tenga la respuesta que buscamos. Incluso sus predicciones a Largo Plazo, por si mismas, podrían ser importantísimas para nosotros.

Mi padre asintió.

— Estoy de acuerdo, aunque no me siento muy seguro de que seas el que le sigas los pasos. Jovencito, te encuentras a mucha distancia de tu casa.

Sé cuidar de mí mismo. Y la familia está a pocos minutos de conducción desde el hotel.

¿Has visto ya a tus tíos o a tía Louise?

— Aún no. Pero les haré una visita.

— Sí, supongo que no podrías permanecer mucho tiempo en Boston sin visitarles — dijo mi padre de mala gana -… Dales recuerdos de mi parte. Y no te excedas en este problema de las tormentas.

— Sí, señor.

— Y permanece lo más cerca que puedas de ese tipo Marrett. Quizá sea un chiflado, pero es la única esperanza que tenemos.

Permanecer pegado a Ted no fue tajea fácil. Por la mañana se encontraba en el MIT, por las tardes en las oficinas de Climatología y por las noches estaba trabajando en un lugar o en otro. Era un hombre que no paraba nunca.

Barney me informó de que solía pasar una hora, poco más o menos, las mañanas de los sábados, en la YMCA de Cambridge, no lejos del apartamento que compartía con Tuli.

Allí le arrinconé, en un pequeño gimnasio compuesto principalmente por un campo de baloncesto y le vi dar una lección de esgrima a Tuli. Inmóvil, con la gruesa chaqueta blanca y la máscara, parecía un gladiador de pesadas características. Esperé que Tuli le superara fácilmente en velocidad. Pero en acción se movía con la gracia relampagueante de un leopardo.

— En el colegio jugué de medio defensa — explicó al final de la sesión, el rostro empapado de sudor -. Allí me rompieron la nariz. Tuve un capitán en la Fuerza Aérea al que le gustaba la esgrima. Me enseñó y yo hago lo mismo que Tuli. Intenté que Barney se interesase también, pero al cabo de unas cuantas semanas lo abandonó. Una cosa grande, usted debería probarlo.

Salíamos del gimnasio cuando Tuli dijo:

— En sábados alternos practicamos karate. Entonces yo soy el maestro y él mi discípulo.

— En el karate no hay bastante acción — dijo Ted, cargándose al hombro el saco con el equipo de esgrima -. Se pasan todo el tiempo en ejercicios y en meditación oriental.

Mientras íbamos hacia el vestuario, Ted sugirió de pronto:

— ¿Qué les parece un rápido chapuzón? Tenemos casi veinte minutos libres. Vamos, Jerry, le buscaremos un traje de baño.

Me apresuré a asentir. Hicimos una carrera a dos largos de piscina y con facilidad les saqué ventaja.

— ¡Maldito pez! — gritó, chorreando agua -. Olvidé que es usted un isleño! ¡Vamos, intentémoslo otra vez!

Era para él un desafío, una prueba que no podía ignorar. Después de media docena de largos, mantenía su distancia conmigo. Carecía de la adecuada coordinación, pero daba brazadas a base de fuerza bruta, sólo para alcanzarme, manotazo tras manotazo.

— Parece como si usted pudiese hacerlo todo — dije cuando por último salimos de la piscina.

— Es inútil intentar hacer nada, a menos que se pueda conseguir hacerlo bien — respondió.

Mientras nos vestíamos, Tuli me dijo en voz baja.

— Es el tipo que o bien se supera en lo que hace, o simplemente deja de hacerlo. Es casi tan bueno en karate ahora como yo, aunque llevo estudiando ese arte durante años y él sólo unos cuantos meses.

— Se trata de una persona extraordinaria — asentí.

— Cuando llegué por primera vez el año pasado al MIT, Ted fue el único que me aceptó en seguida — añadió Tuli -. Claro, mi inglés era terrible. Compartió su apartamento conmigo y pasó dos meses largos trabajando en mi pronunciación. No hay muchos como él.

Después de vestirme, Ted sugirió que fuésemos a almorzar.

— ¿Aquí en el Y? — pregunté. Asintió.

— He de ver a unas personas en Boston — mentí. Encogiéndose de hombros, me contestó:

— Está bien. Nos veremos pronto.

Se volvió hacia la puerta del vestuario.

— Quería pedirle — dije, poniéndome a su lado — que me dijese cómo van las predicciones a Largo Plazo.