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– Sí, milord -dijo Buxted, rondando el codo de lord Montague.

Simon saltó en el aire, tiró sus anteojos y se tambaleó hacia atrás hasta golpear una pequeña mesa de marquetería. Buxted lo agarró del brazo y lo levantó con tanta energía que Simon casi cayó de narices. Una vez que Simon estuvo derecho, Buxted le alcanzó los anteojos y enderezó la mesa. Luego comenzó a cepillar a su amo, diciendo:

– Ah, milord, qué idiota soy, sorprendiéndolo como haría con una jovencita que se levanta las faldas para cruzar un arroyo.

Simon dijo:

– Ah, sí, eso está mejor y es suficiente. ¿Qué sucede cuando sorprendes a una joven dama con su falda levantada, Buxted?

– Fue un pensamiento que no debería haber ido más allá de mis fantasías, milord. Bórrelo de su mente, señor. Largas piernas blancas, eso es lo único que puede haber al final de ese agradable pensamiento.

Douglas recordó lo que Hollis había dicho una vez acerca de Buxted: Él es bastante torpe, milord, totalmente disperso en su mente, y un hombre bastante entretenido. Él y lord Montague encajan excelentemente.

Douglas sonrió al ver a Buxted aún cepillando a Simon, incluso mientras este intentaba apartarlo de un empujón.

– Buxted -dijo Simon, palmeándole las manos, -necesito a lady Maybella. Si no puedes encontrarla, entonces trae a Corrie. Quizás ella esté ayudando en la cocina, la muchacha adora cocinar tartas de bayas, al menos así era cuando tenía doce años. Douglas, entra y siéntate.

– No sé quién está dónde, milord, nadie me dice nada de nada -dijo Buxted. -Ah, milord Northcliffe, por favor siéntese. Permítame mover los preciosos diarios de Su Señoría de esta adorable sillón con orejas de brocado. Allí, sólo quedan tres, y eso hace que la silla se vea interesante, ¿verdad?

Buxted merodeó hasta que Douglas se sentó sobre los tres diarios. Entonces salió agitado de la sala, con su calva cabeza brillosa de sudor.

Douglas sonrió a su anfitrión. Le gustaba bastante Simon Ambrose. Simon era lo suficientemente rico como para ser conocido como excéntrico, en vez de chiflado. Y era tan excéntrico hoy como lo había sido veinte años atrás, cuando, luego de que su padre hubiese pasado al más allá, Simon, ahora vizconde Montague, se había conducido a Londres, conocido y casado con Maybella Connaught, y la había traído a casa a Twyley Grange, una pulcra mansión Georgiana construida sobre los cimientos exactos del granero adjunto al monasterio St. Lucien largamente desaparecido.

Douglas sabía que las mujeres admiraban enormemente a Simon hasta que llegaban a conocerlo bien, y se daban cuenta de que su muy apuesto rostro y su dulce expresión enmascaraban una mente que generalmente estaba en otra parte. Pero cuando, en raras ocasiones, su mente se enfocaba, Douglas sabía que él era muy inteligente. Dada la distracción mental de Simon, en ocasiones se había preguntado cómo habría sido la noche de bodas, pero seguramente algo había sucedido, ya que Maybella había dado a luz a tres hijos; todos, desafortunadamente, habían muerto en la infancia. Simon tenía un hermano menor, Borty, quien era tan chiflado como él, esperando el momento oportuno. Su hermano era obsesivamente devoto a la colección de bellotas, no hojas, como Simon.

Simon dijo, con las gafas ahora firmemente sobre su nariz:

– Verdaderamente, Douglas, no olvidé que venías, ¿cierto?

– No, esta es una visita sorpresa, Simon. Estoy aquí porque temo que mi esposa pudiera venir si yo no lo hacía.

– Eso está bien, ¿verdad? Me gusta bastante Alexandra. Ella podría entrar en mi dormitorio cada vez que quisiera.

– Sí, ella es simpática, pero puedes olvidar que entre por la ventana de tu dormitorio, Simon. El punto es que mi esposa no tiene gusto en cuanto a ropas.

– Ya veo. Válgame, no tenía idea. Te aseguro, cada vez que la veo, quedo impresionado por cómo sus muy redondeados y blancos, eh, bueno, es mejor detenerme allí, ¿cierto? Diré que ella es muy adorable, y sabiamente lo dejaré en eso.

– Eso es porque yo la visto -dijo Douglas.

– Ese es un pensamiento que agita la imaginación.

– No dejes que se agite demasiado, Simon.

– Sí, puedo ver que semejante observación podría agitar las brasas de las pasiones de un hombre. Pero ella realmente es bastante adorable; bueno, quizás sea mejor que ponga un punto a ese pensamiento. Ahora, ¿hay algún problema con las ropas de Maybella, Douglas? ¿O con las mías?

Douglas se sentó hacia adelante, sujetando sus manos entre sus rodillas.

– Ningún problema. Esto se trata de Corrie. El asunto es, Simon, que Corrie es igual a mi esposa, en cuanto a que no tiene idea acerca de ropas. Cuando mi esposa me dijo que hablaría con Maybella y aconsejaría a Corrie, supe que para prevenir un completo desastre no tenía más opción que venir aquí y ocuparme de esto. Ahora, si llamas a Corrie, le diré qué es lo que debe vestir. Sabes, los colores y estilos de vestidos, y cosas así. Por supuesto, querrás que tenga su mejor apariencia en Londres.

– Bueno, naturalmente -dijo Simon, y parpadeó rápidamente. -Siempre he pensado que Corrie se vestía bastante bien, como su tía de hecho, cuando no está vistiendo sus pantalones. ¿No es extraño que todos sus vestidos sean celestes, como los de Maybella? Y sus botas… siempre están muy bien lustradas, al menos lo estaban la última vez que les preste atención por casualidad. Pero, quizás eso fue mucho tiempo atrás. Con frecuencia no noto los pies, sabes.

– No, probablemente no. Concuerdo contigo. Sus pantalones, en particular, son indudablemente de excelente estilo y corte. Pero el asunto es, Simon, Londres es un lugar totalmente diferente. Las damas jóvenes no llevan botas en Londres, ni usan pantalones elegantes. ¿Recuerdas?

Simon se recostó en su silla, cerró los ojos y suspiró profundamente.

– Aye, Douglas, recuerdo todo demasiado bien. Fue sólo diez años atrás que Maybella me arrastró a Londres, para ver el ascenso de un globo, me aseguró. Fui conmovido por su intento de complacerme, porque yo deseaba mucho ver el ascenso del globo, Douglas, y de hecho era una visión increíble, pero temo que fui engañado. Pasaron seis semanas antes de que pudiera regresar a casa. Hubo sólo un ascenso de globo más durante ese tiempo tan prolongado y tedioso. ¿Quieres decir que debo ir allí otra vez?

– Sí, debes hacerlo. Sin embargo, me temo que un ascenso de globo no sea algo seguro. El clima en otoño es impredecible y, como sabes, los globos necesitan tener buen clima y muy poco viento.

– Entonces, ¿por qué debo ir a Londres si el clima es demasiado incierto para los globos?

– Porque Corrie tiene dieciocho años, es una jovencita, y las damas deben ser presentadas. Deben asistir a los bailes, ser vistas y admiradas, y que les enseñen a bailar. James me dice que Corrie debutará en la Pequeña Temporada, Simon, una especie de temporada de práctica, para que pueda aprender cómo conducirse. Me temo, Simon, que tendrás que regresar nuevamente a Londres la próxima primavera, cuando Corrie sea oficialmente presentada.

Simon gimió y luego se animó.

– Quizás Corrie no tenga deseos de ir a Londres y ser presentada en sociedad.

– Ella debe estar en medio de las cosas para poder encontrar un esposo, Simon. Los jóvenes caballeros abundan en Londres durante la Temporada. Sólo entonces hay suficientes de ellos cerca como para darle a una muchacha una selección decente. Alexandra y yo estaremos en Londres este otoño. Podemos ayudarte. Ahora, si pudieras llamar a Corrie, puedo comenzar a aconsejarla sobre su atuendo. También, James se ha ofrecido a enseñarle a bailar el vals.

Buxted se aclaró la garganta desde el umbral.