Era azul pálido, con encaje cosido casi hasta sus orejas, fila sobre fila de volados cosidos en la porción inferior, y mangas del tamaño de cañones. Lo único que se veía bien era su cintura casi invisible; tenía que estar vistiendo un corsé de hierro bajo ese cinto porque se veía lista para desmayarse. Estaba llorando.
James cerró la puerta en la cara del mayordomo. Estaba al lado de ella en un segundo, tomándole la mano que caía de una gigantesca manga.
– Corrie, ¿cuál diablos es el problema?
Ella pasó el dorso de su mano derecha sobre sus ojos para secarlos y le ofreció la mirada más patética que él jamás le hubiese visto. Otra lágrima corrió sobre su mejilla para caer de su mentón.
– Corrie, por el amor de Dios, ¿qué ha sucedido?
Ella respiró hondo, se concentró en el rostro de él y sonrió sarcásticamente.
– Pues nada, tonto.
Él la sacudió.
– ¿Qué sucede, maldita seas? El mayordomo estaba realmente asustado.
– Muy bien, muy bien, deja de sacudirme. Si tienes que saber la verdad, estoy practicando.
Él dejó caer las manos.
– ¿Practicando qué?
– Seguirás insistiendo y metiéndote, ¿cierto? Muy bien. Tía Maybella dijo que debo saber cómo rechazar las docenas de jóvenes caballeros que estarán proponiéndome matrimonio a diestra y siniestra. Dijo que pensara en algo triste y que eso me haría llorar. Dijo que los caballeros se ven muy profundamente afectados por las lágrimas de una dama. Creerán que estoy desolada por negarme a casarme con ellos. Ahí está, ¿satisfecho?
Él la estaba mirando fijamente, mudo de asombro. Las lágrimas ciertamente habían funcionado con él y el mayordomo.
Le dijo:
– No obtendrás una sola proposición vistiendo un traje como ese.
Las lágrimas se secaron en un instante. La boca de Corrie se cerró firmemente.
– Tía Maybella dijo que era excelente. Tu madre eligió el modelo y la tela, y mi doncella lo cosió.
– En ese caso, tienes que saber que es realmente muy malo.
Ella se quedó allí parada, intentando cerrar las enormes bocas de las mangas, pero habían sido almidonadas y no se movían.
James quería reír, pero no era un total idiota.
– Escucha, Corrie, mi padre te llevará mañana con Madame Jourdan. Ella te arreglará.
– ¿Realmente me veo tan mal?
A veces la verdad era buena. Por otro lado, a veces la verdad devastaba innecesariamente.
– No. Pero escúchame. Londres es un lugar totalmente diferente. Mírame. No estoy vistiendo pantalones y una camisa abierta en el cuello. No aquí.
– Me gustas más con pantalones y una camisa abierta.
– Bueno, eso no sucederá aquí en Londres. Ahora, mi madre quiere que regreses conmigo para una visita. Eh, ¿tendrás tal vez algo más que puedas usar?
CAPÍTULO 09
Hombres y mujeres, mujeres y hombres. Nunca funcionará.
~Erica Jong
Soy la joya de Arabia… Soy la joya de Arabia… Era su letanía, dicha una y otra vez desde el momento en que había subido al carruaje con la tía Maybella para ir al baile Ranleagh a sólo dos calles de distancia, en la plaza Putnam, aunque no estaba totalmente segura de qué era la joya de Arabia en realidad. Había pensado que era ridículo tomar un carruaje hasta que ella descendió las escaleras del frente tambaleándose con un par de adorables zapatillas de satén blanco con tacones altos.
Sin dudas podía verse bien, pero el hecho era que si Willie Marker intentaba besarla nuevamente, no sería capaz de correr tras él y golpearlo en la cabeza. No, tropezaría sobre sus pies o caería en un desmayo porque no podría respirar.
Por otro lado, podría patearlo con un tacón mortal.
Por otro lado, Willie Marker era un idiota por el que no tenía que preocuparse aquí en Londres.
No, su única preocupación aquí era conseguir un esposo, y si eso significaba verse bien mediante una exquisita tortura, su tía estaba completamente preparada para sacar una doncella de hierro. Maybella, viéndose muy complacida, le había palmeado la mano y dicho que los asuntos de una dama no eran sencillos. ¿Y qué podía decir uno ante eso?
De cualquier modo, ¿quién quería un esposo? Preferiría tener un caniche blanco en su regazo cuando se conducía por Bond Street sonriendo gentilmente a todos los caballeros que se desvanecían ante su imagen.
Vio a una dama echar la cabeza atrás y reír de algo que un caballero decía. ¿Qué podía decir un hombre, posiblemente, para hacer reír a una mujer con semejante entusiasmo?
Corrie había estado mirando el salón de baile Ranleagh, que casi estallaba con decenas de risas, personas hermosas que tenían que estar asándose por lo cálido que estaba esa noche, pero eso no parecía inquietar a ninguno de ellos. Valseaban y reían y coqueteaban y bebían champagne mientras ella estaba parada, clavada en su sitio, tan asustada que sabía que iba a darle urticaria.
Estaba apretada entre la madre de James y su tía Maybella, y no estaban acaso pasándola excelente, hablando con otras damas que pasaban flotando sobre adorables zapatillas con tacón, algunos a más de cinco centímetros del suelo. Y todos los caballeros, canturreando sobre la adorable mano de lady Alexandra, susurrando cosas traviesas a menos de un centímetro de su adorable oreja. Oyó a su tía Maybella riendo disimuladamente.
Tanto su tía como lady Alexandra parecían tomarlo todo con calma, sin dudas, floreciendo, como si este fuera el modo en que se hacían las cosas, y evidentemente así era.
Si ella fuera sabia, observaría, escucharía e imitaría.
Corrie estaba convencida de que había sido presentada a cada dama que no estuviera en la pista de baile, y había dicho sus practicadas sutilezas a un grado tan refinado que había oído a una dama decir en voz baja a la madre de James que ella era una niña de hermoso comportamiento. ¿En oposición a qué? Había practicado frente a un espejo hasta que era fluida en cortesía. Sonreía, asentía y recitaba, intentando sonar espontánea, difícil luego de haber dicho las mismas cosas doce veces.
Para el momento en que había bailado con seis jóvenes caballeros en cuarenta y cinco minutos, Corrie no podía creer que había sido tan tonta como para estar asustada. Había sólo un Willie Marker en el montón, pero al menos estaba bien vestido y sus manos no estaban sucias.
De lo único que su tía podía hablar era sobre encontrarle un esposo apropiado y correcto, no uno que estuviera tras otras cosas aparte de una esposa, y como uno nunca sabía qué se ocultaba bajo un buen par de hombros, Corrie debía estar muy alerta. Como ella no tenía idea de qué podían ser esas otras cosas, sospechaba de cada caballero que la invitaba a bailar hasta que llegó al cuarto, Jonathan Vallante, cuyos ojos eran apenas un poquito saltones y la hicieron reír.
Observando el salón de baile, se dio cuenta de que esto era como una de las grandes ferias, excepto que no había carteristas merodeando y ninguna de estas personas tenía que contar su dinero. Vio a un hombre con los dos dientes del frente dorados. Había otra dama con tres barbillas y un hermoso collar de diamantes que se veía en peligro de ahorcarla. Corrie se dio cuenta de que si uno quitaba todas las joyas y aflojaba todas las ballenas, estas bellas personas eran muy parecidas a las que estaban en casa.
Corrie no había bailado en siete minutos, y quería bailar otra vez, había descubierto que adoraba bailar, entonces, ¿dónde estaban todos los jóvenes caballeros? Golpeó con el tacón de una zapatilla. Estaba inquieta. Sólo había atraído a seis de ellos. Seguramente había más que una miserable media docena. Quería una larga línea de caballeros, haciendo fila justo frente a ella, estirándose uno atrás del otro para poder verla mejor.
Entonces sus oídos despertaron. La duquesa de Brabante estaba diciéndole a la mamá de James:
– Allí están los gemelos, entrando al salón de baile. Ah, qué muchachos exquisitos y deliciosos, Alexandra. Lo has hecho muy bien. Qué emoción debe ser para ti ahora que están tan espléndidamente crecidos, ver a todas las jóvenes damas y sus mamás persiguiéndolos, esperando cada palabra suya. Bien, vi a una jovencita derretirse a los pies de James. Estaba esperando que él la dejara caer, pero no, James es un caballero, y antes de que el codo de ella golpeara el piso, la atrapó. Pero la hizo asustar, y yo pensé que eso fue inteligente de su parte. Tengo el mismo problema, naturalmente, con mi querido Devlin, un joven hombre tan ejemplar. Siendo heredero de un duque, no sólo un conde, naturalmente todas las mejores familias están tras él para sus hijas. ¿Y cómo está tu querida hermana, Melissande? A todos les parece tan terriblemente interesante que los gemelos sean su vivo retrato. Dime, ¿qué piensa lord Northcliffe?