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Alexandra simplemente sonrió e inclinó la cabeza a un costado.

– Bueno, creo que piensa más que nada en mí, luego en los muchachos, y quizás entonces en las fincas.

La duquesa soltó un enojado suspiro, pero persistir la hubiese hecho ver como una tonta.

Bien hecho, pensó Corrie. ¿Habría esta extraña mujer llegado al fin de su muy singular monólogo?

No, no había terminado. La duquesa dijo:

– ¿Cómo los diferencias? Juro que son como dos puntadas en una funda.

– Confía en mí, Lorelei, si una tiene gemelos, puede distinguirlos fácilmente.

– Oh, mira, ya hay tres chicas parloteando alrededor de ellos. Oh, Dios, creo que esa muchacha está intentando pasar una nota a Jason. ¡Pobres muchachos! Mira allí, veo una caravana de vestidos blancos dirigiéndose hacia ellos.

¿Dónde estaban? Corrie estiró el cuello, pero incluso con sus tacones de cinco centímetros no pudo verlos, y era alta. ¿Ya estaban bailando? ¿James ya estaría bailando?

La duquesa se aclaró la garganta.

– Mi hijo estaría encantado de bailar con la adorable sobrinita de Maybella. Como Maybella está contando chismes a sir Arthur, Alexandra, te preguntaré a ti, ya que pareces ser amiga de la familia.

– Oh. ¿Dónde está Devlin? -preguntó Alexandra.

– Allí, junto a aquella enorme maceta de flores que está haciendo estornudar a todos. Me pregunto por qué Clorinda necesita polinizar su salón de baile.

¿Devlin? ¿El hijo de un duque? ¿Qué querría el hijo de un duque con ella? Era prácticamente una nadie de Twyley Grange.

La duquesa hizo un imperioso asentimiento hacia un joven hombre que sonrió y asintió, y comenzó a ir sin prisa hacia ellas, deteniéndose para conversar con todos en su camino. Le llevará una hora llegar aquí, pensó Corrie. ¿Cuánto podía un hombre realmente querer bailar con una dama si no tenía un pequeño chasquido en su paso?

Su nombre era Devlin Archibald Monroe, conde de Convers, heredero del duque de Brabante, y Corrie pensó que de hecho era muy apuesto. No era mucho mayor que James, alto, de ojos negros, y su rostro tan pálido como el retrato de un vampiro que Corrie había visto en un libro centenario prohibido, escondido en el fondo de la biblioteca de su tío. Tenía una voz oscura que envió adorables escalofríos por toda su espalda.

Él sonrió y no mostró colmillos, lo cual fue un alivio. Ella dijo su discurso ensayado, él se vio divertido, y cuando le pidió bailar el vals, ella apoyó suavemente su mano en el antebrazo ofrecido de él y se dirigieron a la pista de baile.

No muchos minutos más tarde, Alexandra oyó una querida voz y se dio vuelta, con una sonrisa en el rostro.

– Madre, te ves absolutamente encantadora esta noche. Veo que padre te ha abandonado.

– James, querido mío. Tu padre escapó de mí después de un baile para encontrarse con algunos de sus compinches en la biblioteca. Son pasadas las diez. Al fin están aquí. ¿Dónde han estado Jason y tú?

James se acercó un poquito más, ya que había gente cerca.

– Jason y yo queríamos encontrarnos con algunos hombres en los muelles. No, madre, no me regañes, no había peligro en particular. Además, Jase y yo somos muy cuidadosos ahora, así que por favor no te preocupes o ya no podré decirte lo que estamos haciendo.

Ese era un argumento poderoso, pero era difícil mantener su preocupación de madre y sus consejos guardados en la boca. Ella le tocó la mejilla.

– No te criticaré. ¿Se enteraron de algo?

– Sí y no. Uno de los hombres había venido de París. Había oído que un noble inglés iba a obtener lo que merecía, nada más que eso. Tal vez fue la misma persona que informó al Ministerio de Guerra. Pregunté si había oído acerca de algún hijo, pero no sabía. Nos dio otro nombre, el del capitán de un barco de pesca que llegará al Támesis en la semana. ¿Él sabrá más? No lo sé, pero vale la pena intentarlo. Ah, ¿dónde está Corrie?

– Está bailando con Devlin Monroe, mira allí, al otro lado de la pista de baile.

James sacudió la cabeza.

– No, no la veo. Veo a Devlin, pero no a Corrie.

Alexandra dijo:

– Ah, James, saluda a lady Montague y sir Arthur Cochrane.

Saludó a la tía de Corrie, Maybella, quien vestía su habitual azul pálido. Saludó a sir Arthur Cochrane con la deferencia que era automáticamente concedida a un caballero mayor que tenía derechos por la amistad con su padre. Personalmente, siempre había creído que sir Arthur necesitaba bañarse más seguido y usar menos pomada en lo que le quedaba de cabello.

Le dijo a Maybella:

– He estado intentando encontrar a Corrie en la pista de baile, señora.

– Tal vez puedas ubicar a Devlin. Él es tan pálido, sabes, con esas encantadoras pestañas oscuras cayendo como abanico sobre sus mejillas. Ah, el baile está terminando. Aquí vienen.

– Lo veo a él, pero no reconozco…

La mandíbula de James cayó abierta.

CAPÍTULO 10

El amor es una migraña universal.

~Robert Graves

James miró fijamente, sacudió la cabeza y observó a cada mujer cerca de aquella que se aproximaba, que estaba riendo, casi brincando, su paso era tan ligero, tan lleno de emoción.

No, esa no podía ser Corrie Tybourne-Barrett. No aquella criatura con cabello del color de ricas hojas otoñales, todo apilado en la cima de su cabeza, con rizos colgando frente a adorables y blancas orejitas que estaban perforadas con pequeños pendientes de diamante. Muy bien, tal vez era Corrie, pero, sus ojos estaban sobre los senos de ella; sí, había senos. ¿Cómo habría escondido tan perfectamente a esta increíble criatura? James imaginó sus pantalones cortos y el viejo sombrero y se estremeció. Le miró los pechos y volvió a estremecerse.

Ella estaba sonriendo por algo que Devlin decía. Se veía fresca e inocente, un bebé ignorante de maldad, y él supo que debía advertirle acerca de Devlin.

– Hola, James.

– Hola, Corrie. Devlin, ¿compraste el zaino castrado de Mountjoy?

– Sí, lo hice, de hecho.

– ¿Un zaino castrado? -preguntó ella. -¿Un cazador?

Él asintió.

– Sí, una excelente adición a mis establos. Le gusta perseguir zorros por la noche, ¿no es eso encantador?

– Supongo que sí -dijo Corrie. -Aunque apuesto mi dinero al zorro.

Devlin se rió.

James dio un pequeño paso adelante, apabullando a este intruso, con voz agresiva.

– Tal vez Corrie te contó que la conozco desde que tenía tres años, Devlin. Supongo que podrías decir que la conozco mejor que a los planetas. Y sin dudas conozco muy bien a los planetas. Naturalmente, siempre la he cuidado.

– Ah, pero quizá a ella le gustaría cazar conmigo alguna vez, ¿no crees?

– No, ella tiene ceguera nocturna -dijo James y miró con los ojos entrecerrados el rostro muy, muy pálido de Devlin. Luego sonrió y ofreció su brazo. -¿Te gustaría bailar, Corrie?

Corrie lo ignoró, ofreciendo una sonrisa cegadora a Devlin Monroe.