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– Muy bien. Puedes bailar con Judith. Una vez.

Ella era pequeña, la cima de su cabeza apenas le llegaba al hombro.

– ¿Te pareces a tu madre? -preguntó él mientras deslizaba su brazo alrededor de ella y comenzaba a valsear.

– Ah, mis tonos. Sí, tengo sus ojos y su cabello, y soy baja, como era ella, pero mis pecas vienen de mi querido padre.

Él no veía ninguna peca, no, esperen, había una delgada línea en marcha a través del puente de su nariz.

– Tu madre era una mujer hermosa.

– Sí, lo era, pero yo no soy nada comparada con ella, eso me dice mi tía Arbuckle. Realmente no recuerdo a mi mamá, porque murió cuando era muy pequeña, sabe.

Jason la hizo girar, consciente de que era una maravillosa bailarina, ligera de pies, una brazada que se sentía natural y… oh, maldición, la lujuria estaba golpeándolo y pinchándolo, así que bailó más y más rápido. Y casi chocó contra su hermano y su compañera, que se veía vagamente conocida.

Judith perdió el equilibrio cuando Jason la tiró de pronto a un costado, así que él simplemente la levantó en sus brazos. La cuestión fue que, una vez que la tuvo contra sí, no quiso bajarla. Quería apretarla contra su estómago a través de todas esas malditas enaguas e imaginar que no llevaba ninguna.

Ella jadeó, aun mientras lo tomaba de los hombros para afirmarse.

– ¡Santo cielo, ese hombre es idéntico a usted!

– Ah, creo que es mi hermano. James, lord Hammersmith, esta es la señorita Judith McCrae de Cornualles e Irlanda.

Jason miró deliberadamente a la jovencita que jadeaba junto a James, su rostro reluciente por la transpiración, su boca todavía sonriendo. Se veía familiar, y esos grandes ojos verdes suyos, ella…

– Jason, ¿no me reconoces? Patán, soy yo, Corrie.

Por primera vez desde que Jason había visto a Judith, olvidó su lujuria y se quedó mirando a la muchacha que había perseguido los talones de su hermano desde los tres años.

– ¿Corrie?

Ella asintió, sonriéndole.

– Me encremé, des-aplasté mi busto y dejé guardado mi viejo sombrero.

– ¿Me aporrearás si te digo que te ves bastante aceptable como jovencita?

– Oh, no, quiero que me admires. Quiero que cada caballero en esta habitación me admire, que metafóricamente caigan a mis pies como perros muertos. James no quiere caer, mucho menos ser un perro muerto, pero estoy intentando.

– Como ella dijo, cubos de crema y el des-aplastarse la han mejorado mucho -dijo James. -En cuanto a la admiración, la recibe con entusiasmo. -Como James tenía exquisitos modales, se volvió inmediatamente hacia Judith. -Señorita McCrae, ¿es usted nueva en Londres?

Judith miraba de uno a otro de los hermanos.

– Aunque tía Arbuckle mencionó que eran gemelos, no me di cuenta de que realmente eran tan completa y absolutamente gemelos -dijo Judith, -lo bien duplicados que están en el otro.

– En realidad -dijo Jason, -no nos parecemos en nada. James aquí es devoto de los planetas y las estrellas, mientras que yo soy una criatura terrenal.

Corrie dijo:

– Jason nada como un pez y cabalga mejor que James, aunque James nunca reconocería eso, y con frecuencia gana a James en las carreras.

– Yo también nado -dijo Judith. -En el Mar de Irlanda en pleno verano, cuando uno no puede congelarse los dedos de los pies.

Jason quería preguntarle qué vestía cuando nadaba. Seguramente una jovencita no podría nadar desnuda, como él lo hacía.

Judith volvió esos oscuros ojos suyos hacia James.

– ¿Estrellas, milord?

Corrie dijo:

– Oh, sí, en noches buenas puede encontrarlo en una colina particular, recostado de espaldas, mirando a los cielos.

Jason sonrió.

– Incluso conoce todas las leyes de Kepler.

– Gemelos -dijo Judith, mirando nuevamente de uno al otro. -Qué práctico para ustedes. ¿Cambian de lugar con frecuencia?

Jason dijo:

– No, no desde que éramos niños.

En realidad no desde que James había querido probar que Ann Redfern lo quería a él y no a Jason, y entonces habían intercambiado lugares y él se había encontrado en el granero con una muchacha desnuda, y Jason fuera de la puerta de la casilla. De cualquier modo, hasta el día de hoy, ninguno de los dos realmente comprendía a quién prefería Ann, por la simple razón de que ella no podía distinguirlos.

– Si tuviera una gemela idéntica, hubiese practicado hasta poder engañar a nuestra madre.

Jason se rió.

– Lo siento, señorita McCrae, sin importar cuánto lo hubiese intentado, nunca hubiera engañado a nuestra madre.

– O a nuestra abuela, que es tan vieja que ya no debería tener ojos tan agudos, pero los tiene.

Judith volvió a mirarlos otra vez.

– Un desafío -dijo. -Siempre he adorado los desafíos. Creo que puedo ver uno en ciernes. -Judith se volvió hacia Corrie. -¿Usted también es melliza?

– Oh, no -dijo Corrie, mirando con atención a la exquisita muchacha con piel de porcelana y esos brillantes ojos negros, y se preguntó si al ver un cubo de crema sabría siquiera qué hacer con él. En cuanto a su busto, estaba muy bien dotado, probablemente sin usar corsés para levantarlo. -Soy sólo yo.

– Gracias a Dios -dijo James. -Dos de ti me volverían loco.

– James, te veré en casa -dijo Jason, sonrió a Corrie como si aún fuese alguien a quien no podía identificar del todo, y se marchó valseando.

James se quedó mirándolo atentamente un momento antes de darse vuelta con expresión pensativa, y decir:

– El vals está terminando. No, Corrie, nada de un tercer vals. No le hará ningún bien a tu reputación.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– ¿No leíste el libro de conducta que mi madre, eh, Jason te regaló para tu cumpleaños?

– Lo disfruté tanto como disfruto de las obras de Racine. Ya sabes, James, el regalo de cumpleaños que tú me diste, con todas esas encantadoras imágenes. Ya sabes, ¿las imágenes que podría mirar si me doliera el cerebro por todas esas complicadas palabras francesas?

– Claro que lo recuerdo. Fue reflexivamente escogido para ti. Ahora escúchame, mocosa. No bailas más de dos danzas con un caballero o estás prácticamente comprometida.

– Pero no fueron dos danzas, al menos dos danzas enteras. Jason interrumpió el último tercio. ¿No podemos bailar el primer tercio de la siguiente? -James negó con la cabeza. -Pero, ¿por qué? Qué tonto suena eso. Eres un buen bailarín, el mejor de todos mis caballeros esta noche. Quizá eres incluso más experto que Devlin, quizá. No me importaría bailar contigo toda la noche.

– Gracias, pero no es adecuado aunque te conozca desde siempre y que seas prácticamente mi hermana.

Ella sintió el golpe de esas palabras despreocupadas y suspiró. Volvió a tocar la corbata de él con sus dedos, tironeándola de aquí para allá.

– Entonces, eso es todo. Muy bien, si no estás disponible, entonces bailaré con Devlin. Me pregunto dónde está. -Levantó la mirada hacia él. -Tío Simon está realmente interesado en que encuentre un esposo ahora. El querido hombre realmente no quiere regresar a Londres en primavera para otra aparición. Dice que un mes debería ser suficiente para resolver el problema.

– Mira, Corrie, no es realmente posible, así que no creas que eres un fracaso si no estás parada frente a un vicario a final del mes, con este pobre cabrón que todavía tienes que conocer esposado a tu lado. Una propuesta ahora, supongo que eso es posible. Al menos ahora te ves bien, así que debería haber algún joven caballero soltero preparado para saltar en tu jaula.

– Esa es una imagen interesante. James, ¿en qué piensas cuando piensas en la joya de Arabia?

– ¿La joya de Arabia? ¿Qué diablos es una joya de Arabia?

– Yo creo que es un magnífico diamante que todos codiciaron a través de los años.