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– Hay sólo una de mí, pero lord Hammersmith tiene un hermano gemelo que es tan hermoso como él. Lo vi bailando con una muchacha de cabello oscuro que no se veía para nada interesante.

– También la vi. Muy común. Pero no importa. Debes recordar que su hermano no es el próximo conde de Northcliffe, ¿verdad?

La señorita Lorimer hizo otra risa encantadora y vio cómo James se abría paso entre la muchedumbre de invitados, todos parecía que querían hablar con él, la mayoría de ellos del bello sexo. Era muy bueno que ella fuese la muchacha más hermosa aquí, así como en otros sitios.

De otro modo, podría encontrarse sintiéndose un poquito preocupada.

CAPÍTULO 12

El estado de matrimonio es una peligrosa enfermedad;

mucho mejor comenzar a beber, en mi opinión.

~Madame de Sevigne

Alexandra Sherbrooke gritó a su esposo aun mientras él entraba por la puerta principaclass="underline"

– ¡A veces yo misma quiero dispararte, Douglas! ¿Has perdido el buen juicio? Mírate, caminando por la calle, balanceando tu bastón, sí, te vi por la ventana, apostaría que incluso silbando, y ni un solo amigo a tu lado. ¡Yo misma te dispararé!

Y corrió por el vestíbulo y se arrojó en sus brazos, que se abrieron justo a tiempo. Él la apretó, le besó la coronilla y dijo en voz muy baja:

– Supongo que no fue muy prudente de mi parte, corazón, pero estoy cansado de las sombras, las amenazas y las preocupaciones de que alguien pudiera saltarme encima.

Ella lo miró, abrazándolo aun más fuerte.

– ¿Quieres que el asesino venga a buscarte?

– Sí, supongo que así es. -Él buscó en su bolsillo y extrajo una pequeña derringer de plata. -Realiza dos disparos. Mi bastón también es una espada. Estaba preparado, Alex. -Volvió a abrazarla y luego la apartó. Le pasó suavemente un dedo por las cejas. Ella cerró los ojos y se acercó más. Era un hábito de hacía mucho tiempo. -Maldición, quiero que esto termine.

– Quiero a tus amigos a tu alrededor, ¿me oyes, Douglas?

– ¿Qué? ¿Estamos todos casi listos para entrar temblando en la vejez y todavía los quieres a mi alrededor?

– No me importa si están babeando, su presencia te protegerá.

Entraron en la biblioteca y Douglas cerró la puerta con calma.

– Me temo que Willicombe vendrá corriendo en cualquier minuto, y quiero algo de paz.

– Se está tomando tu seguridad con más seriedad que tú, Douglas. ¿Sabías que me preguntó si podía contratar a su sobrino? Dice que puede martillar un clavo con el puño desnudo. Claro que dije que sí. Ahora tenemos otro lacayo y guardia. Este Remie hará vigilia entre la medianoche y las tres de la mañana, luego Robert hasta las seis.

Douglas buscó una botella de brandy y sirvió una copa para cada uno.

– He pensado una y otra vez en esto. Te lo juro, Alex, no puedo pensar en nadie que me odie lo suficiente para tomarse todas estas molestias… es todo tan dramático, esta confabulación de venganza, si es que todo esto se trata de venganza. Georges Cadoudal… Desde luego, lo vi varias veces a través de los años una vez que lo dejamos en Etaples en 1803. Como parecía no poder asesinar a Napoleón, puso la mira en varios de los generales superiores y funcionarios de Napoleón. Mató al menos a seis de ellos durante los últimos años previos a Waterloo. Pero eso fue más de quince años atrás, Alex. Quince años. Murió justo después de Waterloo, en algún momento a comienzos de 1816.

– ¿Cuándo nos enteraremos si tuvo hijos?

– Pronto, espero.

– He estado pensando, Douglas. ¿Recuerdas esa misión especial a la que fuiste a comienzos de 1814? Lo único que me dijiste fue que no era peligrosa, que traías a alguien a la seguridad de Inglaterra.

De pronto él pareció mucho más joven y muy satisfecho consigo mismo.

– Sí, logré ocultarte eso, ¿verdad?

– ¿Quién era, Douglas?

– Un caballero que tenía dinero suficiente y que ofreció bastante información al Ministerio de Guerra como para ganarse un lugar seguro en Inglaterra. Juré nunca divulgar su nombre.

– Entonces él no tendría razones para odiarte. Lo salvaste.

– Así es.

– ¿Georges tuvo algo que ver con este hombre que trajiste de Francia?

– Milord, Remie está ahora en guardia.

Douglas casi dejó caer su brandy. Se dio vuelta rápidamente, con la mano ya en el bolsillo de su chaqueta, preparado para sacar la derringer, sólo para encontrarse con Willicombe parado bien atento a este lado de la puerta.

– ¿Cómo diablos entraste aquí sin que te oyéramos, Willicombe? Dios Santo, hombre, podría haberte disparado.

– Tendría que oírme primero, milord, y eso, me atrevo a decir, es casi imposible porque soy casi una sombra, exactamente igual que Hollis. También me atrevo a decir que si hubiese percibido mi presencia, se hubiese sentido inundado de calidez y bienestar. Usted nunca me hubiera disparado, milord.

Alexandra sonrió.

– Tienes razón, Willicombe. Hollis no podría haberse movido más silenciosamente que tú. ¿Dónde está apostado Remie para pasar la noche?

– Él deambula, milady, deambula del ático al sótano y fuera, al establo. Merodea en las sombras por los senderos e incluso se mete en el parque. Lo ve todo, lo escucha todo. Vale cada moneda que usted le paga, milord.

– Bueno, eso es tranquilizador. Ve a acostarte, Willicombe.

– Sí, milord. ¿Ha descubierto alguna información más acerca del villano que busca acortar su vida, milord?

– No, todavía no. Ve a acostarte, Willicombe.

Cuando Willicombe salió caminando como un gato fuera de la biblioteca, cerrando suavemente las puertas detrás de sí, Douglas se volvió hacia su esposa.

– ¿Te dije que te veías bastante atractiva esta noche, salvo porque la mitad de tus senos estaban a la vista de cada lascivo pervertido en Londres?

Alexandra lo miró por debajo de las pestañas.

– Es una cosa extraordinaria tener un esposo que continúa observando con tan ferviente atención las partes personales de una.

– No es gracioso, Alexandra. Me vi obligado a marcharme a la sala de juegos, o hubiese disparado a una docena de esos crápulas.

Ella sonrió, lo abrazó, se puso en puntas de pie y le dijo contra la mejilla:

– ¿Hiciste comentarios acerca de lo encantadora que se veía Corrie esta noche? El vestido que escogiste para ella era muy sentador.

– ¿No es asombroso? Había creído que era bastante chata. Aunque temo que también había demasiado de ella a la vista. -Los labios de Douglas se tensaron. -Les dije, a ella y a Madame Jourdan… ¿podrías dejar de reírte de mí, Alex? O haré que lo lamentes.

– No tenía idea de que fuera tan bonita, Douglas. Su sonrisa hace que uno quiera devolvérsela.

– Sí, sí, ¿a quién le importa? Ahora vamos. Soy un hombre viejo y es pasada la medianoche. Me quedan muy pocos milagros.

– Oh, sí, así es -dijo su esposa mientras subía las escaleras a su lado.

A muy pocos hombres les agrada que una mujer les señale lo obvio.

~Margaret Baillie Saunders

– Estás siendo un imbécil, James Sherbrooke. Vete antes de que te golpee en la cabeza con ese atizador.

– No, no me iré. -Él la tomó del brazo antes que pudiera agarrar el atizador. Incluso la sacudió. -Me responderá ahora y con la verdad, madame. Quiero saber exactamente qué sucedió entre tú y Devlin Monroe anoche.

Ella se puso cara a cara con él, echó atrás la cabeza y dijo, con un encantador sarcasmo rodeando su voz:

– No sucedió nada que yo no quisiera.

– Bebiste demasiado de ese ponche de champagne, ¿cierto? Supe después de probarlo que una decena de muchachas perderían su virtud anoche.

– Tonterías, James. La mayoría de las jovencitas tienen cabezas mucho más duras de lo que les das crédito. Sí, bebí dos copas de ese delicioso ponche que nublaba la mente, pero Devlin fue un perfecto caballero. ¿Me oyes? Un perfecto caballero. ¿Puede un vampiro ser un caballero? No importa. Ahora, voy a cabalgar con él esta tarde en el parque, exactamente a las cinco en punto, si no llueve, aunque parecía que podría.