– Estás disfrutando esto -le dijo lentamente. -Desgraciado… estás disfrutándolo.
– Ha pasado mucho tiempo, y no, realmente no lo llamaría placer. El peligro añade algo de entusiasmo a la sangre, lo admito. Lo pasaremos bien en Francia, Alex, y no tendré que preocuparme tanto por ti como aquí. Deja que los villanos revuelvan, preguntándose y buscándome, incluso creyendo que estoy escondiéndome aquí. Todo estará bien.
– Sí -dijo ella, y se sentó en su regazo. Enterró el rostro contra el cuello de su esposo. -Sí, todo estará bien.
– Remie seguirá haciendo sus rondas. También he reclutado a una docena de nuestros amigos para que mantengan los ojos abiertos y vigilen a James y Jason. Quiero que los muchachos estén a salvo.
– Sí -dijo ella, y quiso llorar de tan asustada que estaba. -Pero sabes que los dos estarán encabezando la búsqueda.
– No les clavarán puñales en las entrañas, Alex. Son astutos, fuertes y rápidos. Ryder y yo les enseñamos a pelear sucio. No te preocupes.
Alexandra lo miró como si estuviera completamente loco.
La mañana siguiente, tres horas después de que sus padres hubieran partido en un paquebote hacia Calais, James y Jason estaban en el desayunador tomando té. James dijo:
– Iremos a ocuparnos de nuestros asuntos, y si preguntan, simplemente diremos que madre y padre están en casa, descansando.
Jason dijo, viéndose consternado:
– Padre nunca admitiría que necesitaba descanso. ¿Puedes imaginarlo?
– No, tienes razón. -James frunció el ceño. -En realidad, fue madre quien dijo eso.
– Sus amigos tampoco lo creerán. No me dijo si se confió a alguno de ellos, pero conociendo a nuestro padre, sabiendo que querrá que estemos protegidos mientras él no esté aquí, apostaría a que sí lo hizo. ¿Qué, entonces?
– ¿Qué tal que él y madre han viajado a los Cotswolds a visitar a tío Ryder y tía Sophie?
– Eso podría ponerlos en peligro, al menos hasta que los bastardos se den cuenta de que han sido engañados y regresen a Londres.
– Muy bien. Podemos decir que han ido a Escocia a ver a tía Sinjun y tío Colin.
Los gemelos seguían preocupados por el problema cuando Willicombe entró titilando en el desayunador, sin hacer más ruido que una serpiente. Había tensión en su boca, un poco de desaprobación en su voz.
– Milord, una jovencita está aquí para verlo. Usted no fue incluido en su petición, amo Jason. No tiene acompañante. ¿Debería despacharla?
– No, no, Willicombe, hazla pasar. Jason, ¿qué diremos?
– Digamos que madre se siente mal y entonces padre la llevó a la costa a descansar. A Brighton. Eso mantendrá ocupados a los bastardos, intentando localizarlos allí. Ahora, me voy a ver a la señorita Judith McCrae.
Su hermano le ofreció una mirada pensativa y dijo:
– Esta noche, tú y yo nos encontraremos con todos nuestros amigos. Pondremos a los perezosos cabrones a trabajar, les daremos algo mejor que hacer que vagar por los burdeles.
– Pensé que tenías una reunión en la Real Sociedad Astronómica esta noche.
– Las estrellas pueden esperar -dijo James, y entonces se golpeó la frente con la palma. -Bueno, maldita sea, se supone que presente un trabajo.
– ¿Aquel sobre el fenómeno de la cascada plateada que presenciaste mientras estudiabas uno de los anillos de Saturno?
James asintió y empezó a pasear por el desayunador.
– Huygens estaba equivocado acerca de que los anillos eran sólidos, Jason. No lo son, y por eso es que vi esa cortina plateada corriendo a través…
– ¿James? ¿Vas a dejarme en el vestíbulo toda la mañana? ¿Estás preocupándote por Saturno?
Ambos hombres se dieron vuelta para ver a Corrie parada en el umbral, Willicombe detrás de ella, agitando las manos, parecía listo para llamar a Remie. Ella lo había pasado directamente por encima. James podía decirle que Hollis no consideraría intentar hacer esperar a Corrie, que ningún hombre en su sano juicio lo haría.
– Todo está bien, Willicombe. Esta es la señorita Corrie Tybourne-Barrett. Es una amiga. -James dio un paso hacia ella, con una mano estirada. -Corrie, ¿está todo bien? ¿Dónde está tu doncella? Seguramente no viniste aquí sola, ¿verdad? Eso no se hace, lo sabes, y no deberías…
– Tengo que hablar contigo.
Miró deliberadamente a Jason, que la miraba atento, perplejo.
– Eres una mujer bastante magnífica. -Jason le ofreció un centelleante destello de dientes blancos que impresionaría a cualquier mujer entre los diez y los ochenta años. -Me marcho, James. Te veré esta noche. -Jason pasó un dedo por el mentón de Corrie al pasar. -Ten cuidado, pequeñita, el hermano mayor aquí un poco nervioso.
Se quedaron allí parados, escuchando silbar a Jason, sus botas marcadas sobre el mármol italiano blanco y negro del vestíbulo de entrada.
– ¿Qué está pasando, Corrie? Oh, siéntate. ¿Te gustaría un poco de té?
– No, nada de té, gracias. Oí un rumor muy extraño, James.
James se quedó instantáneamente quieto. Maldición, ¿se había enterado sobre los intentos de terminar con la vida de su padre?
– ¿Qué rumor? -preguntó con mucha cautela.
– Juliette Lorimer.
– ¿Juliette Lorimer? ¿Quién…? Oh, sí, es esa muchacha que baila bastante bien y… ¿Qué pasa con ella?
– ¿Qué quieres decir con que baila bastante bien? ¿Es tan especial, entonces? ¿Yo no bailo bastante bien?
– Todavía no, pero lo harás. ¿Cuál es el rumor sobre la señorita Lorimer?
– Escuché que ha decidido que te quiere, James. Pretende casarse contigo. Es posible que prefiera a Jason, pero tienes que ser tú porque eres el heredero.
James, fascinado, dijo:
– ¿Dónde oíste eso?
Corrie se acercó más, se puso en puntas de pie y susurró:
– Daisy Winbourne me dijo que había oído a más de una docena de madres e hijas por igual lamentándose por eso en la salita de las damas. El hermano de Daisy incluso mencionó que pronto habría una apuesta en White’s.
Él palideció. Sacudió la cabeza, sus ojos sin abandonar el rostro de ella.
– ¿En el libro de apuestas de White’s?
– Evidentemente. Muy pronto. Todos quieren verte con ella una vez más antes de hacer la apuesta. Ya sabes, ver qué tan enamorado te ves. ¿Pretendes casarte con ella, James?
– Maldición, claro que no. Ni siquiera conozco a la condenada muchacha. -Corrie sonrió enormemente. -¿Qué es esto? ¿No te gusta?
– De ninguna manera -dijo Corrie, y se puso los guantes. -¿Por qué tendría que gustarme?
Ella empezó a silbar mientras se daba vuelta y salía del desayunador. Él exclamó, con el diablo pinchándolo y codeándolo:
– Sin embargo, bailaré con ella mañana por la noche en el baile Lanscombe. Entonces veremos, ¿verdad?
Corrie no pensaba permitirle que viera la sonrisa caer de su rostro.
Esa noche, James presentó su trabajo acerca de presenciar el fenómeno de la cascada plateada en Titán, el anillo mayor de Saturno, en la reunión mensual de la Real Sociedad Astronómica. Había treinta caballeros presentes, todos aficionados a las estrellas, varios de ellos que creerían hasta su último aliento que la Tierra era el centro del universo, que maldito fuera el hereje Galileo. Había dos damas presentes, ambas esposas de hombres dictando trabajos, y ambas se quedaron mirando a James hasta que lo único que quería hacer era terminar su trabajo y dirigirse hacia la puerta.
El trabajo de James fue bien recibido, principalmente porque era breve, aunque él sabía que la mayoría de los miembros pensaban que era demasiado joven como para comprender lo que estaba viendo. Recibió dos invitaciones de las esposas, aparentemente para cenar con sus maridos también.