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James veía a Augie regresar a sentarse a su silla. Pronto Billy y Ben estarían despiertos. Pero, ¿cómo llegar a Augie sin despertar a los demás? ¿Podría con los tres hombres?

No estaba seguro. Le dolía la cabeza, pero aparte de eso se sentía bien. Sabía que tenía que liberar sus pies, y entonces tendría una oportunidad. Pero Augie notaría si se sentaba y comenzaba a aflojar el nudo alrededor de sus tobillos. Se conformó con aflojar los nudos alrededor de sus muñecas.

Gracias a Dios habían creído que seguía inconsciente, de otro modo le hubieran atado las manos detrás, probablemente también lo habrían atado a la cama. Fue entonces que alcanzó a ver un destello de movimiento. Miró la sucia ventana a espaldas de Augie. Vio algo blanco agitándose adelante y atrás, como una bandera de tregua.

Parpadeó y reenfocó la mirada. Sí, seguía allí. La cabeza de Augie estaba cayendo lentamente sobre su pecho. James vio un rostro.

Corrie.

Se quedó mirándola fijo mientras levantaba una mano lentamente, para que ella pudiera ver que estaba consciente. James movió los dedos. Vio esa sonrisa suya, dientes blancos relucientes a través del sucio cristal al otro lado de la habitación.

Entonces ella desapareció. Iba a hacer algo, y cualquier cosa que estuviera planeando, James tenía que estar preparado.

CAPÍTULO 16

Una buena cabeza es mejor que cien manos fuertes.

~Thomas Fuller

Sus oídos estaban alerta. James oyó algo en el techo, un suave sonido de correteo, o tal vez era la rama de un árbol agitándose contra la madera. No, no era un árbol ni un animal allí arriba. Tenía que ser Corrie, ligera de pies pero, ¿qué estaba haciendo? Su mente se bloqueó al pensar en cómo habría llegado allí.

Su pregunta fue respondida al siguiente instante, cuando el humo empezó a salir de la chimenea. Le había dado tiempo para quitarse las cuerdas de los tobillos. James se sentó inmediatamente y empezó a trabajar en las sogas. Hizo falta un par de minutos para que Augie, Billy y Ben empezar a toser, y para entonces la habitación estaba llenándose rápidamente de humo.

Augie saltó de su silla, gritando:

– ¡Muchachos, es fuego! Infierno y condenación, ¡esto no é justo! ¡Rápido, rápido, tenemo’ que agarrar a nuestro tipo y salir de este maldito lugar de mala muerte!

En ese instante, la puerta de la casa se abrió de golpe y un caballo furioso y relinchante entró aporreando en la habitación, encabritado, bufando, con Corrie sobre su lomo, apuntando una horquilla directo a Ben, que estaba parado más cerca suyo, mudo de sorpresa y horror.

Entonces los tres hombres estaban gritando, intentando salir de la habitación, intentando evitar al caballo y la horquilla, con sus largas pinzas oxidadas pero todavía afiladas. Ben no fue lo bastante rápido. Le dio en el brazo. Él gritó y sacó su arma, pero James estaba sobre él, con la pierna cortando el aire, su pie pateando la pistola de la mano de Ben. Entonces James rodaba para tomar el arma mientras Augie le disparaba. Corrie y el caballo se dieron vuelta y atropellaron a Augie, enviando su pistola al vuelo hacia la puerta. Augie gateaba tan cerca de la pared como podía, hacia la puerta abierta y en la noche. En el último instante logró tomar el arma y meterla en sus pantalones.

El caballo estaba enloquecido por el humo y quería salir.

– ¡James, arrójame una de las armas!

Le quitó la pistola a Billy de la mano y se la arrojó a Corrie, mientras ella clavaba la horquilla en la pared y salía a caballo de la casa.

James sólo tenía que ocuparse de Billy, y lo logró fácilmente pese al humo sofocante y cegador. Saltó sobre Billy, deteniéndose sólo un momento para agacharse y estamparle el puño en la mandíbula.

Corrie estaba sentada a pelo encima del caballo, el otro zaino justo detrás, esperándolo. Ella estaba cubierta de hollín, sonriendo como una tonta.

– ¡Deprisa, James, deprisa!

Mientras ella hablaba, Augie disparó desde la puerta de la casa y la bala pasó zumbando junto a la oreja del caballo. El animal se apartó bruscamente y se paró sobre sus patas traseras, tirando a Corrie al suelo. Ambos caballos se encabritaron y corcovearon, corriendo locamente por el camino surcado, lejos de la casa y de ellos.

James maldijo mientras corría hacia Corrie. Ella luchaba por ponerse de rodillas.

– Tenemos que apresurarnos, Corrie. Lo siento, pero no hay caballos. ¿Puedes caminar? ¿Estás mal herida?

– Oh, cielos, allí está Ben, con su arma. Le di con la horquilla. Vamos, James. Estoy bien.

Cada uno tenía un arma en la mano, James casi la arrastraba tras él. Corrieron dentro del bosque que bordeaba el estrecho camino. Hubo un disparo, más gritos -este de la boca de Ben, si James no estaba equivocado, porque gritaba cómo la perra le había clavado esa horrible horquilla en el brazo.

Bueno, los tres bastardos tenían sólo un arma y ningún caballo. Él y Corrie estaban mejor. James quería regresar y golpearlos, pero no le sorprendería que tuvieran más pistolas. No creía que las tuvieran pero, ¿quién sabía cómo funcionaba la mente de Augie?

Corrieron entre los árboles, tropezando con raíces, hasta que James ya no pudo oír a ninguno de los hombres gritando.

– Espera, Corrie. Esperemos un minuto.

Ella respiraba con dificultad, tragando aire, y casi cayó contra un pino, con los brazos envueltos alrededor del pecho y el arma colgando de dos dedos.

James se quedó allí parado, mirándola atentamente. Su vestido de baile, alguna vez blanco, estaba negro de humo y hollín, rasgado y mugriento, con una manga colgando de un hilo. Su cabello caía en salvajes marañas por su espalda y sobre su rostro. Seguía sonriéndole, todo dientes blancos contra el rostro negro, todavía jadeando con dificultad.

James se rió, no pudo contenerse.

– Bien hecho -le dijo, y la tomó de la mano. -Van a venir detrás nuestro, aunque no puedo imaginar cómo lo harán. Ben tiene la pinza de tu horquilla atravesada en el brazo y no servirá de mucho. Maldición, desearía saber cuántas armas tienen.

– Si atrapan a esos condenados caballos, podríamos estar en grandes problemas otra vez, James. Vi a ese caballo guía salir por el camino hacia los acantilados, al aire libre, donde no podemos ir.

James miró pensativamente con el ceño fruncido sus botas.

– No creo que hayan visto los caballos o adónde fueron. Pero si logran atraparlos, podrían regresar al cobertizo y buscar el carruaje. Eso no sería bueno.

Los ojos de ella chispearon.

– Entonces ocupémonos de ese carruaje, James.

James estaba sopesando los riesgos.

– Es cuestión de cuánto les pagaron para agarrarme. Si es mucho, entonces harán su mejor intento por volver a atraparme.

– Espero que haya sido un vagón lleno -dijo Corrie, entrecerrando los ojos. -La derrota debe saber bastante mal si pierdes mucho dinero. No corramos el riesgo. Vayamos a buscar ese carruaje.

Les llevó sólo diez minutos regresar a la casa. Augie y los muchachos habían quitado la manta de la chimenea. James vio rápidamente que la casa, con su puerta colgando de las bisagras oxidadas, estaba bastante vacía, excepto por la horquilla con un poco de sangre en la punta. Nada de Billy, Ben o Augie.

Cuando llegaron al cobertizo, James tomó una vieja hacha podrida, sonrió como el mismo Diablo y destruyó una rueda mientras Corrie pasaba la horquilla por la otra. Cuando las ruedas estuvieron hechas pedazos en el piso, James dejó caer el hacha, se frotó las manos y dijo:

– Eso los retrasará. Vamos.

Volvieron a partir. No más de un minuto luego de haber entrado al bosque, oyeron a Augie gritar:

– ¡Infierno y condenación, maldito sea ese joven! El pequeño ba’tardo arruinó el carro. Tendré que patea’lo hasta el cansancio cuando le ponga la’ manos encima.