– No me dio nada de crédito -dijo Corrie.
– Si intentan atraparnos otra vez, puedes dispararle.
– Sí, sí, creo que esa es una excelente idea.
Hubo maldiciones generalizadas, nada realmente original, pensó Corrie, de los tres hombres mientras James y ella se quedaban quietos, escuchando y sonriendo.
James susurró cerca de su oído:
– ¿Sabes dónde estamos?
– Sé que tomamos un giro hacia Clacton-on-Sea.
– Eso es bien al este -dijo él.
James la miró y vio que estaba temblando como una loca, así que se quitó rápidamente el abrigo. Corrie suspiró y lo abrazó fuerte. Se sentía tan caliente como pan recién tostado en el horno.
– Ah, eso se siente bien, James. Sabes, la cosa es que después de tanto correr, luego de clavar esa horquilla en la rueda del carruaje, estaba entrando en calor otra vez. Creo que ahora estoy temblando porque sigo tan emocionada.
– ¿Estás emocionada?
De hecho, él también lo estaba, la sangre bombeando locamente por sus venas, su cabeza palpitando, tan lleno de energía que sabía que podría ir nadando a Calais. Pero eso se acabaría rápidamente. Y Corrie, había estado colgada detrás de ese carruaje durante tres horas antes de que se detuvieran. Iba a caer como un árbol talado. James rogaba que no se enfermara.
– No tan emocionada como estaba un minuto atrás -le dijo ella. -Es extraño, ¿cierto?, lo poderoso que te sientes.
– Sí, así es, pero no durará, Corrie. No quiero que te enfermes. Quédate abrigada. Ahora no queda nada por hacer más que caminar.
James metió ambas armas en su cinturón, la tomó de la mano y partieron. Se mantuvieron dentro del bosque que bordeaba el estrecho camino.
– Van a estar buscándonos, eso significa que tendremos que evitar la ruta principal una vez que lleguemos a ella. Lo único que necesitamos es un pueblo.
– Estarán esperando que caminemos de regreso hacia Londres -dijo ella, y frunció el ceño. -Te secuestraron porque querían intercambiarte por tu padre, James.
– Sí, lo imagino. Desafortunadamente, nunca dijeron el nombre del hombre que los contrató. Lamento no haberte contado sobre el atentado contra la vida de mi padre. Debería haberlo hecho, antes de que te enteraras por otros.
– Sí, deberías habérmelo dicho. No es como si fuera una extraña, James. Todos hablaban de eso.
Él se detuvo, la enfrentó y le tomó el rostro sucio entre sus manos sucias.
– Gracias por salvar mi pellejo. ¿Cómo lo supiste?
– Vi al camarero entregarte ese trozo de papel. Te conozco muy bien, James. Vi inmediatamente que te preocupó, así que te seguí. Supe que no podía ayudarte una vez que te arrojaron la manta encima, así que esperé hasta que el carruaje se puso en marcha y entonces salté en la parte trasera.
– Siempre has sido un excelente lacayo.
– Sí.
James la vio juguetear con su cabello. No podía más que maravillarse con su valentía. Pero ella no lo vería de ese modo, para nada. Simplemente diría que era lo único que se podía hacer y, ¿no hubiera hecho él lo mismo? No, él se hubiese arrojado sobre sus cuellos, inmediatamente. Y tal vez hubiera logrado que lo mataran.
Le apretó la mano sucia.
– Estaba intentando descubrir cómo quitar esa cuerda de alrededor de mis tobillos sin que Augie me viera, y entonces creí haber oído algo en el techo. Augie ya estaba dormido a medias y no escuchó nada. Me diste el tiempo. Eso fue inteligente de tu parte. Tienes un buen cerebro.
Ella sonrió abiertamente.
– La verdad es que casi me quebré la pierna subiendo al techo. Y, ¿sabías que algunos tablones del techo están bastante podridos? Por un momento pensé que caería y aterrizaría justo sobre el regazo de Augie.
James rió y se puso serio rápidamente.
– Tengo algo de dinero, así que no estamos desposeídos. Sin embargo, los dos nos vemos como si hubiésemos estado en una pelea. Intenta pensar en una historia que explique nuestro estado.
Corrie sacudió la cabeza y dijo con bastante seriedad:
– No, cuando lleguemos a una granja lo único que tenemos que hacer es asegurarnos de que la esposa te vea bien. Aun con todo ese humo y hollín en tu rostro, ella se derretirá, suspirará y te dará la comida y la cama de su esposo. Si mirara más allá de tu hermosa cara, vería tus ropas de noche. Eso seguramente resolverá todo si tu rostro no lo logra.
– Una mala broma, Corrie.
– No era broma, James. No te das cuenta, ¿cierto? De que… bien, no importa. Entonces, una granja, eso es justo lo que necesitamos. No sé qué sucedería si tuviéramos que entrar en una aldea.
Caminaron. Exactamente veinte minutos más tarde, oyeron cascos de caballo acercándose a ellos. James detuvo a Corrie y se metieron más entre los árboles. Vieron a Augie, montando el caballo guía a pelo, con un freno improvisado, conduciendo al segundo zaino, que cargaba a Billy y a Ben, con una sucia venda atada alrededor del brazo de Billy.
– Sólo una brida -susurró James. -Se ve bastante divertido, en realidad. Ninguno de ellos está demasiado firme. Apuesto a que nuestros tres villanos son nacidos y criados en Londres, mucho más cómodos deslizándose por un callejón que intentando cazar una presa al aire libre.
Si hubiese estado solo, hubiera intentado tomar uno de los caballos, pero con Corrie presente no pensaba arriesgarse a que ella resultara herida, dado que ya había corrido demasiado riesgo. ¿Qué si el techo hubiera colapsado? ¿Qué si el caballo no hubiera chocado obedientemente la puerta de la casa? ¿Qué si…? Se estaba volviendo loco. Corrie había sobrevivido y él también. Pero no más, James no creía que su corazón pudiera sobrevivirlo.
Ella le susurró contra la mejilla:
– Creo que podemos ganarles, James. Tú atrapa a Augie, que parece el más competente, y yo derribaré a Ben y Billy. Simplemente mira, están resbalándose por el lomo de ese pobre caballo. Sólo los ahuyentaremos.
James no podía dejar de mirarla. Tenía razón.
– No, es demasiado peligroso.
– Trepar a ese condenado techo fue más peligroso que esto, sin mencionar entrar montando como un caballero con lanza en esa casa. Acéptalo, James. Sé sensato.
Eso provenía de una muchacha que llevaba un vestido de baile en medio de la noche, al costado de un camino surcado, con tres hombres malos listos para cortarle el pescuezo.
La oportunidad les fue quitada de las manos. En ese momento, un enorme estruendo de truenos sonó. Los rayos cayeron, una, dos veces. Los caballos se encabritaron, aterrados, tirando a los tres hombres al suelo. Otro estruendo de truenos, otro rayo y los caballos se fueron, corriendo locamente, justo por el camino, lejos de ellos.
Ben estaba gimiendo, sosteniéndose el pie, zigzagueando atrás y adelante.
– ¡Maldito seas, condenado bastardo!
– Bien, mi maldito caballo también me tiró -dijo Augie, caminando con cautela hacia Ben y Billy.
– No, el caballo no -gritó Ben. -¡Billy es el condenado bastardo que me tiró al piso! ¡Voy a tajearte la garganta, Billy!
– No podrás atraparme por un mes, así que calla la boca. Además, ya estábamos herido’ por esa muchachita que no debería haber estado ahí, bien sabe el Seño’. Tal ve’ era una especie de fanta’ma que vino a atormenta’nos.
– Tienes un eno’me a’ujero en el cerebro -dijo Augie irritado. -La verda’ es que una niñita nos derribó. No hubo fanta’ma aunque llevaba ese ve’tido blanco.
Billy dijo:
– ¿No sabe cómo se supone que debe ve’tirse? Venir tras nosotros tres ve’tida así, sus hombro’ blancos y de’nudos como el trasero de Ben cuando está en lo’ arbu’tos. Te nubla el celebro, así é.
– Qué idea -susurró Corrie.
James intentaba con todas sus fuerzas no reír. Los vieron a los tres discutiendo en medio de la estrecha ruta. Los observaron hasta que los cielos se abrieron y la lluvia cayó con fuerza. Sólo necesitaban esto. James dijo: