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En pocos minutos los hombres estaban empujando los botes dentro del agua y luego saltando dentro.

El hombre levantó su mano en forma de saludo.

– Hay un barco, James, ahora puedo verlo -dijo Corrie, señalando.

– Sí -dijo él. -Me pregunto qué estaban contrabandeando.

– Quizás dejaron algo en esa cueva. Vayamos a ver.

James lo pensó mientras mantenía la mirada sobre los botes que se retiraban. El mar estaba picado, el viento creciendo.

– ¿Sabes qué? No me importa un comino qué hay en la cueva, si es que hay algo. Mejor salgamos de aquí.

Ella pareció desilusionada pero asintió, y tomándole la mano los dos caminaron de regreso por el camino a la cima del acantilado.

Mientras se detenían en el borde del precipicio, mirando hacia los dos botes, muy lejanos ahora, cerca del barco, el cielo empezó a aclarar.

– Ya casi amanece -dijo Corrie, con asombro en su voz. -Parece que hubiesen pasado tres semanas.

– Amén -dijo James. -Juraría que había algo familiar en ese hombre.

– Creo que tienes razón. Es probable que sí lo conozcamos, o al menos sepamos quién es.

– Un caballero contrabandista.

– Se movía bien. Claro que no era lo bastante bueno como para derrotarnos a ambos.

James sonrió y sacudió la cabeza.

– A esta altura no me importa quién o qué es. Te vi temblar. No vuelvas a hacerlo. No querrás enfermarte por esto, ¿verdad? Sólo sigue pensando en lo excelente que te sientes, lo cálida que estás con mi abrigo. Vamos, Corrie.

Ella se estiró un momento y volvió a temblar, un buen estremecimiento.

– En realidad, me siento excelente desde esa breve siesta. También debo decir que cuando puse mi rodilla en su garganta, recordé que eso fue lo que le hice a Willie Marker, y me hizo sentir aun mejor.

– Pobre Willie, y lo único que quería era un beso. -Ella se estremeció. -Ahora quiero que mantengas ese abrigo bien puesto. Sólo sigue pensando en lo bien que te sientes. Nada de enfermedad, Corrie. Eso es lo único que no podemos permitirnos.

El abrigo estaba mojado, pero ella lo apretó más. Era mejor que nada. Miró a James, su camisa blanca empapada, el viento atravesándola, haciendo hinchar las mangas. Comenzó a lloviznar otra vez.

No vieron una sola criatura viva hasta después de que hubiera salido el sol. Oyeron vacas mugiendo.

– Qué sorpresa, no lo creo -exclamó Corrie. -Donde hay vacas tiene que haber gente que las ordeñe.

Tomados de la mano, corrieron en dirección a los mugidos. Había una granja, su parte trasera de cara al mar, el frente rodeando un estrecho sendero, y al otro lado había una pastura bastante grande, y más allá de la pastura un bosque de olmos y arces. La casa estaba construida en piedra gris, una pesada y fea casa con un granero adjunto. En ese momento, era la estructura más gloriosa que cualquiera de los dos jamás hubiese visto.

– Oh, está saliendo humo de la chimenea. Eso significa que tiene que estar caliente allí dentro.

Corrieron hacia el frente de la casa, jadeando, y James gritó:

– ¿Hay alguien ahí? ¡Necesitamos ayuda!

Desde atrás de la puerta cerrada, una vieja voz dijo:

– No presto ayuda a nadie. Váyase.

– Por favor -dijo Corrie, -no queremos hacerle daño. Hemos estado caminando toda la noche y estamos muy mojados y fríos. ¿No nos ayudará, por favor?

– Ustede’ son tipos ricos, po’ como suenan. -La puerta se abrió apenas y un rostro muy viejo, profundamente veteado por años al sol, y ojos de un azul brillante e inteligente los miró. -¿Qué’s esto? Oh, cielos, son un extraño lío, lo son. Entren, entren ahora.

La puerta se abrió más, y James y Corrie entraron en la casa, James agachándose antes de que el dintel le arrancara la coronilla. Olía a vainillas dentro.

– Oh, qué maravilloso -dijo Corrie, aspirando ese maravilloso olor, volviéndose hacia la arrugada anciana, envuelta en un enorme delantal que la cubría casi por completo. -Qué casa encantadora tiene, madame. Muchísimas gracias por dejarnos entrar. Y está tan calentito.

– Por favor, señora -dijo James. -Hemos estado bajo la lluvia toda la noche y estoy muy preocupado por Corrie.

– Aye, puedo verlo -dijo la anciana. -Soy la señora Osbourne, mi marido está allá fuera con las vacas. Nuestra leche es la mejor del distrito. Les daré una taza de leche, toda agradable y caliente, eso los pondrá en forma otra vez. Están los dos mojados, dejen que les busque algo para ponerse.

La señora Osbourne desapareció en otra habitación y James se dio cuenta de que tras la puerta de la cocina efectivamente estaba el granero.

– Corrie, quiero que cuelgues mi abrigo sobre esa silla y que te acerques a la chimenea. Ya casi estamos en casa.

Cuando la señora Osbourne regresó luego de unos pocos minutos cargando un cubo de leche, le dijo a Corrie: -Aye, queridita, deja que te sirva un poco de leche fresca, luego te meteremos en una linda ropa seca.

Corrie bebió la leche caliente con gratitud y luego le pasó la taza a James, que la vació. Ella siguió a la señora Osbourne a un anticuado dormitorio con una encantadora cama grande y un enorme baúl en su base. La señora Osbourne dejó a Corrie allí para que se cambiara con un largo vestido sin forma de un gris indeterminado, con cuello alto y ni un solo volante o volado. Corrie pensó que era un vestido encantador. Estaba tarareando mientras se quitaba las ropas húmedas y las ponía desplegadas sobre el suelo, con cuidado de no dejar que tocaran la andrajosa alfombra azul de la señora Osbourne. Podía oír a la mujer hablando con James, pero no podía distinguir las palabras.

Se secó el cabello con una toalla y lo desenredó lo mejor que podía con sus dedos. Estaba caliente, su panza llena de la riquísima leche, y más que lista para enfrentar a más secuestradores. O contrabandistas. Qué noche asombrosa había sido. Y James tenía toda la razón. Ella se había hecho cargo.

Regresó a la sala de estar.

– Es tu turno ahora, James. -Cuando James llevó las ropas de hombre al dormitorio, Corrie dijo: -Le agradezco, señora. Lord Hammersmith fue secuestrado. Los dos escapamos y hemos estado caminando bajo la lluvia casi toda la noche.

– ¿Él es un Señoría? Bueno, supongo que debía tener un título sumado a ese hermoso rostro suyo. No creo que las ropas del señor Osbourne le queden bien, pero al menos están secas. ¿Le gustaría comprar un poco de leche?

Antes de que Corrie pudiera reír o responder, James salió de la recámara vestido con la ropa del señor Osbourne. Corrie sabía que la belleza debía estar en el ojo de un observador muy parcial. Los pantalones, viejos y holgados, le llegaban sólo a los tobillos. La camisa de algodón marrón oscuro no alcanzaba a cerrarse del todo sobre su pecho, lo cual de hecho lo hacía ver muy masculino, con el vello asomando. Corrie no creía haber visto el pecho de James desde que él tenía dieciséis años. ¿Debería decirle que se vería magnífico si se quitara esas ridículas ropas?

Probablemente sería prudente no decir eso. No quería herir los sentimientos de la señora Osbourne.

– Te ves muy acicalado, James.

– Estoy caliente y seco como tú, Corrie. Gracias, señora Osbourne y también señor Osbourne. Una vez que Corrie y yo estemos en casa nuevamente, haré que les regresen las ropas.

– Así que usted es lord Hammersmith, me dice la jovencita. Tiene la apariencia de un muchacho excelente. Creo que el señor Osbourne tenía su apariencia antes de que los años pasaran y doblaran sus rodillas, y todas esas malditas vacas lo patearan demasiadas veces en la cabeza. -La señora Osbourne le hizo una reverencia. -Los alimentaré. El señor Osbourne puede vender toda la leche esta mañana. Cielos, ya escucho los carros bajando por el camino.