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Luego de las gachas, huevos y tostadas más deliciosos que Corrie y James hubiesen comido jamás en sus cortas vidas, se sentían demasiado cansados y estúpidos como para hacer más que quedarse sentados a la mesa e intentar mantenerse derechos.

– ¿Están cansados? Bueno, eso no es problema. ¿Qué tal una siestita antes de que el señor Osbourne se asegura de que lleguen al menos a Malthorpe, nuestra aldea a ocho kilómetros por el sendero?

James estaba tan agradecido que casi se cayó al levantarse de su silla. Caminó hacia la señora Osbourne, tomó su mano vetusta y le besó los nudillos.

– Estamos muy agradecidos por su bondad, señora. Si no le importa, me gustaría mucho que Corrie descansara un poco. Han sucedido tantas cosas.

– La pondré en mi propio dormitorio, milord, bien arropada.

– Gracias, señora. Tal vez yo podría ayudar al señor Osbourne con las vacas…

Estaba allí parado, las palabras apenas habían salido de su boca, sonriendo su hermosa sonrisa, cuando de pronto se le pusieron los ojos en blanco y cayó, golpeando el borde de la mesa camino al piso.

CAPÍTULO 18

Corrie nunca había estado tan asustada en toda su vida. Viajar en la parte trasera de un carruaje durante tres horas en el asiento del lacayo, con el viento silbando por sus anchas mangas, no era nada; trepar a un techo desvencijado con una manta… bueno, la lista era larga. Pero este era James. Y estaba enfermo.

El señor Osbourne dejó de ordeñar para quitar sus ropas a James y ponerlo en la cama. Seguía inconsciente, su respiración profunda, y estaba tan pálido. Corrie no podía soportarlo. Había tomado su abrigo y lo había dejado en mangas de camisa. Le dijo a la señora Osbourne:

– ¿Hay un médico cerca? Debo buscar un médico para él. Por favor, señora Osbourne. No puedo permitir que le suceda nada a James. Por favor.

– Bueno -dijo la señora Osbourne, posando suavemente su vieja mano nudosa en la frente de James, -está el viejo doctor Flimmy, en Braxton. No sé si sigue vivo, pero ayudó a dar a luz a mis tres muchachos, y todos ellos sobrevivieron, su mamá incluida. ¡Elden! -El señor Osbourne asomó su cabeza en la recámara. -Envía al pequeño Freddie a Braxton a buscar al doctor Flimmy. Nuestro hermoso muchacho aquí está casi tan blanco como un cadáver. -Vio palidecer el rostro de Corrie. -Lo siento. Fiebre -dijo la señora Osbourne, sacudiendo la cabeza. -Conozco las fiebres, sí. El pequeño Limón, así que es como siempre lo llamaba cuando era pequeño porque su piel era de este pálido color amarillo; ese niño sí que tenía fiebres, una tras otra.

– ¿Dijo que pequeño Limón está vivo, señora Osbourne?

– Oh, aye, su nombre es Benjie y tiene tres muchachitos propios ahora.

– Entonces dígame qué hacer.

– Lo gracioso es que siempre uso limones para las fiebres. Es una broma, ¿lo ve? Pequeño Limón y limones para la fiebre.

Corrie tragó con fuerza.

– ¿Le preparará una bebida, señora? ¿Hecha con limones?

– Aye, así es. Mientras hago eso, no lo pierda de vista. Si empieza a arder de adentro hacia afuera, lávelo con trapos fríos.

– Sí, sí, puedo hacer eso.

La señora Osbourne se quedó parada allí un momento, mirando el rostro inmóvil de James.

– Nunca he visto una cara más hermosa en ningún alma viviente. Ese rostro aún no debería ir con Dios.

Corrie sólo pudo asentir.

Las horas se desdibujaron, pero siguieron pasando, muy lentamente. James seguía vivo, tan caliente que pronto ella y la señora Osbourne comenzaron a secarlo con trapos mojados en el agua más fría que la anciana pudo encontrar. Las manos de Corrie se acalambraron, pero no se detuvieron. Vio que la señora Osbourne iba más despacio, y no era nada extraño.

– Yo seguiré haciéndolo, señora. Por favor, debe descansar ahora.

Pero la vieja continuaba frotando el pecho de James, y cuando lograron girarlo sobre su estómago, le frotó esos paños por la espalda.

Él estaba tan quieto, tan mortalmente quieto que Corrie no podía soportarlo. Finalmente, cuando volvió a estar de espaldas, James abrió los ojos y la miró directo a la cara.

– ¿Corrie? ¿Qué pasa? No estás enferma, ¿verdad?

– No -dijo ella, con su cálida respiración sobre la mejilla de él. -No lo estoy, pero tú sí.

– No, no puede ser…

Y entonces se desmayó, con los ojos cerrados y la cabeza colgando a un costado.

El mundo de Corrie se detuvo. Apretó su rostro contra el de él.

– James, vuelve a mí, por favor, vuelve. No puedo soportar esto.

Él comenzó a retorcerse y apartar las mantas, y entonces de pronto estaba temblando, sus dientes castañeteando. Apilaron mantas encima de él, pero no era suficiente. Los tres lograron cargarlo fuera hasta la sala de estar, y recostarlo justo frente a la chimenea. En momentos, la habitación estaba tan caliente que el sudor goteaba en la frente de James.

El tiempo pasó. Él se calmó. La fiebre había bajado, gracias a Dios.

El doctor Flimmy llegó con Freddie a principios de la tarde. Un hombre viejo, pero si su cerebro seguía funcionando debía saber cómo salvar la vida de un joven que había pasado la noche caminando bajo la lluvia fría.

Corrie vio al doctor Flimmy descender sobre sus rodillas chirriantes al lado de James. Le levantó los párpados, miró dentro de sus oídos. Bajó las mantas y le auscultó el pecho. Apoyó su oreja contra la garganta de James. Le bajó las mantas hasta los tobillos, inconsciente de que Corrie, que nunca había visto un hombre desnudo en su vida, estaba allí parada, embobada.

El hombre tarareaba mientras observaba cada centímetro de James.

– ¡Señor! -dijo la señora Osbourne, parpadeando, mirando atentamente a James. -El señor Osbourne nunca se vio así, ni siquiera cuando era un joven duendecillo. Tal vez sería mejor que no lo mirara tanto, señorita Corrie. A menos que sea su hermana, y sé que no lo es. Y tampoco es su esposa, o tendría un enorme diamante en su dedo, dado que él es un Señoría. No me han dicho qué son y cómo es que están juntos. No, no quiero saberlo. Ahora, dele la espalda y deje que el doctor Flimmy mire bajo sus rodillas. Eso es lo que siempre hacía con el pequeño Limón.

Corrie no quería darse vuelta. Quería quedarse allí y mirar a James hasta que estuviera tan oscuro que ya no pudiera verlo, ni siquiera su sombra. Suponía que eso significaba que el fuego tendría que apagarse también, porque sabía que podría verlo aunque hubiese brasas en el hogar.

La señora Osbourne la miraba con el ceño fruncido, con las manos en las caderas. Suspirando, Corrie se dio vuelta.

– ¿Estará bien, doctor Flimmy?

Cuando el viejo no respondió, ella giró la cabeza para mirarlo. Estaba arrodillado cerca de James, con el brazo de James levantado y tocando su axila. Lo vio fisgonear y codear, luego se inclinó sobre el pecho de James y levantó su otro brazo, y continuó con los toques. Al menos había levantado las mantas hasta la cintura de James, y eso era una pena. El doctor Flimmy finalmente se levantó, diciendo en voz alta:

– Señora Osbourne, busque su limonada. Hágala rica y caliente. Y agréguele algo de agua de cebada. Eso es lo que necesita ahora mismo.

El doctor Flimmy se las arregló para ponerse de pie, rechazando a Corrie con un movimiento de la mano cuando ella fue a ayudarlo. Cuando estuvo finalmente parado otra vez, respirando con dificultad por el esfuerzo, le dijo, aunque miraba a James:

– Su Señoría está muy enfermo. Afortunadamente también es joven y fuerte. Usted y la señora Osbourne manténganlo caliente, y cuando la fiebre regrese, continúen lavándolo con los trapos más fríos que puedan. Viertan limonada por su garganta o se marchitará y morirá. No quiero que ese muchacho muera, realmente no quiero.