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– ¡Lords y Señores! Hay dos de ustedes. Señor Osbourne, venga a ver esto. Hay dos hermosos muchachos, no sólo uno.

Abrió la puerta que iba de la cocina al granero y desapareció. Corrie dijo:

– La señora Osbourne ha disfrutado mucho cuidando de James, particularmente cuando se trataba de lavarlo con fríos trapos húmedos. No es sólo su rostro lo que admira.

Entonces rió tontamente, realmente lo hizo. Miró a Jason. Él sonreía.

– Estoy seguro de que James estaba encantado de complacer a la señora Osbourne.

James gimió y abrió los ojos para ver a su padre observándolo.

– Hola, señor. ¿Por qué no está en París?

CAPÍTULO 19

Douglas Sherbrooke estaba tan aliviado, tan agradecido, que sólo podía mirar a su hijo mientras pasaba su mano por la espesa barba negra en su rostro, y aceptar finalmente en su interior que él iba a estar bien. Lo preocupaba que los ojos de James siguieran un poco vidriados, un poco desenfocados, pero sabía que eso cambiaría, James sólo necesitaba tiempo y descanso. Se inclinó cerca y le dijo:

– Tu madre envía su amor. Casi tuve que atarla para evitar que viniera con nosotros, pero supe, al igual que ella, que no nos necesitabas a ambos rondando a tu alrededor. El hecho es que nunca llegamos a París. Tu madre afirma que la Novia Virgen vino flotando a nuestro dormitorio en Rouen y dijo que estabas en peligro. Llegamos anoche a Londres.

– Me secuestraron para llegar a usted, señor.

– Sí, supongo que eso es cierto, pero sé en mis entrañas que esto es más complicado de lo que pensábamos. ¿Fueron tres hombres que te llevaron?

– Sí. Augie es su líder, Ben y Billy los otros dos, que no eran realmente muy inteligentes. Eran de Londres, lo que significa que tienen que ser conocidos. Quizás Remie sabrá todo sobre ellos. Willicombe puede enviarlo a los burdeles y a los muelles para contratar más muchachos que descubran de qué se trata todo esto.

– Pasaré esa información en cuanto regresemos a Londres. En realidad, creo que en este momento todo Londres está buscándolos a ti y a Corrie. Ah, James, reconozco esa mirada… tienes hambre, ¿verdad?

James lo pensó un instante.

– Sí, podría comerme una de esas condenadas vacas mugientes. Mugen todo el tiempo, señor. Juro que podía oírlas mugiendo en medio de la noche. -Vio a Jason rodeando a Corrie con el brazo. -Jase, me alegra que hayas venido. Pero no entiendo cómo…

Jason dijo:

– Te lo contaremos todo después de que hayas comido algo. ¿Dónde está la señora Osbourne?

Para sorpresa de Corrie, la señora Osbourne estaba parada en la puerta de la sala de estar, anudando su delantal en sus viejas manos venosas, viéndose… bueno, viéndose totalmente intimidada. Corrie no podía culparla. Douglas Sherbrooke parado en la pequeña sala de estar era seguramente similar a un cardenal en la iglesia de la aldea. Douglas, que no era estúpido, se puso de pie y sonrió a la mujer. Fue hacia ella, tomó una de sus manos tan dulcemente como tomaría la de una duquesa y la levantó hasta sus labios, tal como James había hecho.

– Señora Osbourne, mi esposa y yo estamos muy agradecidos por su bondad.

– Oh, señor. Oh, cielos, oh, cielos, Su Señoría, no fue gran cosa, ¿verdad, señor? Míreme, vestida con este viejo delantal, con este vestido aún más viejo debajo, pero no podía quitarle mi vestido a Corrie, cierto, porque ella llevaba un vestido de baile que estaba todo rasgado, realmente un lío, lo era. Bueno, yo…

– Se ve encantadora, señora Osbourne. Me gustaría agradecerle por cuidar de mi hijo y su amiga.

¿Amiga? James, que acababa de respirar bien profundo, se ahogó. Bueno, suponía que Corrie era una amiga, pero igualmente, oírlo dicho de ese modo… volvió a toser. Corrie fue inmediatamente hacia él y se arrodilló a su lado, le levantó la cabeza y le dio limonada para beber.

Jason los observó. Era evidente que ella había hecho eso muchas veces desde que James se había enfermado, tantas veces que se veía absolutamente natural. En cuanto a Douglas, él se quedó muy quieto. Entonces, lentamente, asintió.

– Och, mi pequeña Corrie, qué dulce es. Justo esta mañana Elden estaba mostrándole cómo ordeñar a la vieja Janie, que da la leche más dulce en cien kilómetros a la redonda.

James tragó la limonada, cerró los ojos un momento y dijo:

– ¿Realmente ordeñaste a la vieja Janie?

– Lo intenté. Todavía no le tomado la mano del todo.

– ¿Le gustaría una taza de té a Su Señoría? ¿Y a su otro muchacho también? -Se quedó allí parada, mirando de Jason a James, sacudiendo la cabeza. -Dos jóvenes tan hermosos en mi sala de estar. Nadie lo creería. Y ahora un Señoría también, no es que no sea hermoso, milord, es sólo que estos dos jóvenes caballeros harían llorar a los ángeles.

– Créame, señora Osbourne, también me han hecho llorar en alguna ocasión.

James dijo en voz alta:

– Corrie es hija de un vizconde.

– Och, ¿y en qué te convierte eso, Corrie?

Corrie puso los ojos en blanco.

– Me convierte en la muchacha que intentó ordeñar a la vieja Janie, nada más, señora Osbourne.

La mujer resolló de risa, se contuvo y dijo ahogadamente:

– Tengo té realmente verdadero, milord. James aquí ha bebido dos cubetas llenas de limonada, Corrie lo vertió por su encantadora garganta.

– El té estaría muy bien, gracias, señora Osbourne. -Douglas se volvió hacia James, le tomó la mano para tocarlo, para sentir la vida en él. -Trajimos un carruaje. Son dos horas de regreso a Londres. ¿Qué te parece eso, James?

– Este suelo es muy duro, señor. Cuando me quejé, Corrie intentó levantarme para poner más mantas debajo mío. Cuando eso no funcionó, quiso que levantara mi trasero para poder deslizar debajo las mantas, pero juro que no podía levantar ninguna parte mía del piso.

Corrie dijo, sonriéndole:

– Así que lo hice rodar, deslicé la mitad de las mantas y luego lo rodé hacia el otro lado. Los asientos reclinables en su carruaje son tan suaves como una cama, señor. James creerá que está flotando sobre nubes.

– Y también te has mantenido caliente y eso es bueno.

El conde miró a Corrie, que se veía bastante encantadora con su rostro restregado y el cabello brillante de limpio. Si el vestido de la señora Osbourne colgaba de ella, simplemente no importaba. Había perdido peso, podía verlo en su rostro, igual que James.

Dos horas más tarde, el carruaje Sherbrooke se alejó de la granja Osbourne, dejando a los ocupantes cincuenta libras más ricos y con un empleado menos, un huérfano que la señora Osbourne decía que habían recogido cinco años atrás. Aye, Freddie era un buen muchacho, dormía en el granero de los Osbourne, hacía sus tareas adecuadamente. Pero ya no.

Ahora, Freddie iba alto y erguido en el asiento del lacayo, vestido con la librea Sherbrooke de la reserva de uniformes de Willicombe. El uniforme quedaba grande al niño de doce años, pero Freddie se había admirado tanto que Willicombe no había tenido corazón para hacerlo cambiar nuevamente con sus ropas viejas. Douglas le había dicho a Willicombe que hiciera media docena de trajes para él.

Atado firmemente al techo del carruaje había un barril de dulce leche de la vieja Janie, un encantador regalo de la señora Osbourne.

James durmió casi todo el camino, sostenido entre su padre y Corrie, Jason en el asiento opuesto a ellos, preparado para atrapar a James si caía hacia adelante.

Douglas había querido que Corrie le contara exactamente qué había pasado, pero en cuanto le dijo que había informado a sus tíos que ella estaba a salvo, Corrie le ofreció una sonrisa soñolienta y su cabeza cayó contra el hombro de James.

Vio a Jason mirando intensamente a su hermano y la jovencita que dormía tan naturalmente contra él.