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Douglas se preguntó si James ya se habría dado cuenta de las consecuencias de esta loca aventura.

Tía Maybella y tío Simon estaban sentados en la sala de dibujo con la mamá de los gemelos, los tres bebiendo té y preocupándose interminablemente hasta que Douglas y Jason ayudaron a James a entrar en la sala.

Hubo una buena cantidad de alboroto hasta que James, depositado en el largo sofá por su padre y hermano, con dos mantas amorosamente arropadas a su alrededor, dijo a Maybella y Simon:

– Tuve tanto cuidado de mantener a Corrie tapada lo mejor posible, porque estaba aterrado de que enfermara… y miren lo que sucedió. Fui yo. Como Augie diría… infierno y condenación.

Y Corrie, de rodillas junto al sofá, dijo sin dudar:

– Desearía haber sido yo, James. Nunca estuve tan asustada en toda mi vida como esa segunda noche. -Le dijo a la habitación en generaclass="underline" -Ardía de fiebre, retorciéndose tanto que no podía mantener las mantas encima suyo. Luego cayó de espaldas, así que estaba segura de que había muerto.

– Soy demasiado malo como para morir -dijo él.

– Sí, lo eres, y eso me alegra mucho, aunque más bien eres obstinado. -Ella levantó la mirada y dijo: -Pero bebió toda el agua y la limonada que le llevé a la boca. Y luego baldes de té.

James tomó un sorbo de té, apoyó la cabeza contra los suaves almohadones que su madre había colocado bajo su cabeza y dijo:

– Deberían haber visto a Corrie montando ese caballo a través de la puerta de la casa de campo, con una horquilla sostenida como una lanza bajo su brazo. Naturalmente, llevaba un vestido blanco de baile. -James empezó a reír. -Buen Dios, Corrie, es algo que nunca olvidaré mientras viva.

– ¿De qué estás hablando?

Alexandra no podía evitar revolotear alrededor de su hijo, tan grande era su alivio.

– ¿Corrie cargando una lanza? -dijo tío Simon, y se volvió hacia su sobrina. -Queridísima, recuerdo cuando eras una niñita y pasabas por tu fase de caballero en la Inglaterra medieval. James te enseñó cómo sostener un largo poste sin atravesarte solo. Recuerdo que se quedó parado riendo cuando levantaste el poste y corriste a toda velocidad hacia una gallina. Pero, ¿esta vez realmente lo hiciste a caballo?

– Había olvidado eso -dijo James. -Erraste a la gallina, Corrie.

– Era rápida -dijo Corrie, -realmente rápida y luego tuvo el descaro de correr detrás de un árbol.

James dijo:

– Y tú clavaste el poste contra el árbol y el impacto te envió volando sobre tu tras… bueno, sobre, te sentaste, realmente duro.

Él se aclaró la garganta mientras su madre decía:

– James intenta ser cuidadoso en sus descripciones corporales. Sabe que su madre lo agradece.

– Já -dijo Jason.

James agregó:

– Bueno, Corrie no corría con un poste esta vez, señor; iba a caballo, con una brida, sin silla de montar, con una horquilla bajo el brazo y lo hizo llevando su vestido de noche.

– ¿Atacó un árbol? -preguntó tía Maybella.

Llevó otra hora antes de que todos hubiesen digerido el relato entero. Douglas vio que su hijo estaba exhausto. Se puso de pie.

– El hombre que pagó a los tres villanos dijo que era Douglas Sherbrooke. Eso me da mucho que pensar. ¿Supongo que este hombre, Augie, no usó mi nombre para burlarse de ti, James?

James sacudió la cabeza, casi dormido.

– Nunca había oído sobre usted, señor. No lo estaba inventando.

– Estás listo para caer del sofá, James -dijo Alexandra, pasándole suavemente los dedos por el rostro. -Ah, mira. Tu cabello está todo brillante y limpio.

– Corrie me lavó, cabello incluido, esta mañana.

– Oh -dijo tía Maybella y disparó una mirada a Simon, que no estaba prestando atención.

Él miraba atentamente los robles, sus hojas comenzando a ostentar su plumaje otoñal. Lo oyó decir, en voz baja:

– Ese dorado es sin dudas muy bonito. Tengo marrones y trigos, pero ningún dorado de ese tono específico. Debo obtenerlo para mi colección.

Él salió de la sala de dibujo antes de que Corrie pudiera parpadear. Lo miró sonriendo. Vio a varias institutrices con sus pupilos en el parque, y supo que estarían admirando a su tío, sin darse cuenta jamás de que él no tenía ningún interés en ellas, sólo en esas hojas de roble doradas.

Maybella estaba golpeteando con el pie y observando la encantadora moldura del techo. Douglas dijo:

– Eh, buscaré a Petrie, que sin dudas está esperando en el vestíbulo de entrada con Willicombe y el resto del personal en esta casa, preparados para pelear para ver quién te carga sobre su espalda hasta tu dormitorio.

Pero fueron Douglas y Jason quienes ayudaron a James a subir a su recámara, Petrie y Willicombe merodeando tres pasos detrás de ellos, preparados en caso de que los necesitaran, y Freddie tres escalones detrás de ellos, con los brazos estirados, listos. James sonrió a su padre y hermano.

– Gracias por ir a buscarnos.

Se quedó dormido, oyendo a Petrie presumir de cómo podía afeitar a Su Señoría y no despertarlo en el proceso.

CAPÍTULO 20

Cuando James despertó, era casi medianoche, su dormitorio estaba a oscuras, las brasas ardiendo bajo en la chimenea, y estaba tan calentito como un riquísimo budín que acababa de salir del horno. Se dio cuenta de que necesitaba orinar y se las arregló para salir de la cama y ubicar el orinal. Estaba detestablemente débil y eso lo enfureció.

Acababa de meterse en la cama cuando se dio cuenta de que estaba famélico. Se concentró en el tirador de la campana y entonces apartó la mano. Era muy tarde. Se recostó, oyendo su estómago gruñir, preguntándose si lograría caminar hasta la cocina. Olvida la comida, entonces. Al menos estaba en casa y en su propia cama. No iba a morir de hambre y, lo mejor de todo, estaba vivo.

Ni tres minutos más tarde, la puerta de su dormitorio se abrió silenciosamente. Su madre entró en la habitación, vistiendo un encantador albornoz verde musgo, cargando una pequeña bandeja en sus manos.

James simplemente no podía creerlo.

– ¿He muerto e ido al cielo? ¿Cómo…?

Alexandra dejó la bandeja en la mesa de luz y dijo mientras lo ayudaba a incorporarse:

– Petrie estaba durmiendo en el vestidor, con la puerta abierta. Le había dicho que debía despertarme en cuanto te oyera despertar. Lo hizo. Ahora, tengo un poco de delicioso caldo de gallina para ti y un poco de pan caliente con manteca y miel. ¿Qué piensas de eso?

– Me casaría contigo si no fueses mi madre. -Alexandra se rió y encendió una rama de velas. James dijo mientras la miraba: -Recuerdo cuando era niño, estaba enfermo de algo, no recuerdo qué era, pero tú siempre estabas ahí. Despertaba en medio de la noche y allí estabas, de pie a mi lado, sosteniendo una vela, y tu cabello se veía como fuego hilado con esa luz. Pensaba que eras un ángel.

– Lo soy -dijo Alexandra, se rió y le dio un beso. Lo estudió por un instante. -Te ves más animado, tus ojos más enfocados. Ahora voy a atiborrarte.

Acercó una silla y se sentó, observando a su hijo mientras comía cada trozo en la bandeja. Cuando hubo terminado, James suspiró y apoyó la cabeza contra las almohadas. Dijo, con los ojos aún cerrados:

– Cuando desperté mi primer pensamiento fue “¿dónde está Corrie?” -Alexandra hizo un grave ruido, como un zumbido. -Ella salvó mi vida, madre. Sinceramente, no creo que mis posibilidades de escapar de esos tres hombres fueran muy buenas.

– Ella siempre ha sido una muchacha ingeniosa -dijo Alexandra. -Y siempre ha sido completamente leal a ti.

– Nunca aprecié eso realmente hasta que sucedió esto. ¿Puedes creer que vio que me llevaban y saltó al asiento del lacayo, sin dudarlo para nada? ¿Puedes creer eso? Llevando su condenado vestido de baile.

– Bueno, de hecho -dijo su madre, -puedo creerlo.

Él logró hacer una sonrisa.

– Ah, tú y padre, siempre ahí uno para el otro. Sí, tú hubieses saltado a ese asiento del lacayo, ¿verdad?