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Corrie sonrió, pero no dijo nada más. Se quedó allí parada a los pies de la cama, sólo mirándolo.

– Me gustaban tus bigotes -le dijo finalmente. -Le agregaban complejidad a ese rostro tuyo. -Él arqueó una ceja. -La belleza por sí sola puede volverse aburrida, ¿no lo crees, James? Ya sabes, está ahí siendo perfecta y pronto uno tiene ganas de bostezar.

Él dijo, sin vacilar:

– Y yo extraño tu vestido de baile blanco, todo rasgado y mugriento. Eso también añadía complejidad a tu presentación. Mírate ahora… un bonito vestido verde y limpio, nada más, nada menos. No, es muy poco interesante ahora.

James bostezó, se palmeó la boca y volvió a bostezar.

Ella hizo una pose, diseñada específicamente para burlarse de él, pero que no funcionó porque él la había visto perfeccionándola frente al espejo. Corrie no lo había visto, gracias al Señor por ese pequeño favor. James esperó, sonriendo, preguntándose qué iba a salir de su boca. Ella dijo, mientras golpeteaba los dedos contra su mentón:

– Sabes, ahora que lo pienso, debo admitir que como estuviste desnudo la mayor parte del tiempo que estuviste enfermo, acostado indefenso… ya sabes, todo extendido sobre tu espalda, no recuerdo haberme aburrido un instante mirándote. No, no bostecé una sola vez.

James reconoció totalmente qué buen golpe a la cabeza era ese. Se sonrojó, el color subiendo por sus mejillas hasta la línea de su cabello. Ella le sonreía, sabiendo que le había ganado, una sonrisa tan pícara que debería esfumarse.

Fue difícil, pero él se controló.

– Corrie, ¿por qué no vienes y me ayudas a beber un poquito de agua?

Ella mantuvo esa enorme sonrisa pícara aun mientras sacudía la cabeza.

– ¿Para que puedas arrojarme el agua sobre la cabeza? No, gracias, James. Veo que no puedes hacer más que ignorar mis insultos, una estratagema bastante patética, ¿no lo crees? Estás esperando para devolverme un insulto. Sólo tienes que pensar en uno, y eso es un problema porque tu cerebro sigue echado en tu cabeza, sin hacer nada útil. Entonces, admite que esta vez te he dejado repantigada en el lodo. Hmm, repantigada. Qué palabra adorable.

Entonces le sirvió un vaso de agua, se sentó en la cama a su lado y deslizó automáticamente su brazo tras el cuello de James, y le levantó la cabeza para que bebiera. El rostro de él casi le tocaba los senos.

James respiró hondo.

– Ah, suficiente. Así está bien. Gracias, Corrie.

Ella dejó el vaso y lo miró con una ceja arqueada.

– ¿Qué es esto? ¿Sigues demasiado débil como para ocuparte de tu propia sed?

– No, me gusta que lo hagas por mí. Me gusta olerte cuando estás tan cerca.

Sin pensar, ella le acarició el rostro con la mano, tomándolo del mentón por un instante.

– ¿Olía interesante? ¿Había suficiente complejidad en mi olor?

– Sí, suficiente. -Ella resopló y James dijo: -Sabes, ese resoplido, por distintivo y expresivo que pueda ser, sencillamente no va bien con tu vestido, que hace que tu cintura no se vea más grande que un pomo de puerta. En cuanto a tu parte superior, tu maldito escote es demasiado bajo. Se supone que seas una jovencita modesta en su primera temporada, no una dama experimentada casi lista para vestir santos que necesita una descarada propaganda para atraer al hombre imprudente. Ah, mírate ahora, lista para arrojarme la garrafa de agua. Estás tomando mis palabras bienintencionadas de mal modo, Corrie. Sólo las digo como una muy pequeña observación de los bienes que no deberías estar mostrándote al mundo con tanto notable detalle, al menos no todavía.

Eso fue bastante elocuente; los dos lo sabían. James esperó, sintiendo que su cerebro chispeaba. Ella se quedó mirando el espacio mientras decía:

– Recuerdo cómo mis manos casi se acalambraban de lavarte tantas veces, para bajarte la fiebre, ya sabes. Cada vez que mis manos descendían más y más. -Ella lo miró directamente entonces y sonrió como una bruja. -Ah, James, puedo decir sin dudas que tus bienes no necesitan nada de propaganda. Pero mírame, soy una pava real pedestre, necesito toda la publicidad que pueda.

Él se sonrojó. Maldición, volvía a sonrojarse y ella lo vio, así que James dijo:

– Por el amor de Dios, Corrie, haz que levanten tu vestido al menos cinco centímetros.

Ella le sonrió.

– Muy bien. -Él no pudo pensar en nada que decir. -Cierra la boca, James, te pareces demasiado a Willie Marker luego de que le dije que ninguna muchacha se casaría jamás con él porque era un matón descerebrado.

– Dudo que Willie Marker haya pensado alguna vez en el matrimonio -dijo James.

– Eso fue lo que él me gritó -dijo Corrie, y suspiró profundamente. -Y entonces intentó besarme otra vez. ¿No es extraño? ¿Después de haberlo insultado de arriba abajo?

– Supongo que algunos hombres se excitan cuando una muchacha los golpea en la cabeza, metafóricamente hablando.

Corrie lo miró, sus dedos muriéndose de ganas por volver a tocarlo pero, naturalmente, no lo hizo. Él ya no estaba indefenso. Así que le dijo:

– Suficiente sobre mi vestido. Dime, ¿cómo te sientes esta hermosa mañana?

– Mis almohadas se han caído. Necesito que vuelvas a levantarlas. Me duele la cabeza.

Ella se levantó para inclinarse hacia él y sacudir las almohadas. Se enderezó y lo miró.

– ¿Quieres que también frote un poco de agua de rosas en tu frente?

– Sí, eso sería bueno.

Ella empezó a tararear, una de las canciones favoritas de él en realidad, mientras mojaba su pañuelo en la garrafa de agua y se acercaba para darle toquecitos en la frente. Ahora no tenía una sonrisa pícara, más bien una expresión de absoluta concentración.

– Lamento no tener agua de rosas, James. ¿Crees que el agua de la garrafa está ayudando?

– Sigue frotando, ah, sí, eso se siente muy bien.

Corrie lo hizo, con un movimiento lento y calmo, uno que el cuerpo de James reconocía.

– La cosa más extraña sucedió esta mañana, James. Estaba caminando con mi doncella para venir a visitarte y vi a la señora Cutter y lady Brisbett. Las conocí a ambas la semana pasada, en alguna especie de baile, y fueron bastante encantadoras conmigo. Las dos me ignoraron, me miraron como si no estuviera allí y pasaron de largo, con las narices al aire. ¿No es eso asombroso? -Se quedó callada un momento. -O tal vez ambas son miopes, pero les sonreí y volví a hablarles. Fue muy extraño, ¿no lo crees? No tan extraño como un muchacho queriendo besar a una chica cuando ella lo ha mandado a volar, pero sigue siendo raro.

Hubo un jadeo en el umbral. No era Petrie ni la madre de James con más comida. Era la señorita Juliette Lorimer, con su madre detrás.

Juliette tomó aire, mostrando sus encantadores bienes aun más prominentemente que Corrie y, la verdad, con mejores efectos, y dijo con una voz lo bastante fría como para helar la limonada:

– ¿Puedo preguntar qué está pasando aquí?

James dijo tranquilamente:

– Hola, Juliette. Corrie está, amablemente, frotando mi frente con agua de la garrafa, ya que no tenemos agua de rosas. Me duele la cabeza.

– Necesita manos más suaves que lo atiendan, milord -dijo la señora Lorimer. -Juliette, aquí está mi pañuelo. Acaricia la frente de Su Señoría. La señorita Tybourne-Barrett ni siquiera debería estar aquí. Está sola, a diferencia de ti, que estás con tu madre. No es para nada adecuado. Probablemente debería dárselo a entender a Maybella.

Corrie dijo, con una ceja levantada:

– ¿Por qué no, señora? He sido prácticamente de la familia durante toda mi vida.

– Eso no hace ninguna diferencia, señorita, y deberías saberlo. Tienes que irte a casa ahora. Así es, es hora de que te marches.