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– El hecho es, Peter, que este Douglas Sherbrooke sabe todo sobre Georges Cadoudal, sabe que mi padre está preocupado por él, y por lo tanto es su nombre el que utiliza para sacarnos. Tiene que ser el hijo de Cadoudal… pero, ¿por qué va tras James en particular? ¿No serviría yo también si su motivo fuera simplemente eliminar a nuestro padre?

Pero no encontraron a nadie que quisiera admitir que conocía a Horace hasta que un pilluelo, con la ayuda de un soberano arrojado por Jason, les dijo que su nombre era Horace Blank.

– Él hacía una excelente tarta de riñón, siempre me daba una. Voy a extrañar al viejo Horace. Él vivía en Bear Alley, en el tercer piso, justo bajo los aleros.

Y entonces mordió el soberano, sonrió tan grande como una luna llena, y desapareció.

Caminaron hasta Bear Alley, encontraron las pequeñas habitaciones de Horace Blank bajo los aleros, y subió con dificultad las estrechas escaleras oscuras y entraron en la habitación de Horace. La pequeña sala estaba sorprendentemente limpia, con una cama de tablillas, un pequeño baúl a los pies, y por toda la pared del fondo había un horno, ollas y muchos ingredientes que él usaba para hacer sus tartas de riñón. Olía delicioso.

– Nunca comí una de sus tartas -dijo Peter, y sacudió la cabeza. -Realmente no me gusta esto, Jason.

Se separaron, Peter para apostar en un nuevo salón de juegos, que pertenecía a un amigo suyo, así que Jason supo que no podría salir del lugar tan pobre que tendría que pegarse un tiro, y Jason regresó a casa para cambiarse rápidamente con su atuendo de noche, y luego se marchó a la mansión de lady Radley, para un baile. Para ver a Judith McCrae.

James le había contado sobre su visita a Corrie y la farsa del pan de canela.

– Más gracioso que cualquier cosa que haya visto en Drury Lane -dijo James, y Jason deseó haber estado allí, para tomar una rebanada para sí mismo, quizás justo de la boca de Judith.

¿Lo mordería ella? Esa sí que era una idea encantadora.

Sonreía cuando la vio por primera vez al otro lado de la pista de baile, bailando con el joven Tommy Barlett, tan tímido que miraba fijamente el cuello de Judith. No, no era el cuello de Judith lo que atraía la atención de Tommy. Jason comenzó a abrirse paso hacia ella, hablando con amigos y enemigos por igual, saludando con un cortés movimiento de cabeza a los amigos de sus padres también, y sonriendo a la multitud de jovencitas, y algunas no tan jóvenes, que le echaban miradas tiernas que hacían que quisiera correr en la dirección opuesta.

– Hola, señorita McCrae. Hola, Tommy. Qué collar encantador, ¿verdad?

Tommy Barlett, todavía aspirando el adorable perfume de la señorita McCrae, con la lujuria palpitando por sus jóvenes y saludables venas, se dio vuelta lentamente.

– ¿Eres tú, James? No, eres Jason, ¿cierto?

– Sí, soy Jason.

– ¿Qué collar?

– El que has estado mirando atentamente, el que lleva la señorita McCrae. Alrededor de su cuello. No apartaste la mirada ni una sola vez de ese encantador collar.

– Oh, yo no estaba… ese es, cielos, ¿es el señor Taylor a quien veo allí, haciendo señas para que me acerque? Gracias, señorita McCrae, por la danza. Jason.

Y Tommy se marchó, casi galopando por el salón de baile.

– ¿Qué fue todo eso? -preguntó Judith, mientras se quedaba mirando a Tommy. -Actuaba como si tuviera terror de ti.

– Tenía una buena razón.

– ¿Por qué? No le dijiste nada. Vamos, Jason, ¿qué era todo eso?

Jason le sonrió.

– Hueles bien.

Ella se puso en puntas de pie y le olisqueó el cuello.

– También tú.

Él nunca sabía qué haría ella a continuación. A veces era desconcertante, pero con más frecuencia era encantadora, como ahora. Ella lo había olisqueado.

– Gracias. Probablemente Tommy te hubiese atacado si yo no hubiera intervenido.

– ¿Ese tímido jovencito? Lo dudo mucho. El baile había terminado. No interviniste absolutamente en nada. ¿Qué era eso de mi collar? ¿Te dije que pertenecía a mi madre?

– No, no lo hiciste. Es único.

– Así que Tommy estaba admirándolo. ¿Qué, podrías decirme, tiene eso de malo?

– El tímido Tommy estaba mirando tus pechos, no tu collar. Era astuto, pero yo pude notarlo.

– Oh -dijo ella, parpadeando. -Pensé que era modesto, terriblemente tímido, no astuto. Cielos, ¿un joven calavera en ciernes?

– Así es Tommy, sí -dijo Jason. -Veo gente acercándose. Bailemos.

– La gente a la que te refieres -dijo Judith mientras él le deslizaba el brazo alrededor y la llevaba danzando al medio de la pista, -son todas jovencitas. Tras de ti. Desafortunadamente, están apretadas en una bandada, una estratagema para nada buena. Quizás yo podría darles otros acercamientos… rodearte, quizás, o formar una cuña y llevarte a un rincón donde podrían hacer lo que quisieran contigo. Baja esa ceja altanera. Sabes muy bien que no vienen a ver si yo sé algún chisme nuevo o para elogiarme por mi collar. En realidad, no querría estar sola en una habitación oscura con ellas.

– Tonterías -dijo él.

Jason la hizo dar vueltas una y otra vez hasta que ella estaba riendo, aferrándose como si su vida estuviera en riesgo, y su perfume olía como… ¿qué? No eran rosas. No lo sabía.

– Oh, cielos, allí está Juliette Lorimer mirándome con ceño. Debe pensar que eres James. ¿No puede distinguirlos?

– Evidentemente no -dijo Jason, -aunque mis hombros son mucho más amplios que los de mi hermano.

Él la hizo bailar en medio de una multitud de vestidos y joyas relucientes. Tanta riqueza, pensó ella, tantas mujeres hermosas.

Jason se detuvo un momento y le sonrió.

– He oído acerca de tu glotonería. Debo decir que al principio me sentí horrorizado hasta que James me recordó la vez que logramos robar una hogaza entera de pan de canela de Twyley Grange de un alféizar, reverentemente posada allí para enfriarse. James y yo partimos la hogaza, y queríamos más.

– Podría haber comido la hogaza entera, sin cortar en rebanadas, en menos de tres minutos. Apenas la probé, sólo dos rebanadas. Deberías haber visto a lord Montague… realmente me ocultó el plato tras su espalda. -Y empezó a reír. -Qué caballero maravilloso es. Y tan apuesto.

– Será el tío político de mi hermano. Asombroso, eso.

– ¿Entonces Corrie finalmente sucumbió?

Jason se encogió de hombros.

– Evidentemente. James es un buen hablador, podría convencer a un vicario de compartir las monedas de su platillo de limosnas. Corrie no era un gran desafío. Ella también dice que eres tan bonita como Juliette Lorimer. Yo creo que podrías ser más bonita. La cosa es que, a diferencia de Juliette, tú tienes bondad, sin mencionar más picardía de lo que uno soñaría posible en una muchacha delicadamente criada.

– Ah, y tengo astucia, Jason. Montones de astucia.

– No porque lo haya visto. Es más, a veces pienso que eres demasiado franca, demasiado abierta, lo que sientes está allí en tu rostro, para que todos lo vean. Ten cuidado, Judith. La próxima vez que aceptes un baile de un joven caballero que se ve inocuo, mira sus ojos. Si no permanecen en tu rostro, recházalo.

Ella se rió, realmente rió por lo que él había dicho. Cerró los dedos en el abrigo de Jason y rió más.

Él se puso alarmantemente tieso.

– No veo nada divertido en ese consejo.

– No, no, no es eso, Jason. Mientras lo dijiste, estabas mirando mi busto.

– Eso es bastante diferente -dijo él, y se detuvo porque la música había terminado, al menos cinco segundos antes. Rozó ligeramente la punta de sus dedos contra la mejilla de Judith. -Encantador collar -le dijo, y la dejó a menos de su tía Arbuckle.

Jason oyó la risa de ella flotar detrás suyo. No bailó con ninguna otra dama, simplemente agradeció a su anfitriona y se marchó. Quería contarle a James lo que había sucedido en Covent Garden.