Ella se echó atrás en sus brazos para mirarlo.
– ¿Un dolor de cabeza? ¿Por qué diablos verme aferrándote como la última rebanada de pan de canela le daría dolor de cabeza a alguien?
– Celos -dijo él, y sin pensarlo le besó la punta de la nariz. La apartó de él. -Willicombe -dijo a los tres ocupantes en la sala, dos de ellos que no prestaban una pizca de atención, -está trayendo el té. ¿Jason? ¿Judith? Escúchenme ahora. El té está llegando.
Corrie oyó una risita y espió alrededor de James para ver a Judith McCrae arrojándole lápices a Jason.
– ¿Qué fue lo que dijo para provocar el ataque, Judith? Buen disparo, justo en el pecho. Supongo que los lápices podrían ser peligrosos, así que será mejor que tengas cuidado.
Judith, sosteniendo un último lápiz entre sus dedos, lista para arrojárselo a Jason, se dio vuelta, sonriendo.
– Este hombre, aquí parado todo alto y erguido, que se ve más peligroso que un Highlander en kilt, me dice que es peligroso para mí no llevar un collar. Sin él, un hombre no tiene ninguna justificación.
Corrie estaba a punto de preguntar qué significaba eso cuando Willicombe entró, mirando en cada rincón de la sala de dibujo, como era su costumbre, antes de aclararse la garganta y decir:
– La cocinera ha preparado unos bollos de nuez. Se disculpa porque no es el pan de canela de Twyley Grange, pero los hombres a los que contrató para robar la receta terminaron siendo sobornados y se atiborraron con el verdadero artículo y se desvanecieron. -Les sonrió abiertamente. -Una habitación de jóvenes mirándose uno al otro con tanto afecto. Una palabra tan tibia, afecto. Quizás tiene más que ver con el cariño y la cordialidad, al menos espero que sea más, ya que dos de ustedes ahora están siendo medidos para los grilletes -y Willicombe levantó una ceja cuestionadora a Jason, quien levantó un lápiz del suelo y se lo arrojó.
– Grilletes -murmuró James. -Empiezo a creer que Willicombe es tan misógino como Petrie. -Corrie sirvió el té y Judith pasó los bollos de nuez. James dijo: -Nuestra abuela adora estos bollos de nuez. Oh, cielos, Corrie, tendrás que armarte de valor; ella es mala, te calumniará, sin que se le dé ningún estímulo, pero sabes eso, te ha insultado con bastante frecuencia. Pero ahora que serás una de la familia… no tiene sentido pensar en cómo te tratará.
Judith dejó de masticar su bollo.
– ¿Su abuela será cruel con Corrie? Qué extraño. ¿Por qué?
Jason se rió.
– No conoces a nuestra abuela, Judith. A ella le desagrada cualquier mujer que jamás haya tenido la desgracia de nadar en su estanque, incluyendo a nuestra madre, incluyendo a su propia hija, incluyendo a Corrie, quien es, según entiendo, una abominación o algo por el estilo.
Corrie se estremeció. James le palmeó la mano y dijo, su voz pensativa y grave:
– He estado pensando que quizás deberíamos vivir en una encantadora casa que poseo en Kent.
– ¿Dónde obtuviste una casa en Kent?
– Es una de las casas menores de padre, una construida por el primer vizconde Hammersmith.
Ella dio un mordisco a su bollo de nuez y se mojó los labios.
– ¿Dónde queda?
– Cerca de la aldea de Lindley Dale, justo sobre el río Elsey.
Ella terminó su bollo, volvió a mojarse los labios y esa vez James vio su lengua, queriendo de pronto lamer a Corrie. Su garganta, su codo izquierdo, su abdomen… tenía que controlarse.
Ella dijo:
– ¿Tiene un nombre?
– Sí. Casa Primrose. No es grande y ostentosa como Northcliffe Hall, pero sería nuestra, con suerte por mucho tiempo, ya que no deseo ver que mi padre o madre abandonan esta tierra hasta el próximo siglo.
Corrie simplemente no podía imaginarse viviendo con este hombre. Vivir con él en Casa Primrose. Sólo ellos dos. Cielos, estaba acostumbrada a vivir con tía Maybella y tío Simon.
¿Vivir con James? Pensó en su último beso y en la lengua de él en su boca, volvió a mojarse los labios, se encontró con los ojos de él y se sonrojó hasta la línea del cabello.
– Creo -dijo James lentamente, sus ojos sobre la boca de ella, -que quiero saber exactamente lo que estás pensando.
En ese momento, Willicombe entró corriendo en la sala.
– ¡Milord, amo Jason, vengan rápido! ¡Rápido!
Corrie le ganó a todos para salir de la sala de dibujo. Corrió a través de la puerta abierta del frente, se detuvo de golpe en el escalón superior y se quedó mirando.
Allí estaba su futuro suegro, parado encima de un hombre inconsciente envuelto en una enorme capa negra, frotándose el puño, y Remie parado cerca, con su pie derecho plantado en la espalda de otro hombre, este fornido y despeinado, que estaba gimiendo y retorciéndose.
Douglas levantó la mirada y sonrió. Se frotó el puño otra vez y dijo:
– Eso fue divertido.
James y Jason corrieron hacia su padre y Remie, y miraron atentamente a los dos hombres. James dijo:
– ¿Quiénes son estos hombres, señor? ¿Los conoce?
– Oh, no -dijo Douglas alegremente. -Remie los ubicó merodeando por la plaza.
– Aye -dijo Remie. -Su Señoría decidió que los dejaríamos venir hasta nosotros, lo cual hicieron, los condenados tontos. Su padre piensa que tendremos una agradable conversación cuando los bastardos puedan hacer funcionar sus cerebros otra vez.
Pateó al hombre, que volvió a gemir, se estremeció y luego no se movió.
Douglas se inclinó y levantó al hombre que había caído a sus pies. Le abofeteó el rostro una vez, dos, lo sacudió.
– Vamos, abre los ojos y mírame a la cara.
Volvió a sacudirlo.
Hubo un repentino borrón de movimiento.
Sin pensar, Jason apartó a Remie del camino, pateó y quitó el arma de la mano del hombre que acababa de aparecer alrededor de un arbusto, con el arma apuntada al conde. Agarró al hombre del pelo, le levantó la cabeza y envió su puño hacia la mandíbula.
Miró a su padre.
– Apareció muy rápido. Eso suma tres de ellos ahora. James, ¿son estos los mismos tres hombres que te secuestraron?
James sacudió la cabeza.
– Nunca antes he visto a estos tres.
El hombre al que Douglas todavía tenía agarrado del cuello dijo en un quejido que hizo que Corrie quisiera patearlo:
– No queríamo’ hace’ na’, milord, sólo queríamo’ agarrar un par de moneda’.
Remie dijo, mientras se sacudía la librea:
– Creo que me gustaría hablar con estos dos, milord, tal vez abrirles la cabeza un poquito, para ver qué cae de ella.
– Lo haremos los dos, Remie.
La voz de un niño dijo detrás de Judith:
– Yo los he visto, milord, hablando con un tipo, eh, hombre, al otro lado de la plaza. Un hombre grande, era, eh, llevaba sombrero y un capote.
James se volvió hacia Freddie, cuyo inglés había mejorado en la semana pasada, aunque había oído al niño murmurando que “qué tínia de malo como yo hablaba de cualquir modo,” cuando le habían informado que sería educado. Era Willicombe quien enseñaba a Freddie, dos horas por día.
– Bien hecho, Freddie. Vayamos allí, donde encontraste a este hombre y veamos si podemos encontrar alguna pista.
– ¡Señor! -dijo Freddie, y se palmeó los pantalones, enderezó su manga y presentó a James una pose orgullosa con su nueva y hermosa librea. -Marchémonos, entonces, milord. Encontraremos al’o, eh, algo.
– Sí, apresúrense, ambos -dijo el conde. -Bien, creo que estos dos finos especímenes deberían pasar algún tiempo en nuestro establo, si no crees que alterarán a los caballos.
Remie y Jason cargaron a los hombres, y Douglas entró a escribir una nota a lord Gray, un caballero a quien conocía en Bow Street.
En cuanto a Corrie y Judith, observaban a Jason y Remie llevarse a los tres hombres.
– Esto -dijo Judith en voz baja, -no era lo que planeaba ver cuando vine de visita.