– No -dijo Corrie. -Sabes, Judith, quizás tú y yo deberíamos pasar algún tiempo con estos hombres también.
– ¿Quieres decir, si los caballeros no recogen ninguna información de ellos?
– Exacto.
Y Corrie se hizo sonar los nudillos, algo que no había hecho desde que tenía diez años.
Judith se rió, cubrió sus ojos con la mano y dijo:
– Me pregunto si James y Freddie encontrarán algo. ¿Quién es ese niño, Corrie? ¿No es un poquito joven para ser empleado por el conde?
– Freddie es muy especial -dijo Corrie. -Muy especial, sin dudas. ¿Escuchaste lo mucho mejor que habla?
– ¿Estás enseñándole a hablar inglés como corresponde?
– En realidad, es Willicombe -dijo Corrie. -Me atrevo a decir que el conde haría cualquier cosa por Freddie. -Le sonrió a Judith. -Podemos regresar esta tarde, quizás tener nuestra propia charlita con esos dos villanos. -Y eso fue lo que Corrie dijo al conde sólo diez minutos más tarde. -Milord, creo que debería reconsiderar el llamar a Bow Street. Déjeme ir a interrogar a esos hombres. Sé que puedo convencerlos de que hablen conmigo.
Judith asintió, con los ojos entrecerrados, casi gruñendo.
– A mí también me gustaría abrir sus bocas a la fuerza, milord.
Douglas miró a las dos jovencitas quienes, sospechaba, tenían tantas agallas como su esposa, y dijo lentamente:
– Quizás esta nota a lord Gray puede esperar un poco. Sí, intentemos ablandarlos primero.
Willicombe, sin embargo, estaba empeñado en contra de esto. De hecho, se quedó parado en el vestíbulo de entrada, a un metro de la puerta principal, tan pálido que se veía muerto.
Respiraba tan rápido que Corrie temía que se desmayara. Se acercó a él y lo abofeteó con fuerza.
– Ah, oh, cielos, un golpe en el morro por una joven dama. -Willicombe dijo en un gemido: -Pero como la dama previamente mencionada rescató a uno de nuestros muchachos, supongo que… -Se quedó callado, respiró hondo para calmarse y dijo: -Gracias, señorita Corrie. Creo que tomaré un bollo de nuez si queda alguno.
Y se alejó tambaleándose.
CAPÍTULO 28
– Corría como un hombre joven -dijo James a su padre, Freddie asintiendo enérgicamente junto a su codo derecho.
– Un joven -repitió Douglas. -Una vez más viene, este hijo de Georges Cadoudal. -Miró a su hijo. -¿Por qué, James? ¿Por qué?
– Cuando lo atrapemos, lo descubriremos. Todo el mundo está buscándolo, padre. No faltará mucho. -James señaló al otro lado del parque. -Se lanzó dentro de un coche de alquiler y el conductor fustigó a los caballos, rápido. No tuvimos posibilidad de atraparlo.
– Bueno, tenemos a tres de sus hombres. He decidido que dejaremos que Corrie y Judith hablen con ellos mañana. -Sonrió ante la expresión de puro horror de James. -Las jovencitas afirman que harán que los villanos nos digan todo. Pero ahora, hagamos nuestro intento de ablandarlos.
James se frotó las manos.
– Hagámoslo. Freddie, ve a buscar al amo Jason, dile que iremos a conversar con nuestros villanos.
Douglas dijo:
– Si ninguno de nosotros tiene suerte, enviaré mi nota a lord Gray. Puede enviar a uno de sus hombres aquí para que se los lleve. Al menos ya no serán útiles para el hijo de Georges.
Dos horas más tarde, Douglas tuvo que admitir la derrota. A los hombres se les estaba pagando extremadamente bien para mantener las bocas cerradas. En realidad, era más que dinero, pensó James, ya que les había ofrecido quinientas libras y se habían rehusado. Había verdadero miedo en sus ojos. Simplemente decían una y otra vez que no sabían nada, que sólo querían agarrar la bolsa del tipo rico, no, no, que no conocían a ningún tipo que se hiciera llamar Douglas Sherbrooke… ¿Un hombre joven? No, no conocían a ningún hombre joven. Y así siguió todo hasta que Douglas le puso fin. James y Jason querían golpearles las cabezas, pero Douglas dijo que no quería dos hombres muertos enterrados en su establo. Los entregaría a Bow Street, dejaría que los hombres de lord Gray rompieran sus cabezas y los enterraran en la cárcel.
Los tres hombres estaban deprimidos, pero se vieron obligados a sonreír, porque Alexandra había invitado a lady Arbuckle y a Judith, así como a lord y lady Montague y a Corrie a cenar con ellos esa noche. Su razón, admitió a su esposo, luego de que él le hubiera mordisqueado el cuello, olvidando un largo rato que se suponía que estaba ajustándole el collar de rubíes, era ver a las dos jovencitas con sus hijos.
– Quiero observar cómo se tratan entre sí, cómo se comportan con sus parientes, y con nosotros.
– Has conocido a Simon, Maybella y Corrie desde siempre. Sabes cómo se comportan con nosotros.
– Ah, ¿pero no lo ves, Douglas? No sé cómo se llevarán con lady Arbuckle y Judith McCrae, y eso es importante. Además, quiero ver si me agrada Judith. Nunca antes he visto a Jason tan atraído a una jovencita. Quizás ella está podrida hasta el corazón, tal vez lo desea por su apariencia, quizás tiene un sentido del humor terrible.
Douglas sacudió la cabeza, le palmeó la mejilla y bajó la mirada a sus senos, tragó con un poquito de esfuerzo, y se volvió para enderezar la corbata que su ayuda de cámara había anunciado que estaba perfecta diez minutos antes. Le dijo por encima del hombro:
– Pobre James. No tuvo la oportunidad de ver si había alguna dama allí afuera que pudiera ganarse su corazón. Ahora nunca lo sabrá.
Alexandra observó la ancha espalda de su esposo, vio sus dedos diestros retorciendo su corbata de aquí para allá.
– Tú tuviste que aceptarme, si lo recuerdas, Douglas. Tampoco tuviste oportunidad de encontrar al amor de tu vida.
– Ah, está ese asunto, ¿verdad? -Douglas la atrajo hacia él y le apretó el mentón con el más ligero de los toques. -Resultamos bastante bien, ¿cierto, Alex? Contigo queriendo hacerme el amor cada vez que me empujabas tras una puerta, o vaciabas una mesa, o…
– Qué extraño, milord -dijo ella, la punta de sus dedos acariciándole el mentón. -Creo recordar que eras tú quien no podía mantener las manos alejadas de mi bella persona. Ahora, debo decir que no viste a James metiendo su lengua en la garganta de Corrie. Se veía totalmente absorto, Douglas.
– ¿En su garganta? Bueno, eso es algo que un caballero disfruta mucho. Naturalmente lo disfrutó. ¿Qué hombre no lo haría? Pero está Juliette Lorimer y…
– No -dijo Alexandra firmemente. -Si James la hubiese preferido, yo hubiera viajado a Escocia y me hubiese mudado a Vere Castle con Sinjun y Colin. Creo que Juliette podría ser tolerable hasta que se diera cuenta de que James obtiene más miradas admirativas que ella. Y su madre… oh, querido…
Douglas se rió y la abrazó con cuidado de no desarreglar su encantador cabello, mientras le mordisqueaba suavemente el lóbulo de la oreja.
– Era la madre de Juliette quien también me alarmaba, a decir verdad. Muy bien, veamos cómo se comportan nuestras respectivas damas con sus mayores. Corrie y Judith, dos nombres encantadores. Ah, eras tú, Alex, tú, quien estaba siempre detrás de mí, siempre escondida en los rincones, esperando para pescarme y…
Ella le dio un relajado puñetazo en la panza.
A decir verdad, las jovencitas se comportaron espléndidamente, pero el hecho es que toda la conversación estaba centrada en la persona que quería matar a Douglas.
– Un demente -dijo Simon en cuanto hubo tragado el bocado de sopa con fideos. -Un demente muy descarado. ¿Dijiste que crees que es joven? Bien, los jóvenes dementes son los más osados, pero eso no significa que estén echando espuma por la boca. Lo sabes, Douglas.
Douglas, mirando su propia sopa, dijo:
– Lo sé, Simon. Además, este joven demente probablemente sea el hijo de Georges Cadoudal. Por alguna razón, esté loco o no, está comprometido a matarme. Me pregunto si está verdaderamente loco.