– Ah, estoy segura de que disfrutaría mucho de recibirte.
– Bien. Ah, también está la caballeriza Rothermere en Yorkshire. Los Hawksbury viven allí. Su hijo mayor es de mi edad. ¿Quizás te gustaría ver una caballeriza?
– Quizás -dijo ella, y sus dedos se tensaron en los brazos de Jason. -Incluso podría preferir viajar a Rothermere antes que visitar a mi primo. Rothermere es nuevo para mí, verás, y por lo tanto de mayor interés. Eres muy fuerte, Jason. He observado eso en ti.
– A mi madre le gusta contarnos a James y a mí que en el momento en que pudimos pararnos, queríamos levantar al otro. Cuando tenía tres años, logré alzar a James sobre mi cabeza por, quizás, un segundo. Mi madre, según recuerdo, aplaudió, lo cual, naturalmente, no hizo nada feliz a James. No recuerdo eso, pero mi madre dice que él arrojó un bloque de madera de juguete en mi pie por lo enojado que estaba. Tuve una infancia muy buena. ¿Y tú, Judith?
¿Hubo un destello de dolor en sus magníficos ojos? No podía estar seguro. Quería preguntárselo, pero percibía, muy profundo dentro suyo, que ella se alejaría de él si intentaba investigar. Ella era una excitante mezcla de tímida y traviesa, reticente y confiada, combinaciones que lo volvían loco aun mientras su corazón se aceleraba. Jason también se daba cuenta de que deseaba abrazarla fuerte, decirle que cuidaría de ella hasta el día en que muriera, pero no dijo nada. Todavía no estaba seguro de qué pensaba ella. No era un hombre paciente, pero sabía hasta los huesos que con ella la paciencia no era una mala virtud, era una necesidad. Lo maravillaba, pero lo aceptaba, tal como estaba preparado para aceptarla a ella, su timidez y su picardía, y cualquier otra cosa que Judith pudiera dar.
– Mi infancia fue buenísima, Jason. Hubo algunos malos momentos, por supuesto, como debe haber en la vida. La felicidad viene y luego se va, al igual que la desdicha.
Él dijo, tocándole suavemente el mentón con un dedo:
– ¿Eres feliz ahora, Judith? ¿Ahora que me has conocido?
Ella se encogió de hombros, empezó a juguetear con la corbata de él y se quedó en silencio. ¿Sentía Jason dolor ante el aparente rechazo de una muchacha? Simplemente nunca antes se había encontrado con semejantes sentimientos. ¿Podría haberse equivocado con ella? No, eso no era posible, por supuesto. Judith parecía excesivamente fascinada por su corbata. Él no dijo nada, esperó.
Finalmente, ella levantó su rostro hacia el suyo.
– ¿Si soy más feliz ahora que te he conocido? Es extraño, sabes. Cuando hay alguien que es importante, olvidas que alguna vez hubo otra vida. Vives de un estallido de felicidad al siguiente. Claro que, en medio, hay incertidumbre y pura tristeza, porque no sabes lo que el otro está pensando, sintiendo.
Jason pensó que ella había hablado elocuentemente, y tenía razón. Con ella -y admitía que era importante para él- había sentido más que su cuota de aflicción. E incertidumbre, tal incertidumbre.
– Quizás en el futuro los estallidos de felicidad superen todos los demás sentimientos. Un futuro no demasiado distante, si puede ser, ya que estoy tan cerca de expirar de ansiedad.
– Quizás. -Y Jason vio la picardía en los ojos de ella, caliente y salvaje, y deseó tenerla desnuda debajo suyo en ese mismo instante. -¿Te hago feliz, Jason?
Él no dijo absolutamente nada, le miró la boca, sus pequeñas orejas con los aros de gotas de perlas colgando. Judith le pegó en el brazo. Él se rió.
– ¿Entonces tú estás expirando de ansiedad? Me alegra que ahora veas mi punto de vista. Sí, Judith, me has hecho feliz.
– ¿Puedes decirme qué piensan tus padres de mí?
Él le importaba a Judith, no había absolutamente ninguna duda en la mente de Jason. Quería pedirle que se casara con él, en ese preciso segundo, pero algo lo hizo contener. Ella no estaba preparada para eso, lo sabía con certeza. Había sucedido demasiado rápido, estaba tambaleándose, sus entrañas retorciéndose y enredándose, entonces ¿cómo debía estar sintiéndose ella? Era joven e inocente, pese a sus casi veinte años. Como no era estúpido, Jason dijo con calma:
– Le gustas a mis padres, como a mí. ¿Puedes dudarlo?
– No he conocido a muchas personas que estarían contentas de acoger a un extraño.
– Eso es una pena. ¿Quizá te gustaría pasar más tiempo con ellos antes de continuar por este camino de más felicidad para ti?
– No lo sé -dijo Judith. -Quizá.
– Ya te conocen bastante bien, Judith. Ellos creen que eres bastante inteligente; mi padre incluso dijo que eras encantadora. Levanté una ceja ante eso, pero él dijo que sí, que era cierto. Dijo que lo habías encantado, y entonces comentó que eras tan brillante como un penique nuevo.
Jason vio claramente que a ella le gustaba cómo sonaba eso, pero que tenía que insistir y molestar, y dudar de sí misma.
– Pero no me conocen realmente, no como conocen a Corrie. Ella ya es como una hija para ellos.
– Eso es verdad, naturalmente, porque ella ha entrado y salido de Northcliffe Hall desde que tenía tres años. Ha sido una hermana para mí, año tras año. Sí espero, sin embargo, que James no piense en ella como una hermana; no puedo imaginar nada más infernal que eso. Bien, mis padres regresarán a Northcliffe Hall el viernes. Mi padre está satisfecho de que todas las investigaciones estén avanzando y ya no se lo necesita aquí. Voy a acompañarlos, naturalmente, con Remie y otros tres corredores que lord Gray recomendó para proteger a mi padre. ¿Tal vez a lady Arbuckle y a ti les gustaría venir con nosotros? ¿Para una agradable visita prolongada? ¿Crees que eso le gustaría a tu tía?
– Debo hablar con ella. -Judith lo miró a través de sus pestañas y dijo: -Pero creo que ella quiere que me case con un conde.
Jason se rió, no pudo contenerse.
– Al igual que a mi padre, también me has encantado. Eres tan traviesa como cualquier hombre podría desear, Judith. Hmm, ¿no preferiría tu tía al heredero de un duque? ¿Como Devlin Monroe, el vampiro de Corrie?
– Así que ahora soy vieja y traviesa, ambas al mismo tiempo.
– Sí, y estoy inmensamente agradecido por eso.
– Me pregunto, ¿me gustaría Devlin? Posiblemente, pero vio a Corrie y todo terminó para él.
– Hasta la mención de su nombre vuelve loco de celos a mi hermano, aunque todavía no se da cuenta de que son celos lo que está sintiendo y no pensamientos repelentes sobre unos colmillos saliendo de las encías de Devlin bajo la luz de la luna.
Jason se agachó y la besó, no pudo evitarlo. Ella era una dama, maldición, pero no quería darle un beso en la mejilla. No, quería un beso profundo, húmedo, su lengua en la boca de Judith, y eso fue lo que hizo. Ella era tímida, sus labios cerrados, y él sintió que se sacudía de sorpresa cuando su boca tocó la de ella.
¿Era el primer hombre en besarla? Evidentemente lo era. Ella no sabía qué hacer. Maldición, nada de lengua en su boca todavía. El pensamiento de que él sería el hombre en enseñarle todo lo hacía querer cantar a los querubines de yeso con hoyuelos que adornaban las esquinas del techo de la sala de dibujo Arbuckle. Cuando se obligó a dar un paso atrás, Jason dijo:
– Le escribiré a tu primo en The Coombes. Quizá le gustaría verme pronto, ya que parece que tú y yo podríamos estar acercándonos.
– Este asunto de acercarnos… Jason, soy una recién llegada en la ciudad. ¿Qué hay del conde que seguramente debe estar esperando al acecho en alguna parte, simplemente esperando a aparecer sobre mi escenario, sin dudas recitando encantadores versos a mis cejas…?
Él volvió a besarla, un ligero beso en la punta de la nariz, y la dejó, silbando. Judith se quedó allí parada, en medio de la sala de dibujo de lady Arbuckle, y escuchó las botas de él andando con sólidas zancadas por la entrada de mármol, oyó voces murmuradas, luego el abrir y cerrar de la puerta del frente. Entonces no quedó nada más que el suave silencio de comienzos de la tarde, una suave lluvia cayendo y golpeteando ligeramente contra las ventanas. ¿Siempre llovía en Inglaterra? Bueno, a decir verdad, llovía más en Irlanda.