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Annabelle probó que le gustaban los bizcochos de almendra, comiendo los tres, asintiendo, sonriendo y escuchando mientras tanto, diciendo poco hasta que Jason entró en la sala de dibujo, azotado por el viento, vestido con pantalones de ante y una camisa blanca de cuello abierto, mostrando su bronceada garganta. Se detuvo abruptamente y dijo inmediatamente:

– ¿Es usted la señora Trelawny? Es un placer conocerla, señora -y fue hasta donde ella estaba sentada, le tomó la mano y la besó suavemente. -Soy Jason, señora.

Annabelle lo miró y dijo lentamente:

– Eres todo un encanto para contemplar -y le ofreció una sonrisa menos de abuela que la que había ofrecido a sus padres.

– Gracias, señora -dijo Jason, tan acostumbrado a miradas como la de ella que no lo perturbó. -Hollis nos ha dicho a mi hermano y a mí que sólo somos soportables. Es usted, señora, el encanto de Hollis.

Bien hecho, pensó Douglas, mirando a su hijo con aprobación.

Hollis se aclaró la garganta.

– Amo Jason, me temo que esta demostración de cortés afecto es un poco recargada.

– Hollis, ¿estás celoso?

Hollis frunció los labios, parecía Dios preparándose para hacer estallar las tablas de piedra. Jason, sorprendido y consternado, deseó poder regresar a los corrales.

Annabelle dijo con calma, queriendo palmear esa encantadora mano suya:

– No culpo a William por estar celoso, Jason. Eres el joven más hermoso que haya visto en toda mi vida. Válgame, no te pareces en nada a tus padres… oh, cielos, eso no era lo que debería haber dicho. Me disculpo.

Douglas dijo:

– Mis hijos se ven exactamente como su tía, algo que me fríe las entrañas cada vez que me veo forzado a aceptarlo. También fríe las entrañas de mi esposa.

Annabelle se rió de eso.

– Siempre me ha parecido increíble cómo la sangre se manifiesta en las personas, particularmente en los hijos. ¿Es verdad que tu hermano es idéntico a ti, Jason?

– Es cierto, señora. -Se volvió hacia Hollis, que seguía tan rígido como un atizador. -¿Puedo traerte una taza de té, Hollis? Sé que te gusta con un poco de limón.

Hollis cedió ante su hermoso y joven amo.

– Puede, amo Jason.

Douglas se sintió aliviado al ver a Hollis quitar el ceño. Nunca lo había visto manifestar semejante emoción, especialmente una emoción tan baja como los celos.

Alexandra dijo:

– Cuéntanos, Jason, ¿qué piensa Bad Boy de la nueva yegua que le compraste?

– Está enamorado, madre. Lo dejé deleitado, con la cabeza apoyada en la valla del corral, contemplando a su amada con los ojos inyectados de sangre, porque dudo que haya dormido mucho anoche, pensando en ella. La yegua aún no está en celo, así que sólo sacude su cola a Bad Boy. Él podría tener un poco de espera.

A Alexandra se le ocurrió que semejante conversación acerca de aparear caballos no era para nada apropiada en el salón. Sonrió a Annabelle.

– Así que es usted de Chester, señora Trelawny, tan cerca de la frontera galesa. Una hermosa ciudad y campiña, mi esposo y yo lo pasamos bien cuando visitamos la región.

Hollis dijo:

– Después de que la madre de Annabelle falleció cuando ella era pequeña, su padre la llevó a vivir a Oxford. Fue allí que conoció a la señorita Plimpton y disfrutó de un enorme número de horas en su compañía. Luego de que Annabelle se casó, se marchó de Oxford. Creo que me dijiste que tú y Bernard viajaban por todas partes.

Annabelle asintió.

– Oh, sí, mi esposo no era feliz respirando el mismo aire demasiadas semanas seguidas. Tenía que partir, y me llevaba con él.

Jason dijo:

– Hablando de viajes, madre, ¿visitaron alguna vez padre y tú The Coombes en el oeste de Irlanda? Judith viene de allí.

– No creo haber oído acerca de The Coombes -dijo Douglas.

– Escribiré a su primo, para ver si puedo hacerle una visita. Oh, padre, ¿te gustaría venir a cabalgar conmigo más tarde? Creo que el ejercicio calmaría a Bad Boy.

Alexandra dijo:

– Si realmente lo deseas, Douglas, entonces buscaré mi arma y montaré a tu lado.

Douglas palmeó la mano de su esposa y dijo a Annabelle:

– Hemos tenido algunos problemas aquí. Mi esposa está preocupada. Desea protegerme.

Hollis se aclaró la garganta.

– Le he contado a Annabelle lo que ha estado sucediendo, milord. Ella me ha aconsejado que debemos permanecer en calma, que debemos observar atentamente cada nuevo rostro que veamos, en busca de signos de maldad, porque este ataque a Su Señoría es maligno, ella cree, y el mal no puede ser ocultado si uno está alerta.

– Eh, gracias, señora Trelawny -dijo Douglas rápidamente, viendo que Jason estaba mirando a la dama con algo cercano al sobrecogimiento.

– Sí -añadió Alexandra, -estamos agradecidos por sus percepciones.

Diez minutos más tarde, Alexandra quedó a solas con Annabelle Trelawny mientras Hollis atendía un problema en las cocinas. Le dijo inmediatamente:

– No debe preocuparse de que Hollis siga destrozado por la señorita Plimpton. Hollis siempre sabe lo que siente.

– Oh, no, eso realmente no me preocupa -dijo Annabelle con calma. -Él tiene razón. Conocí a la señorita Plimpton. -Annabelle se estremeció. -Era seis años mayor que yo y creía que lo sabía todo. Era oficiosa, milady, pero claro que yo nunca diría eso a mi querido William. Nunca olvidaré una ocasión en que visitó a la señorita Plimpton. Aún no me había ido de la casa cuando la escuché decirle que su alma había sido creada exactamente del modo adecuado para ayudar a su alma a alcanzar la perfección. Le hubiese arrojado un jarrón, pero el querido William dijo algo respecto a que su alma necesitaba toda la ayuda que pudiera obtener. La muerte de ella fue en realidad bastante estúpida, bastante conforme a su carácter. Estaba tan ocupada diciéndole a uno de los feligreses de su padre todos los errores en sus hábitos que no vio un escalón y cayó, se golpeó la cabeza y todo terminó.

Alexandra dijo:

– Bendito infierno… eh, perdóneme, pero qué asombroso es todo esto.

– Bueno, quizás no debería estar vertiendo todo este vinagre, pero la verdad es que, si la señorita Plimpton hubiese vivido, hubiera hecho miserable al pobre hombre.

Cuando Hollis regresó al salón unos minutos más tardes, las damas apenas intercambiaron una mirada y eso fue todo. Una conversación perfectamente agradable se dio entre los tres, sobre todo y nada. Annabelle palmeó la mano de Hollis varias veces, y era fácil hacerlo porque la mano derecha de él se encontraba muy cerca de su hombro, y dijo:

– Me he impuesto por un tiempo extremadamente prolongado a Su Señoría, William.

Hollis dio rápidamente la vuelta a la silla para ayudarla, aunque ella no necesitaba ninguna ayuda. Por cálculo visual, Alexandra pensó que era al menos quince años menor que Hollis. ¿Era William su nombre, realmente? Pero, lo extraño era que se veían muy natural parados juntos, y cuando Hollis le tomó el brazo, ella le ofreció una sonrisa tan dulce que Alexandra pensó que igualaba la suya, y la suya era indudablemente potente.

Cuando Hollis reapareció esa noche a la hora de la cena, ofreció a todos una plácida sonrisa y anunció que él y Annabelle se casarían. Pronto, agregó, ya que un hombre no podía contar con perder el tiempo por siempre y, además, un hombre quería a su esposa consigo en Navidad, cuando pusiera un presente en sus manos y se ganara su gratitud.

– ¿Qué tipo de gratitud podría mostrar la señora Trelawny a Hollis? -quiso saber Jason mientras veía a Hollis deslizarse a su modo majestuoso fuera del salón, pero lo sabía.

El pensar en Hollis y la señora Trelawny siquiera besándose, mucho menos quitándose las ropas, hizo que se le retorcieran las entrañas. Su padre, sabiendo exactamente lo que estaba pensando, le arrojó su servilleta y dijo: