Douglas se recostó en su silla, con los brazos detrás de la cabeza.
– Nos engañó a todos, madame. Tiene un excepcional talento.
– Sólo lo dice porque usted fue el engañado, milord.
– Dígame, Annabelle. ¿Las historias que le contó a mi esposa acerca de la señorita Plimpton se acercaban en algo a la verdad?
Ella se rió.
– Ah. La preciosa señorita Plimpton de William. Nunca la conocí, por supuesto, pero sospecho que ya descubrió eso, ¿verdad?
– Sí, una pena. Yo no mentí. Me alegra que Hollis no esté aquí. También lo engañó a él.
Douglas la miraba con tanto desdén que ella gritó:
– ¡Tuve que usar al viejo! No había nadie más que me diera entrada a esta maldita casa.
– Lo hizo muy bien. Ahora, usted es inglesa. ¿Cómo podría estar emparentada con Georges Cadoudal?
– Su esposa, Janine, era mi hermana, bueno, media hermana en realidad. Mi madre era inglesa, y yo fui criada en Surrey. Me llamó Marie porque creía que ese inútil francés que era mi padre estaría contento, tal vez dejaría a su esposa por ella. No fui a Francia hasta meses antes de que Janine muriera. Cuidé de Georges y los niños.
– ¿Cuál es su nombre?
– Marie Flanders. Mi querida y estúpida madre hacía sombreros para todas las damas adineradas en Middle Clapton. Una existencia exigua. Murió demasiado pronto, con nada.
– ¿Por qué desea matarme, madame?
– Voy a matarlo porque usted traicionó a mi hermana. La violó, la dejó embarazada y la abandonó.
Douglas se puso de pie lentamente mientras hablaba, abrió las palmas sobre su escritorio y se inclinó hacia ella.
– Sabe que eso son tonterías, Annabe… Marie. Realmente, ¿por qué me quiere muerto? Vamos, la verdad. Después de todo, va a matarme. ¿Qué diferencia hace?
Ella le ofreció una sonrisa maravillosamente cálida. Se inclinó hacia él, susurrando:
– Ninguna diferencia en absoluto, milord. ¿Quiere la verdad? Es dinero, milord, todo su dinero, y su casa y su encantador título, una vez que esté muerto. Naturalmente, uno desearía disfrazarlo, alegar un motivo de pura venganza, de honrada venganza, ya que suena tan terriblemente ordinario y de mal gusto alegar una simple ganancia. Ah, creo que ella está aquí ahora. Ya era hora. -Marie giró apenas la cabeza. -Entra, querida.
Judith McCrae entró por la puerta y la cerró suavemente.
– He chequeado, tía Marie. No hay nadie en la casa, excepto algunos sirvientes dando vueltas. Todos están afuera, viendo a los caballos aparearse. Debería estar allí también, pero ahora no tendré que soportar esa asquerosa demostración. -Mientras hablaba, Douglas rodeó lentamente su escritorio y se paró contra la biblioteca. -Hola, milord. Por la expresión en su rostro, tengo la sensación de que no está totalmente sorprendido.
Douglas dio pequeños pasos hacia el sofá, como si fuera a sentarse.
– No, no estoy sorprendido. Esperaba estar equivocado, por el bien de mi hijo. Todavía nadie había mencionado tu nombre, pero sabía que yo tendría que hacerlo. Querías a mi hijo para que te diera entrada a mi casa, tal como tu tía hizo con Hollis, y te las arreglaste para engancharlo, algo que ninguna jovencita había logrado antes.
– No fue difícil. Jason es un hombre, milord, sólo un hombre.
– Y estuviste en todas nuestras reuniones, te enteraste sobre nuestros pensamientos y planes. Mi esposa estaba preparada para darte la bienvenida a la familia. ¿Sabes que me dijo que era bendecida, por tener dos nueras tan excelentes prácticamente al mismo tiempo?
Por primera vez, Douglas veía el parecido entre padre e hija, o tal vez simplemente quería verlo. Esos ojos suyos eran fríos y oscuros de furia y determinación.
– Lo vi palmear a Jason en la espalda, reconociendo que sabía que había obtenido su placer conmigo. Me hubiese gustado clavarle un cuchillo en el corazón en ese momento.
Marie Flanders dijo, con los ojos sobre la puerta cerrada:
– Maldición, debería haberme dado cuenta de esto antes. Su magnífica Señoría aquí presente estaba plantando su trampa anoche. No hay más información que esté esperando de Eastbourne, ¿cierto?
Judith dijo:
– No importa. Es un tonto, tal como sus hijos. No hay ninguna trampa. Estás equivocada, tía Marie.
– No, no lo estoy. ¿Por qué piensas que no dejaba de preguntar sobre lady Arbuckle? Estaba empujándonos a actuar. Y esa nota que me envió, diciéndome que Hollis no estaría aquí hoy. Fue para atraerme aquí, para moverme a actuar.
Judith sacudió la cabeza.
– Le das demasiado crédito. La realidad es que no presté atención a lo que él decía. Tuve que dar mi atención a Jason, o él se hubiese preguntado qué estaba pasando. ¿Sabe, milord? Realmente prefería a James. Pero Corrie ya lo tenía pescado.
Douglas nunca quitó sus ojos de encima de las dos mujeres.
– James no se dio cuenta de eso hasta… bueno, eso no es asunto tuyo, ¿verdad?
– No, y no me importa. Tía Marie, estoy aburrida. Quiero terminar con esto. No quiero matar a ninguno de los sirvientes. Han sido bastante buenos conmigo, así que lo haremos aquí, ahora, y escaparemos por los jardines.
Douglas dijo lentamente:
– Ustedes dos tienen mucho por lo que responder.
– Si alguna vez respondemos, milord, usted no estará aquí para oírlo.
Douglas exclamó:
– James, Ollie, hagan señas a sus hombres. Entren ahora.
Pero James no salió de su puesto tras las puertas de cristal. Tampoco Ollie Trunk.
Jason entró lentamente en el estudio, con el brazo al costado, un arma tomada sin apretar en su mano.
– James está desaparecido, padre.
Douglas miró a Judith.
– ¿Dónde está mi hijo?
– Bien, milord, está con mi querido hermano.
James sintió el hilo de sangre deslizándose por su rostro. Le dolía la cabeza por el golpe, pero su mente estaba clara. Podía pensar, podía entender, y lo que comprendía y veía era un joven al que nunca antes había visto, un joven alto y atractivo, de cabello y ojos oscuros, y este joven quería matarlo.
James sacudió la cabeza e intentó ponerse de pie.
El hombre dijo:
– No, quédate justo donde estás. Ah, veo que recobraste el juicio. -Se puso de pie, caminó hacia James y se paró encima suyo. -Hola, hermano. Es un placer conocerte finalmente cara a cara.
James lo miró y vio el arma en la mano derecha, apuntada a su pecho.
– Te has mantenido oculto muy bien. Eres el hijo de Georges Cadoudal, ¿verdad? Teníamos razón en eso.
– Sí, él era mi padre, al menos de nombre.
James comprendió mucho en ese momento, pero seguía sin tener sentido.
– Pareces creer que mi padre te engendró. No fuiste terriblemente sutil usando Douglas Sherbrooke como tu nombre. ¿Cuál es tu verdadero nombre?
– Douglas Sherbrooke es bastante real.
– ¿Cómo llegaste a creer que eres hijo de mi padre? ¿Cómo llegaste a tomar su nombre?
– Asumí mi nombre legítimo cuando vine a Inglaterra a matarte y a ese deshonroso bastardo de cuya semilla provengo. Parecía justo tomar su nombre.
– ¿Cuál es tu verdadero nombre?
El joven se encogió de hombros, pero nunca apartó la mirada del rostro de James ni el arma apuntada a su pecho.
– Mi padre y todos mis amigos en Francia me llamaban Louis. Louis Cadoudal. Mi padre murió demente, ¿sabías eso?
James negó con la cabeza.
– Sabíamos que había sido asesinado.
– Sí, un asesino le disparó y todos creyeron que murió por eso, pero su mente ya estaba podrida. Sólo había unos pocos que lo sabían. Hablaba de tantas cosas en sus delirios dementes, de cómo tu padre había violado a mi madre; pero luego fruncía el ceño y decía no, la violación no tenía nada que ver. Claro que esas eran simplemente palabras tejidas por su locura. Pero me di cuenta de la verdad en el momento en que vi a tu padre. Nuestro padre. ¿No crees que me parezco a él, hermano? Tú y tu condenado gemelo, ninguno de ustedes se parece a él, pero yo sí. Soy su primogénito, no tú, y me veo como su hijo.