Tanja y Liese se habían conocido en el tren camino de Suecia. Las dos eran del norte de Alemania, pero no se conocían de antes. Enseguida conectaron de maravilla y, según Liese, se sentían como hermanas. Ella no tenía ningún recorrido planificado para su viaje por Suecia, por lo que Tanja le propuso que se fuesen juntas a Fjällbacka, un pequeño pueblo de la costa occidental sueca.
– ¿Por qué Fjällbacka, precisamente? -preguntó Patrik, más o menos fiel a la gramática alemana.
La respuesta se hizo esperar un poco. Era el único tema de conversación del que Tanja no hablaba con alegría y franqueza, y Liese admitió que no lo sabía con exactitud. Lo único que Tanja le había contado era que tenía un asunto que tratar allí. Una vez resuelto, podrían continuar su viaje por Suecia, pero antes tenía que buscar algo, le confesó. Parecía un asunto delicado, así que Liese no insistió con más preguntas. Estaba contenta de tener compañía en su viaje y la siguió encantada, sin importarle el motivo por el que Tanja deseaba ir allí.
Llevaban tres días alojándose en el camping de Salvik cuando Tanja desapareció. Salió por la mañana, le dijo que tenía cosas que hacer aquel día y que volvería a media tarde. Pasó el tiempo, llegó la tarde y luego la noche, y el desasosiego de Liese fue creciendo a medida que avanzaban las agujas del reloj. A la mañana siguiente fue a la oficina de información turística de la plaza Ingrid Bergman, donde se enteró de cómo llegar a la comisaría más próxima. Había presentado la denuncia de desaparición y, bueno, ahora se preguntaba qué había pasado.
Patrik estaba desconcertado; que él supiera, no habían recibido ninguna denuncia de desaparición y ya empezaba a sentir un nudo en el estómago. Preguntó por la descripción de Tanja y la respuesta confirmó sus temores. Todo lo que Liese le contó sobre su amiga coincidía con las características de la joven muerta en el barranco de Kungsklyftan y cuando, con el corazón encogido, le enseñó la fotografía de la víctima, las lágrimas de Liese verificaron lo que él ya sospechaba. Martin ya podía dejar la ronda de llamadas y tendrían que buscar al responsable de que la desaparición de Tanja no hubiese quedado registrada correctamente. Habían perdido, sin necesidad, un tiempo precioso y a Patrik no le cabía la menor duda de en qué dirección debía buscar para dar con el culpable.
Patrik ya se había ido al trabajo cuando Erica despertó para variar, después de un sueño profundo y sin ensoñaciones. Miró el reloj, eran las nueve y no se oía ruido alguno desde la planta baja.
Poco después ya había puesto la cafetera y empezó a preparar el desayuno para sí misma y para sus invitados, que fueron entrando en la cocina uno tras otro, a cual más adormilado, aunque se despabilaron tan pronto como la emprendieron con la comida ya servida.
– ¿Adónde pensabais ir después, a Koster?
Erica preguntó por cortesía, pero también con la esperanza de quitárselos de encima cuanto antes.
Conny cruzó una rápida mirada con su esposa, antes de explicar:
– Sí, bueno, Britta y yo estuvimos hablando de eso anoche y hemos pensado que, ya que estamos aquí y hace tan buen tiempo, podríamos ir a alguna de las islas cercanas a pasar el día. Vosotros teníais un barco, ¿verdad?
– Pues sí que tenemos uno… -admitió Erica de mala gana-, pero no estoy muy segura de que a Patrik le guste la idea de prestarlo por el tema del seguro y demás… -añadió como quien no quiere la cosa. Le temblaban las piernas de frustración ante la sola idea de que permanecieran allí siquiera unas horas más de lo que tenían previsto.
– No, bueno, pero habíamos pensado que tú podrías llevarnos a algún sitio que esté bien y luego podemos llamar para que nos recojas.
Erica no encontró palabras y Conny interpretó su silencio como un sí. Rogó al cielo que le diese paciencia y se dijo que no merecía la pena tener una trifulca con la familia sólo por ahorrarse unas horas de su compañía. Además, no tendría que verlos durante todo el día y, para cuando Patrik volviese del trabajo, quizá ya se hubiesen marchado. Se le había ocurrido preparar algo especial para la cena y pasar una noche agradable. Después de todo, Patrik estaba de vacaciones y quién sabía si, cuando naciera el bebé, tendrían mucho tiempo para dedicarse el uno al otro, así que más valía aprovechar.
Cuando, después de muchos dimes y diretes, la familia Flood hubo preparado el equipaje de baño, bajaron al embarcadero. El barco, en realidad un pequeño bote de madera de color azul, tenía poco calado y no era fácil subir a él desde el muelle de Badholmen. Ella, además, con su enorme barriga, no lo logró sino después de muchos intentos. Tras una hora de travesía en busca de unas «rocas desiertas o, mejor, una playa» para sus huéspedes, dio por fin con una pequeña cala que, como por un milagro, parecían no haber visto los demás turistas, y puso después rumbo a casa. Subir al muelle sola le resultó una empresa inviable y se vio obligada a algo tan humillante como pedirles ayuda a unos bañistas que pasaban por allí.
Sudorosa, acalorada, cansada e indignada, cogió el coche y se fue a casa, pero, justo antes de pasar el edificio del club de vela, giró rápidamente hacia la izquierda, en dirección a Sälvik. Tomó la curva a la derecha, bordeando la montaña, por delante del estadio deportivo y de la urbanización de apartamentos Kullen, y aparcó ante la biblioteca. Terminaría loca si se veía obligada a pasarse todo el día en casa sin hacer nada. Patrik protestaría después, pero ella le ayudaría con las tareas de documentación, quisiera él o no.
Cuando Ernst entró en la comisaría, se dirigió temeroso al despacho de Hedström. Ya cuando Patrik lo llamó al móvil y, con un tono de voz frío como el mármol, le ordenó que se presentase en la comisaría de inmediato, intuyó que lo acechaba el peligro. Hizo memoria por ver si caía en qué fallo podían haberlo sorprendido, pero tuvo que admitir que había demasiadas cosas entre las que elegir como para que él acertase con la correcta. De hecho, era un maestro en tomar atajos y había elevado la chapuza a la condición de arte.
– Siéntate
Obedeció sumiso la orden de Patrik, pero adoptó un gesto rebelde, a modo de escudo contra la tempestad inminente.
– ¿Qué es lo que corre tanta prisa? Estaba en pleno trabajo, y sólo porque te hayan asignado transitoriamente la dirección compartida de una investigación, no puedes andar dándome órdenes.
Un buen ataque solía ser la mejor defensa, pero, a juzgar por el semblante cada vez más sombrío de Patrik, era el peor camino en aquel caso.
– ¿Te presentaron a ti una denuncia sobre la desaparición de una turista alemana hace más o menos una semana?
¡Mierda!. Se le había olvidado. Aquella chiquilla rubia llegó justo antes del almuerzo, así que procuró quitársela de encima lo antes posible para irse a comer. Aquellas denuncias de amigos perdidos casi nunca resultaban en nada. Por lo general, estaban en el fondo de cualquier cuneta o se habían ido a casa de algún amiguito. Vaya mierda, esto le costaría caro. ¿Cómo no lo había relacionado con la joven que encontraron ayer? Pero, claro, era fácil decirlo a toro pasado. Ahora se trataba de minimizar los daños.
– Pues sí, bueno, sí que me parece que fui yo.
– ¿¡Que te parece que fuiste tú!? -La voz de Patrik, por lo general tan pacífica, retumbó como un trueno en el pequeño despacho-. O bien fuiste tú quien recibió la denuncia o bien fue otro. No hay posibilidad intermedia. Y, si fuiste tú, ¿dónde c… fue a parar la denuncia? -Patrik estaba tan furioso que se le trababa la lengua-. ¿Eres consciente del tiempo que esto le ha robado a la investigación?
– Sí, claro que el asunto tiene mala sombra, pero ¿cómo iba yo a saber…?