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Linda se despertó temprano, para variar, pero intentó volver a dormirse. Había estado con Johan hasta tarde, o hasta tardísimo para ser exactos, y sentía como si tuviese resaca por la falta de sueño. Por primera vez en muchos meses, oyó la lluvia caer sobre el tejado. La habitación que Jacob y Marita habían dispuesto para ella estaba justo debajo del tejado y el sonido de la lluvia contra las planchas era tan fuerte que parecía que le resonaba en las sienes.

Por otro lado, era la primera mañana desde hacía mucho tiempo que se despertaba en una habitación fresca. El calor había sido persistente durante casi dos meses, hasta batir un récord, pues era el verano más caluroso que habían tenido en cien años. Al principio acogió satisfecha el sol implacable, pero el placer de la novedad había desparecido hacía ya varias semanas, cuando empezó a detestar el hecho de despertarse todas las mañanas entre sábanas empapadas en sudor. El aire fresco y limpio que se filtraba por las vigas le resultaba muy agradable, así que retiró la fina colcha que la cubría y dejó que su cuerpo disfrutase de la grata temperatura. En contra de lo habitual, resolvió levantarse antes de que nadie viniese a echarla de la cama. Podía estar bien no desayunar sola, para variar. Abajo, en la cocina, oyó el tintineo de las tazas y cubiertos del desayuno, se puso un kimono corto y enfundó los pies en sus zapatillas.

Su temprana aparición fue recibida con sorpresa por toda la familia allí reunida, Jacob, Marita, William y Petra, y el murmullo de su conversación se interrumpió bruscamente cuando Linda se sentó y empezó a prepararse un bocadillo.

– Está bien que quieras hacernos compañía en el desayuno, para variar, pero te agradecería que te pusieras algo más de ropa para bajar. Piensa en los niños.

La mojigatería de Jacob le resultaba nauseabunda. Sólo por provocarlo, dejó caer el hombro del kimono para que, por la abertura, se entreviese uno de sus pechos. Jacob se quedó blanco de indignación, pero, por algún motivo, no tuvo fuerzas para emprender una batalla con ella y lo dejó pasar. William y Petra miraban fascinados a Linda. Esta los miró a su vez con un mohín que hizo a los dos niños estallar en una risita nerviosa. Los pequeños eran, admitió para sí, encantadores de verdad, pero Jacob y Marita terminarían por estropearlos, porque una vez terminada la educación religiosa impuesta por sus padres, no conservarían un ápice de su alegría de vivir.

– Venga, tranquilos. Y sentaos correctamente a la mesa. Baja la pierna del asiento, Petra, y compórtate como una niña mayor. Y tú, William, cierra la boca mientras masticas. No quiero verte el bocado dentro.

La risa se esfumó del rostro de los niños, que se sentaron derechos como dos soldaditos de plomo, con la mirada vacía y centrada en el desayuno. Linda suspiró para sus adentros. A veces no le entraba en la cabeza que ella y Jacob fuesen de verdad de la misma familia. No existían otros hermanos más distintos que ellos dos, de eso estaba convencida. Lo más injusto era que Jacob era el favorito de sus padres, que siempre lo ponían por las nubes, mientras que a ella andaban criticándola a todas horas. ¿Acaso era culpa suya que su nacimiento no entrase en los planes de sus padres y haber venido al mundo cuando ellos ya creían haber dejado atrás los pañales y los purés? O tal vez hubiese sido la enfermedad que Jacob sufrió muchos años antes de que ella naciera lo que los hizo reacios al riesgo de enfrentarse a ello una vez más. Claro que ella era consciente de la gravedad del asunto, de que Jacob estuvo a punto de morir, pero no por eso tenían que castigarla a ella, que no tenía la culpa de la enfermedad de su hermano.

Los miramientos dispensados a Jacob durante su convalecencia continuaron incluso después de que los médicos declararan que estaba totalmente recuperado y sano. Era como si sus padres considerasen un regalo de Dios cada día de la vida de su hijo, mientras que la de Linda no les suponía más que problemas y molestias. Por no hablar de Jacob y el abuelo. Desde luego, ella comprendía que la relación entre ellos debía de ser muy especial después de lo que el abuelo había hecho por Jacob, pero eso no significaba que no quedase espacio alguno para sus otros nietos. Cierto que el abuelo había muerto antes de que ella naciera, así que no se había visto en la necesidad de sufrir su indiferencia, pero sabía por Johan que él y Robert se habían visto privados del favor del abuelo porque toda su atención se había centrado en el primo Jacob. Y seguramente, si el abuelo siguiese con vida, a ella le habría ocurrido lo mismo.

La injusticia flagrante de todo aquel asunto le llenó los ojos de lágrimas, pero se obligó a contenerlas, como había hecho en tantas otras ocasiones. No tenía intención de darle a Jacob la satisfacción de verla llorar y con ello la oportunidad de, una vez más, hacer de salvador del mundo. Sabía que Jacob tenía unas ganas locas de hacerla entrar por el buen camino, pero antes prefería morir que convertirse en el felpudo humano que él había llegado a ser. Las niñas buenas tal vez fuesen al cielo, pero ella pensaba llegar mucho, mucho más lejos. Más valía arruinarse la vida con bombo y platillo que deslizarse por ella dulcemente como su hermano mayor, que se sentía seguro al saber que todos lo querían.

– ¿Tienes algún plan para hoy? Necesitaría que me ayudaras un poco en casa.

Marita dirigió la pregunta a Linda mientras seguía preparándoles tostadas a los niños. Era una mujer muy maternal, de facciones vulgares y cierto sobrepeso. Linda siempre pensó que Jacob podría haber encontrado a alguien mejor. Recordó la fotografía de su hermano y su cuñada que había en el dormitorio. Seguro que lo hacían una vez al mes, según los cánones, con la luz apagada y su cuñada vestida con un camisón largo que la tapase entera. El recuerdo de la foto la hizo soltar una risita que le valió una mirada inquisitiva de los demás.

– Oye, que Marita acaba de hacerte una pregunta. ¿Puedes quedarte a ayudarla hoy en casa? Esto no es un hostal, ¿sabes?

– Sí, sí, ya lo había oído. No tienes que ser tan pesado. Y no, hoy no puedo quedarme, voy a… -buscó en su cabeza una buena excusa-. Tengo que cuidar a Scirocco. Ayer vi que cojeaba un poco.

El pretexto que presentó fue acogido con una serie de miradas llenas de escepticismo, a las que Linda respondió con su gesto más retador, preparada para el combate. Pero, para su sorpresa, nadie tuvo valor aquella mañana para entablar esa lucha, pese a que su mentira era más que evidente. La victoria, un día más de ociosidad, era suya.

Sentía unas ganas irresistibles de salir y colocarse bajo la lluvia, con el rostro hacia el cielo, para que el agua le corriese por todo el cuerpo. Pero había cosas que un adulto no podía permitirse si, además, estaba en el trabajo, así que Martin no tuvo más remedio que contener un impulso tan infantil, pese a que era magnífico. Todo el calor sofocante, el ardor que los había tenido prisioneros durante los dos últimos meses quedó borrado de un solo chaparrón. Podía oler el perfume de la lluvia a través de la ventana que tenía abierta de par en par. El agua salpicaba sobre la parte del escritorio que estaba más cerca de la ventana, pero él había cambiado de lugar todos los documentos, así que no importaba lo más mínimo. Merecía la pena, sólo por sentir aquel frescor.

Patrik llamó para avisar de que se había quedado dormido, así que, para variar, Martin había sido el primero en ocupar su puesto aquella mañana. El día anterior había terminado con un ambiente más que enrarecido a causa del descubrimiento de la metedura de pata de Ernst, y resultaba muy agradable poder sentarse en paz y tranquilidad a ordenar las ideas sobre el último giro de los acontecimientos. No le envidiaba a Patrik la misión de comunicar la muerte de la mujer a sus familiares, aunque era consciente de que conocer la noticia era el primer paso para que se recuperasen de su dolor. Lo más probable era que ni siquiera supiesen que había desaparecido, así que la noticia les causaría un gran impacto. En cualquier caso, ahora se trataba ante todo de localizarlos, y esa era una de las tareas del día de Martin, ponerse en contacto con los colegas alemanes. Esperaba poder comunicarse con ellos en inglés, pues, de lo contrario, tendría problemas. Recordaba lo suficiente del alemán de la escuela como para no ver el de Patrik como un gran recurso, tras haber oído al colega atrancándose en su conversación con la amiga de Tanja.