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– Resulta un tanto extraño que se quitase la vida tan poco tiempo después de aquello.

– Sí, pero si él fue culpable, debió de ser su espíritu el que mató a Tanja. Un muerto no puede matar…

– ¿Y qué me dices de su hermano, que llamó para acusar a uno de su propia sangre? ¿Por qué hace alguien una cosa así? -Martin frunció el ceño-. Pero ¡qué tonto soy! Se llaman Hult… Deben de ser familia de Johan y Robert, nuestros viejos y fieles servidores en el gremio de los ladrones.

– Exacto, así es. Johannes era su padre. Después de haberme informado sobre la familia Hult, entiendo un poco mejor por qué Johan y Robert nos visitan tan a menudo. No tenían más de cinco y seis años respectivamente cuando Johannes se colgó, y fue Robert quien lo encontró en el cobertizo. Imagínate cómo le pudo afectar la experiencia a un niño de seis años.

– Pues sí, ¡qué barbaridad! -Martin movía la cabeza de un lado a otro-. Oye, necesito un café. Mi indicador de contenido de cafeína está ya en rojo. ¿Tú quieres una taza?

Patrik asintió, y poco después Martin volvía con dos tazas humeantes. Suerte que empezaba a hacer tiempo de bebidas calientes.

Patrik reanudó su exposición.

– Johannes y Gabriel eran hijos de un hombre llamado Ephraim Hult, también conocido como El predicador. Era un famoso pastor de la Iglesia Libre de Gotemburgo, que congregaba a numerosas multitudes a encuentros durante los que hacía que sus hijos, que entonces eran pequeños, hablasen varios idiomas y curasen a los enfermos y los tullidos. La mayoría de la gente lo consideraba un impostor y un charlatán, pero, en cualquier caso, ganó el premio gordo cuando murió una señora de su fiel parroquia, Margareta Dybling, que le dejó en herencia cuanto poseía. Además de una fortuna considerable en dinero contante y sonante, también le legó un gran terreno de bosque junto con una espectacular casa señorial en la zona de Fjällbacka. De repente, Ephraim perdió el deseo de difundir la palabra de Dios, se mudó allí con sus hijos y, desde entonces, toda la familia vive del dinero de esa señora.

La superficie de la pizarra aparecía ya garabateada de anotaciones y el escritorio de Patrik estaba atestado de papeles.

– No es que la historia familiar carezca de interés, pero ¿qué tiene eso que ver con los asesinatos? Tú mismo lo has señalado antes: Johannes murió más de veinte años antes de que Tanja fuese asesinada y un muerto no puede matar, como bien dijiste. -A Martin le costaba ocultar su impaciencia.

– Cierto, pero he revisado todo ese viejo material y el testimonio de Gabriel es, te lo aseguro, lo único interesante que he encontrado en aquella investigación. También esperaba poder hablar con Errold Lind, el responsable del caso, pero por desgracia murió de un infarto en 1989, así que este material es cuanto tenemos para guiarnos. A menos que tú tengas una propuesta mejor, sugiero que empecemos averiguando algo más sobre Tanja, al mismo tiempo que hablamos con los padres de Siv y de Mona; después decidiremos si vale la pena volver a hablar con Gabriel Hult.

– Sí, me parece sensato. ¿Por dónde quieres que empiece?

– Encárgate tú de las pesquisas sobre Tanja y procura que Gösta se ponga manos a la obra a partir de mañana mismo, que ya se han acabado para él los días de darse la gran vida.

– ¿Qué me dices de Mellberg y Ernst? ¿Qué piensas hacer con ellos?

Patrik suspiró.

– Mi estrategia consiste en mantenerlos fuera, en la medida de lo posible. Eso se traducirá en una mayor carga laboral para nosotros tres, pero creo que, a la larga, ganaremos con ello. Para Mellberg, si no tiene que trabajar, tanto mejor y, además, en principio, ha declinado la responsabilidad de esta investigación. Ernst tendrá que seguir con lo que está haciendo, es decir, hacerse cargo de tantas denuncias como pueda. Si necesita ayuda, le mandamos a Gösta; tú y yo hemos de estar libres, en la medida de lo posible, para proseguir con la investigación. ¿Comprendes?

Martin asintió entusiasmado.

– Yes, boss.

– Bien, entonces, manos a la obra.

Una vez que Martin se hubo marchado de su despacho, Patrik se sentó de cara a la pizarra, con las manos cruzadas en la nuca y sumido en profunda reflexión. Tenían ante sí una misión ingente y apenas contaban con algo de experiencia en investigaciones de asesinato, por lo que el corazón se le hundió en el pecho en un ataque de desconfianza. Deseaba con todas sus fuerzas que la experiencia de la que carecían pudiese compensarse con su entrega. Martin ya estaba en la onda y vaya si no iba a hacer por despertar a Flygare de su dulce sueño. Si, además, lograban mantener apartados de la investigación a Mellberg y a Ernst, se decía, quizá tuviesen probabilidades de resolver los asesinatos, aunque no muchas, en especial teniendo en cuenta que la pista de los dos primeros estaba tan fría que casi podría considerársela congelada. Sabía que tendrían más posibilidades si se concentraban en Tanja, pero, al mismo tiempo, su instinto le decía que la relación entre los tres asesinatos era tan estrecha y tan real que era preciso resolverlos de forma paralela. No sería fácil infundir algo de vida en la vieja investigación, pero tenían que intentarlo.

Tomó un paraguas del paragüero, miró una dirección en la guía telefónica y se marchó bastante apesadumbrado. Había misiones que le resultaban inhumanas.

La lluvia tamborileaba persistente en las ventanillas y, de haber sido otras las circunstancias, Erica habría acogido de buen grado el frescor que traía aparejado. Sin embargo, el destino y unos parientes pesados se oponían a sus deseos y, en cambio, se veía arrastrada al límite de la demencia.

Los niños corrían por toda la casa, enloquecidos por la frustración de verse encerrados, mientras que Conny y Britta habían empezado a ensañarse el uno con el otro, como perros enjaulados. Aún no habían desembocado en una disputa con todas las de la ley, pero las indirectas habían ido ganando terreno hasta alcanzar el nivel del bufido y los reproches. Ya empezaban a sacar a relucir viejos pecados y barrabasadas y lo único que Erica deseaba era irse a su dormitorio y taparse la cabeza con el edredón. Sin embargo, se interponía siempre su buena educación, que, con un dedo acusador, la obligaba a intentar comportarse de forma civilizada en plena contienda.

Cuando Patrik se fue al trabajo, se quedó mirando la puerta con añoranza. Él, por su parte, no pudo ocultar su alivio ante la posibilidad de huir a la comisaría, de manera que por un instante ella estuvo tentada de poner a prueba su ofrecimiento del día anterior y recordarle que le había prometido que se quedaría en casa en cuanto se lo pidiera. Pero sabía que no sería justo hacerlo sólo porque no tenía ganas de quedarse a solas con «los cuatro terribles», así que, como una esposa modelo, se despidió de él por la ventana de la cocina mientras lo veía partir.

La casa no era tan grande como para impedir que el desorden general empezase ya a adquirir proporciones catastróficas. Habían sacado algunos juegos de mesa, cuyos componentes aparecían ahora esparcidos por toda la sala de estar en un revoltijo indecible, junto con las casas del Monopoli y varias barajas de cartas. Erica fue agachándose con mucho esfuerzo para recoger las piezas de los diversos juegos, en un intento de poner cierto orden en la habitación. La conversación en la terraza, donde se encontraban Britta y Conny, se volvía cada vez más acalorada y ya empezaba a comprender por qué los modales de los niños dejaban tanto que desear. Con unos padres que se comportaban como niños pequeños, no resultaba fácil aprender a respetar a los demás ni tampoco sus cosas. ¡Ojalá aquel día pasara lo más pronto posible! En cuanto dejase de llover, sacaría a la familia Flood. A pesar de su buena educación y hospitalidad, tendría que ser santa Brígida en persona para no estallar si se quedaban mucho más.