Cuando llegó a la casa, que era blanca con las esquinas azules y situada a la izquierda, enfrente de una hilera de cobertizos de pescadores de color rojo, que le conferían a Fjällbacka esa silueta suya tan característica, vio que el dueño estaba descargando un par de maletas gigantescas de un Volvo V70 de color dorado. O, para ser exactos, un señor de edad que vestía una blazer sacaba las maletas resoplando, mientras que una mujer muy maquillada gesticulaba a su lado sin cesar. Ambos estaban tostados por el sol, más que tostados, se diría, hasta el punto de que si el verano no hubiese sido tan caluroso, Patrik habría pensado que habían pasado sus vacaciones en el extranjero. Pero, dado que habían tenido un verano de sol constante, bien podrían haberse agenciado el bronceado en cualquiera de las agrupaciones de piedra plana de la costa de Fjällbacka.
Se les acercó y, tras un instante de vacilación, se aclaró la garganta tosiendo ligeramente para llamar su atención. Ambos interrumpieron su actividad y se volvieron hacia donde él estaba.
– ¿Sí? -la voz de Gun Struwer sonó algo más chillona de lo normal y Patrik observó su rostro afilado.
– Soy Patrik Hedström, de la policía de Fjällbacka. ¿Podría intercambiar unas palabras con ustedes?
– ¡Por fin! -la mujer alzó las manos, de uñas perfectamente cuidadas y pintadas de rojo, y miró al cielo aliviada-. ¡No me explico cómo han tardado tanto! La verdad, no comprendo en qué se invierten nuestros impuestos. Llevamos todo el verano denunciando que la gente deja el coche en nuestra plaza de aparcamiento sin permiso, pero no hemos oído ni una palabra hasta ahora. ¿Van a poner fin a ese descaro? Sepa que hemos pagado mucho por esta casa y consideramos que estamos en nuestro derecho de disfrutar de la plaza de aparcamiento…, aunque quizá sea mucho pedir.
Dicho esto se puso en jarras y clavó en Patrik una mirada retadora. Detrás de ella estaba su marido, que parecía querer desaparecer bajo tierra. Era evidente que aquello no le parecía a él tan indignante.
– Pues resulta que no he venido aquí por ninguna infracción de aparcamiento. En primer lugar, he de preguntarle si su nombre era antes Gun Lantin y si tenía una hija llamada Siv.
Gun calló enseguida y se llevó la mano a la boca. Patrik no precisaba otra respuesta. Su marido fue el primero en reaccionar y le mostró la puerta, que habían dejado abierta para sacar las maletas. A Patrik se le antojaba un tanto arriesgado dejar el equipaje en la calle, de modo que tomó dos de las maletas y le ayudó a Lars Struwer a llevarlas dentro otra vez, mientras que Gun se apresuraba a entrar en la casa antes que ellos.
Se acomodaron en la sala de estar, Gun y Lars sentados uno junto al otro en el sofá, mientras que Patrik optó por el sillón. Gun se aferraba al brazo de Lars, cuyas palmaditas de consuelo parecían más bien mecánicas, como si considerase que la situación las exigía.
– ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué han averiguado? Ya han pasado más de veinte años, ¿cómo puede haber surgido algo nuevo después de tanto tiempo? -preguntó Gun nerviosa.
– Quisiera subrayar que aún no sabemos nada con certeza, pero puede que hayamos encontrado el cadáver de Siv.
Gun se llevó la mano a la garganta y, por una vez, dio la impresión de haberse quedado sin palabras.
Patrik prosiguió:
– Aún esperamos la identificación definitiva del forense, aunque lo más probable es que se trate de Siv.
– Pero… ¿cómo?, ¿dónde…? -la mujer formuló las preguntas entrecortadamente, las mismas que le había hecho el padre de Mona.
– Encontramos el cadáver de una joven en Kungsklyftan y, al mismo tiempo, hallamos dos esqueletos, el de Mona Thernblad y, con toda probabilidad, el de Siv.
Como ya lo había hecho con Albert Thernblad, les explicó que lo más verosímil era que las muchachas hubiesen sido trasladadas allí después de su muerte y que la policía estaba haciendo todo lo posible por averiguar quién o quiénes habían cometido los asesinatos.
Gun apoyó el rostro en el pecho de su marido, pero Patrik se dio cuenta de que su llanto era fingido. Tuvo la impresión, o más bien la vaga sensación, de que sus manifestaciones de dolor eran, hasta cierto punto, una representación teatral.
Una vez recobrada la presencia de ánimo, Gun sacó del bolso un pequeño espejo con el que comprobó que su maquillaje seguía intacto, antes de preguntarle a Patrik:
– ¿Qué sucederá ahora? ¿Cuándo podremos recuperar los restos mortales de mi querida Siv? -sin aguardar respuesta, la mujer se dirigió a su marido-. Lars, tenemos que darle a mi querida hija un buen entierro. Después podríamos ofrecer un aperitivo en la sala de celebraciones del Hotel Stora o quizá incluso una cena de tres platos. ¿Crees que podríamos invitar a…?
Pronunció el nombre de uno de los grandes de la industria que, como Patrik sabía, era propietario de una casa al final de aquella calle.
Gun continuó abundando en el tema:
– Me topé con Eva, su mujer, a principios del verano y me dijo que teníamos que quedar algún día. Estoy segura de que apreciarían que los invitásemos.
Su voz dejaba traslucir la excitación, al tiempo que el marido fruncía el entrecejo con gesto displicente. De pronto, Patrik recordó en qué contexto había oído su apellido. Lars Struwer había puesto en marcha una de las mayores cadenas de supermercados de Suecia, aunque, si no recordaba mal, ya estaba jubilado y había vendido la empresa a unos compradores extranjeros. No era nada extraño, pues, que hubiesen podido permitirse una casa tan bien situada. El tipo tenía muchos, muchos millones. La madre de Siv había ascendido en la sociedad desde finales de los setenta, cuando aún vivía todo el año en una pequeña casa de veraneo, junto con su hija y con su nieta.
– Querida, ¿no crees que deberíamos preocuparnos de los detalles prácticos más tarde? Supongo que, antes, necesitarás tiempo para digerir la noticia, ¿no?
Formuló la pregunta al tiempo que le dedicaba a su esposa una mirada de reprobación, a la que ella reaccionó bajando la vista, como recordando de nuevo su papel de madre que lloraba la pérdida de una hija.
Patrik miró a su alrededor y, pese a lo luctuoso de su misión, no pudo por menos de reír para sus adentros. En efecto, la sala era una parodia de las casas de veraneo de las que tanto se mofaba Erica. Todo estaba decorado como un camarote en colores marinos, cartas de navegación en las paredes, faros y candelabros, cortinas estampadas de conchas y caracolas e incluso un viejo timón convertido en mesa de centro, claro ejemplo de que el dinero y el buen gusto no tenían por qué ir de la mano.
– Me pregunto si no podría hablarme un poco de Siv. Acabo de visitar a Albert Thernblad, el padre de Mona, que además me mostró unas fotografías de su hija. ¿Hay alguna posibilidad de ver algunas de Siv?
A diferencia de Albert, que estaba encantado de poder hablar de la niña de sus ojos, Gun se retorció en el sofá, a todas luces incómoda con la pregunta.
– Pues…, la verdad, no sé de qué serviría. Ya me hicieron un montón de preguntas cuando Siv desapareció y supongo que estarán en los archivos…
– Por supuesto, pero yo me refería a algo más personal. Querría saber cómo era, qué le gustaba, a qué quería dedicarse en la vida, ese tipo de cosas…
– ¿A qué quería dedicarse? Bueno, la verdad es que no habría podido dedicarse a mucho. Se quedó preñada de un chico alemán a los diecisiete años, así que yo me encargué de que no siguiese perdiendo el tiempo con los estudios. De todos modos, ya era demasiado tarde para ella y, desde luego, yo no tenía la menor intención de cuidarle a la cría.
Su tono era tan burlón… Al ver el modo en que Lars miraba a su esposa, Patrik pensó que, cualquiera que fuese la imagen que de ella tenía cuando se casaron, no conservaba ya mucho de aquella ilusión. Un cansancio resignado se percibía en su rostro, marcado por la decepción. Asimismo, era evidente que el matrimonio había llegado a tal punto que Gun no se esforzaba por enmascarar su auténtica personalidad más de lo imprescindible. Puede que en su día Lars sintiese por ella un amor auténtico, pero, en el caso de Gun, Patrik apostaría cualquier cosa a que el atractivo habían sido los suculentos millones que Lars Struwer guardaba en su cuenta bancaria.