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Llegó al café y pasó por entre las mesas mirando a su alrededor. Sentada a una de ellas, vio a una joven que le hacía señas con la mano y que llevaba una camisa azul y un colorido pañuelo con el logotipo de la oficina de turismo. Al comprobar que había acertado en sus expectativas, se le escapó un suspiro de alivio seguido de una sensación de triunfo. Pia era un bombón: tenía los ojos grandes y castaños, una hermosa cabellera de rizos trigueños, una amplia sonrisa que dejaba al descubierto sus dientes de un blanco perfecto y, en sus mejillas, dos simpáticos hoyuelos. Aquel almuerzo sería mucho más agradable que la opción de engullir una fría ensalada de pasta en la cocina de la comisaría y en compañía de Hedström. Y no es que no le gustara Hedström, pero desde luego no podía decirse que fuese una belleza.

– Martin Molin.

– Hola, Pia Lofstedt.

Una vez superada la presentación, le pidieron dos sopas de pescado a una camarera alta y rubia.

– Tenemos suerte. Sillen estará aquí toda la semana.

Pía se percató de que Martin ignoraba a qué se refería.

– Christian Hellberg, el cocinero del año 2001, es de Fjällbacka. Ya verás cuando pruebes la sopa de pescado, ¡es divina!

La joven no dejaba de gesticular mientras hablaba y Martin se dio cuenta de que se había quedado mirándola, presa de la más absoluta fascinación. Pia era totalmente distinta a las chicas con las que solía salir y tal vez por esa razón se sentía tan a gusto en su compañía. Se vio obligado a decirse a sí mismo una vez más que no era un almuerzo de relaciones sociales, sino que tenía una misión que cumplir.

– He de reconocer que no recibimos muchas llamadas de la policía. Supongo que guarda relación con los cadáveres de Kungsklyftan, ¿no?

Le preguntó en un tono de fría constatación, sin curiosidad malsana, y Martin le confirmó su sospecha.

– Así es. La joven era una turista alemana, como ya habréis oído, y vamos a necesitar la ayuda de un intérprete. ¿Crees que tú podrías hacerlo?

– Estuve dos años estudiando en Alemania, así que no creo que tenga ningún problema.

En ese momento les sirvieron la sopa y, tras haberla probado, Martin no pudo por menos que coincidir con Pia: estaba «divina». Se sorprendió intentando no sorber, pero abandonó enseguida. Esperaba que Pia hubiese visto Emil el terrible: «Hay que sorber, si no, uno no sabe que es sopa lo que está comiendo».

– Resulta un tanto curioso… -Pia hizo una pausa para tomar otra cucharada de sopa. De vez en cuando corría por entre las mesas una suave brisa que brindaba algunos segundos de frescor. Ambos se quedaron contemplando un hermoso y antiguo balandro que luchaba por abrirse paso sobre las aguas con la vela al viento. No era un buen día para hacer vela, pues no soplaba lo suficiente, de modo que la mayoría de las embarcaciones navegaba a motor. Pia prosiguió-: Esa chica alemana, Tanja, ¿no?, vino a la oficina de turismo hace poco más de una semana y nos pidió que le ayudásemos a traducir unos artículos.

Aquel comentario despertó enseguida el interés de Martin.

– ¿Qué artículos?

– Unos sobre aquellas dos chicas cuyos esqueletos encontraron bajo su cadáver. Eran noticias viejas que ella había fotocopiado, seguramente de la biblioteca, me figuro.

A Martin, con la excitación, se le escapó de entre los dedos la cuchara, que cayó en el cuenco con un tintineo.

– ¿Y te dijo por qué quería traducirlas?

– No, no dijo nada y yo tampoco pregunté. En realidad se supone que no podemos dedicarnos a esas cosas durante la jornada laboral, pero era mediodía y todos los turistas estaban bañándose en la playa, así que no había problema. Además, parecía tener tanto interés… que me dio pena. -Pia vaciló un instante, antes de continuar-: ¿Puede tener eso algo que ver con el asesinato? Tal vez debería haber llamado para contarlo…

Martin se apresuró a tranquilizarla. Por alguna razón, le molestaba sobremanera que ella experimentase cualquier sensación desagradable por su causa.

– No, ¿cómo ibas a saberlo tú? Pero ha estado bien que me lo contases ahora.

Continuaron con el almuerzo, charlando de temas más placenteros, hasta que el rato del que la joven disponía para comer se esfumó. Pia tuvo que volver a toda prisa a la pequeña oficina de turismo, que se hallaba en el centro de la plaza, para no disgustar a la compañera que se iba a comer después que ella. Antes de que Martin pudiese reaccionar, la muchacha ya se había ido, tras una despedida demasiado acelerada para su gusto. Se le había ocurrido invitarla a salir y tuvo la pregunta en la punta de la lengua, pero no logró formularla. Rezongando y maldiciendo, se encaminó al coche, pero, de regreso a Tanumshede, sus pensamientos se deslizaron sin querer hacia lo que Pia le había contado sobre Tanja: que le había pedido ayuda para traducir unos artículos acerca de las dos chicas desaparecidas. ¿Por qué le interesaría aquello? ¿Quién era Tanja? ¿Qué relación, invisible para ellos, existiría entre ella, Siv y Mona?

La vida era deliciosa. La vida era incluso muy deliciosa. Ya no recordaba cuándo fue la última vez que el aire le pareció tan limpio, los aromas tan intensos y los colores tan brillantes. La vida era, en verdad, deliciosa.

Mellberg observaba a Hedström sentado enfrente. Un joven elegante y un buen policía. Bueno, tal vez él no lo había expresado nunca con esas palabras, pero ahora aprovecharía la ocasión. Era importante que los colaboradores se sintieran apreciados. Un buen líder reparte tanto las críticas como las alabanzas con la misma mano firme, según había leído en algún lugar. Con las críticas quizá se había pasado de generoso hasta ahora, admitió gracias a su recién conseguida clarividencia, pero no era nada que no pudiese compensar.

– ¿Qué tal va la investigación?

Hedström le expuso lo principal del trabajo que habían realizado.

– Excelente, excelente -asentía Mellberg, casi jovial-. La verdad es que he recibido una serie de llamadas bastante desagradables a lo largo de la mañana. Todos tienen mucho interés en que esto se resuelva con la mayor rapidez, de modo que sus efectos sobre el turismo no se prolonguen demasiado, que fue la hermosa explicación que me dieron. Pero eso no es nada de lo que tú tengas que preocuparte. Yo les he asegurado, personalmente, que uno de los mejores miembros del cuerpo está trabajando día y noche para meter entre rejas al agresor, así que tú encárgate de seguir haciendo tu trabajo, de esa forma tan impecable, que yo me ocupo de los jefazos municipales.

Hedström lo miró con extrañeza. Mellberg le devolvió la mirada y su rostro se iluminó con una amplia sonrisa. En fin, si el chico supiera…

La reunión con Mellberg le había llevado poco más de una hora y cuando volvía a su despacho miró hacia el de Martin, pero como su colega no se encontraba allí, Patrik aprovechó para ir a Hedemyrs a comprarse un bocadillo, que engulló ávidamente junto con una taza de café en el comedor de la comisaría. Acababa de terminar cuando oyó los pasos de Martin por el pasillo, así que le indicó que fuese con él a su despacho.

Una vez allí, Patrik le preguntó:

– ¿Has notado algo raro en Mellberg últimamente?

– Aparte de que no se queja, no anda criticando todo el tiempo, sonríe constantemente, ha perdido bastante peso y lleva un tipo de ropa que puede calificarse como perteneciente a la moda de los noventa, no, nada. -Martin sonrió como para subrayar que pretendía ser irónico.

– Pues hay algo raro. Y no es que me queje, que conste. No se mezcla para nada en la investigación y hoy me ha colmado de tantas alabanzas que me hizo sonrojar. Pero hay algo que…

Patrik meneó la cabeza, intrigado, hasta que los dos colegas olvidaron las consideraciones sobre el nuevo Bertil Mellberg, conscientes de que tenían cuestiones más perentorias que tratar. Había cosas de las que uno debía disfrutar sin cuestionarlas.