– Bueno, no, sólo a vuestra tía, la verdad. Gabriel estaba fuera, así que ella era la única que se encontraba en la casa.
La decepción se leía en sus semblantes. Al parecer, habían ido allí con la esperanza de asustarlos a los dos y no contaban con que Gabriel no estuviese.
– Solveig, tengo entendido que tú también les hiciste ayer una breve visita en la finca y que los amenazaste. ¿Qué tienes que decir a eso?
Fue Gösta quien preguntó y tanto Patrik como los hermanos Hult lo miraron atónitos.
Ella soltó una risa sarcástica.
– Vaya, ¿te dijeron que los había amenazado? Puede, pero no les dije nada que no mereciesen. Fue Gabriel quien acusó a mi marido de ser un asesino. Él fue quien le quitó la vida, igual que si le hubiese puesto la cuerda al cuello con sus propias manos.
Al oír mencionar cómo murió su padre, el rostro de Robert se contrajo ligeramente y Patrik recordó enseguida haber leído que fue él quien lo encontró después de que se hubiese colgado.
Solveig continuó con su perorata.
– Gabriel siempre había odiado a Johannes. Le tenía envidia desde que eran niños. Johannes era su cara opuesta, y él lo sabía. Ephraim siempre favoreció a Johannes y lo comprendo. Cierto que uno no debe hacer diferencias entre sus hijos -dijo señalando a los chicos que estaban sentados a su lado, en el sofá-, pero Gabriel era frío como un pez, mientras que Johannes rebosaba vida. Yo sé lo que digo porque estuve prometida primero con uno y después con el otro. A Gabriel no había forma humana de excitarlo; siempre era condenadamente correcto porque había que esperar a estar casados, decía. Me sacaba de quicio. Después llegó su hermano y empezó a rondarme y aquello ya era una cosa muy distinta. Sus manos eran capaces de estar en todas partes al mismo tiempo, él sí sabía encenderte con una simple mirada…
Rompió a reír a carcajadas, con la mirada perdida, como si estuviese reviviendo sus ardientes noches de juventud.
– ¡Joder!, cállate ya, mamá.
Un gesto de repugnancia asomó al rostro de sus hijos. Al parecer, no deseaban oír los detalles del pasado amoroso de su madre. Patrik recreó en su mente la figura de Solveig desnuda, retorciendo de placer su grasienta anatomía y cerró los ojos para deshacerse de la imagen.
– Así que cuando me enteré de lo de la chica que habían encontrado muerta y que también habían hallado los esqueletos de Siv y Mona, fui a verlos para decirles la verdad a la cara. Por pura envidia y por maldad, destruyó la vida de Johannes, la mía y la de mis hijos, pero ahora la gente tendrá que enfrentarse por fin a la verdad. ¡Ahora tendrán que avergonzarse cuando comprendan que prestaron oídos al hermano equivocado y espero que Gabriel arda en el infierno por sus pecados!
Solveig había empezado a enardecerse hasta los límites del día anterior en casa de Gabriel y su hijo Johan le puso la mano en el brazo para calmarla, pero también para prevenirla.
– En fin, sean cuales fueran los motivos, no está bien ir por ahí amenazando a la gente. Ni tampoco está permitido arrojar piedras contra las ventanas.
Patrik señaló a Robert y a Johan, para dejar claro que ni por un instante se había creído el testimonio de su madre, de que hubiesen estado en casa viendo la televisión. Ahora sabían que él estaba al corriente de todo y que les advertía de que pensaba tenerlos vigilados. Los dos muchachos mascullaron una respuesta apenas inteligible. Solveig, por su parte, pareció ignorar el aviso de Patrik, con las mejillas aún encendidas por la agitación.
– ¡Por cierto, Gabriel no es el único que debería sentirse avergonzado! ¿Cuándo nos va a pedir perdón la policía, eh? ¡Cómo entrasteis a saco revolviéndolo todo y os llevasteis a Johannes en el coche policial para interrogarlo! También vosotros pusisteis vuestro granito de arena para obligarlo a buscar la muerte. ¿No es hora ya de que pidáis perdón?
Por segunda vez, fue Gösta quien tomó la palabra:
– Hasta que no hayamos aclarado por completo lo que sucedió con las tres chiquillas, aquí nadie va a disculparse por nada. Y hasta que le veamos el fin a este asunto, Solveig, quiero que te comportes como es debido.
La firmeza de su voz parecía originarse en un lugar recóndito y desconocido.
Ya en el coche, Patrik le preguntó, todavía sorprendido:
– ¿Acaso os conocéis Solveig y tú?
Gösta lanzó un gruñido.
– Bueno, lo que se dice conocer… Tiene la misma edad que mi hermano menor y andaba mucho por mi casa cuando éramos niños. Después, cuando ya éramos adolescentes, todos conocían a Solveig. Era la muchacha más bonita del pueblo, para que lo sepas, aunque parezca mentira con el aspecto que tiene ahora. Sí, es una verdadera lástima que les fuese tan mal en la vida a ella y a los chicos -se lamentó meneando la cabeza con aire compungido-. Y ni siquiera puedo asegurarle que tiene razón y que Johannes murió sin culpa. ¡Si es que no sabemos nada, caramba!
Se golpeó el muslo con el puño, víctima de la frustración. Patrik pensó que aquello era como ver a un oso despertarse de un prolongado letargo.
– ¿Comprobarás el registro de prisiones cuando lleguemos?
– ¡Que sí, hombre, que ya he dicho que sí! No soy tan viejo como para no enterarme de las instrucciones a la primera. Mira que tener que recibir órdenes de un mocoso que apenas ha salido del cascarón… -Gösta se dio la vuelta y se puso a mirar por la ventanilla con aire sombrío.
Desde luego, aún les quedaba mucho camino por recorrer, se dijo Patrik agotado.
El sábado, Erica empezó a notar que tenía ganas de tener a Patrik en casa otra vez. Le había prometido que tendría libre el fin de semana, así que habían salido en su barca y ahora navegaban rumbo a las rocas. Habían tenido la suerte de encontrar un barco casi idéntico al de Tore, el padre de Erica. Era el único tipo de embarcación que a ella le apetecía tener. Nunca le había entusiasmado la vela, pese a que había seguido un par de cursos en la escuela correspondiente, y, claro, una lancha de motor navegaba más rápido. Pero, por otro lado, ¿para qué tanta prisa?
El sonido del motor del bote era, para ella, el de la infancia. De pequeña solía quedarse dormida en la cálida cubierta de madera, con el monótono ronroneo de fondo. Por lo general, prefería subir y sentarse en la proa elevada del barco, ante las ventanillas, pero en su actual estado, poco grácil, no se atrevía a intentarlo, así que se acomodó en uno de los bancos que estaban al abrigo de los cristales. Patrik llevaba el timón, con el cabello castaño al viento y el rostro iluminado por una sonrisa. Habían salido temprano para adelantarse a los demás turistas y, a aquellas horas, el aire era limpio y fresco. El agua del mar salpicaba el barco a cada vaivén y Erica podía sentir el sabor salado del aire que respiraba. Le resultaba difícil imaginar que, en su vientre, llevaba a una personita que, seguramente dentro de dos años, estaría sentada junto a Patrik en la popa, enfundada en un amplio chaleco salvavidas de color naranja con un gran cuello, igual que ella había acompañado a su padre tantas veces.
Al caer en la cuenta de que su padre jamás conocería a su nieto, notó que se le empañaban los ojos. Tampoco su madre, pero, puesto que ella nunca se había preocupado demasiado por sus hijas, no creía que un nieto le despertase ningún sentimiento especial. Además, recordaba que siempre se había conducido con rigidez y poca naturalidad con los hijos de Anna y cómo apenas los abrazaba cuando la situación lo requería y el entorno parecía exigírselo. La amargura la desbordó, pero tragó saliva para reducirla. En sus peores momentos, la atemorizaba pensar que la maternidad resultase una carga para ella igual que lo había sido para Elsy; que, de repente, se convirtiese en una madre fría e inaccesible. La parte lógica de su cerebro le decía que era ridículo pensar así, pero el miedo no seguía los dictados de la lógica y la acechaba de todos modos. Por otro lado, Anna se comportaba como una madre cálida y amorosa con sus hijos, Emma y Adrian, así que, ¿por qué no había de serlo ella también?, se decía en un intento de tranquilizarse. Al menos ella había elegido al padre adecuado para su hijo, constató observando a Patrik. La calma y la confianza que él emanaba compensaban su desasosiego como nadie lo había logrado hasta entonces. Patrik iba a ser un padre excelente.