Los primeros invitados llegaron muy puntuales. Lars, el padre de Patrik, y su esposa Bittan, se presentaron a las cuatro en punto con un ramo de flores y una botella de vino. El padre de Patrik era un hombre alto y corpulento, con una enorme panza. La que era su mujer desde hacía veinte años era de baja estatura y redonda como una bola, pero su aspecto no era desagradable y las arrugas que marcaban las comisuras de sus ojos indicaban que no le costaba mucho reírse. Erica sabía que, en muchos aspectos, a Patrik le resultaba más fácil la relación con Bittan que con Kristina, su propia madre, que era mucho más estricta y rígida. La separación había tenido intervalos amargos, pero, con el tiempo, Lars y Kristina habían llegado, si no a ser amigos, al menos sí a un entendimiento mutuo y podían incluso verse en distintos contextos sociales. Pero lo más sencillo era, en cualquier caso, invitarlos por separado y, puesto que Kristina había ido a Gotemburgo a visitar a la hermana menor de Patrik, no había razón para preocuparse por haber invitado sólo a Lars y a Bittan aquella tarde.
Un cuarto de hora después llegaron Dan y Maria, y apenas se habían sentado en la terraza, después de saludar a Lars y a Bittan, cuando Erica oyó la voz de Emma dando gritos de contento por la cuesta que subía hasta la casa. Salió a recibirlos y, tras abrazar a los niños, pudo por fin conocer al nuevo hombre que Anna había puesto en su vida.
– ¡Hola! ¡Por fin nos conocemos!
Le estrechó la mano y saludó a Gustav af Klint que, como para confirmar sus prejuicios en la primera impresión, tenía exactamente el mismo aspecto que los demás niños de Ostermalm que se movían por Stureplan: cabello oscuro, en una melena corta peinada hacia atrás, camisa y pantalones de estilo aparentemente informal, aunque Erica sabía cuál era el precio, y el obligatorio jersey sobre los hombros y anudado por delante. Se hizo la advertencia de no prejuzgarlo pues, pese a que el hombre apenas había abierto la boca aún, ella ya lo estaba colmando con su desprecio. Por un instante se preguntó algo inquieta si no sería envidia pura y simple lo que la movía a sacar las uñas contra las personas que habían nacido con la cuchara de oro en la boca. Y deseó que ese no fuera el caso.
– ¿Cómo está mi sobrino favorito? ¿Te portas bien con mamá?
Anna aplicó el oído a la barriga de Erica, como para escuchar la respuesta a su pregunta, pero enseguida se echó a reír y abrazó cariñosamente a Erica. Hizo lo mismo con Patrik y fueron juntos a la terraza, donde les presentaron al resto de los invitados. Los niños se pusieron a correr por el jardín mientras que los mayores tomaban vino o, en el caso de Erica, refresco, y empezaron a asar la carne. Como de costumbre, los hombres se reunieron en torno a la parrilla, mientras las mujeres hablaban. Erica nunca había comprendido la relación de los hombres con las parrillas. Ellos, que en condiciones normales no dudaban en afirmar que no tenían ni idea de cómo freír un filete en la sartén, se consideraban verdaderos virtuosos a la hora de conseguir que la carne quedase en su punto sobre una parrilla al aire libre. A las mujeres podía confiárseles como mucho la guarnición y tampoco funcionaban mal como portadoras de cervezas.
– ¡Dios! ¡Qué casa tan bonita tenéis! -Maria iba por la segunda copa de vino, mientras que los demás apenas lo habían probado.
– Sí, gracias, estamos muy a gusto aquí.
A Erica le costaba mostrarse algo más que correcta con la novia de Dan. No se explicaba qué veía en ella, sobre todo si la comparaba con Pernilla, su ex mujer, pero suponía que se trataba de otro de esos misterios sobre los hombres que las mujeres no lograban descifrar. Lo único que se sentía capaz de afirmar sin la menor duda era que no la había elegido por su conversación. Era evidente que la joven despertó el instinto maternal de Bittan, que se dedicó a ella, con lo que Erica y Anna pudieron hablar un poco por su cuenta.
– ¿A que es guapo? -preguntó Anna, contemplando a Gustav con admiración-. ¡Figúrate, que un hombre así se interese por mí…!
Erica miraba a su guapísima hermana menor preguntándose cómo una persona como ella podía perder la confianza en sí misma hasta ese punto. Hubo un tiempo en que Anna había sido un espíritu fuerte, independiente y libre, pero los años de convivencia con Lucas y los malos tratos recibidos la habían destrozado. Erica contuvo las ganas de zarandearla para que espabilase. Contempló a Emma y a Adrian, que corrían como locos a su alrededor, y se preguntó cómo podía su hermana dejar de sentirse orgullosa de los dos hijos tan bellos y educados que tenía. Pese a todo lo que habían sufrido a lo largo de sus cortas vidas, eran alegres y fuertes, y amaban a la gente que tenían a su alrededor. Todo ello era, naturalmente, mérito de Anna.
– Todavía no he podido hablar con él, en realidad, pero parece agradable. Ya te daré una calificación más precisa cuando me haya familiarizado un poco más con tu hombre. Aunque parece que no os ha ido mal encerrados en el reducido espacio de un velero, supongo que eso es una buena señal.
Acompañó el comentario de una sonrisa forzada, artificial.
– Bueno, tan reducido no es -objetó Anna entre risas-. Un amigo suyo le ha prestado un Najad 400, donde cabría sin problemas una pequeña armada.
Vinieron a interrumpirles la conversación la carne, ya sobre la mesa, y el frente masculino del grupo, que se sentó a la mesa orgulloso de haber ejecutado la variante moderna del sacrificio de un tigre salvaje.
– Y vosotras qué, chicas, aquí charlando, ¿eh?
Dan pasó el brazo por los hombros de Maria, que se le acercó arrullándolo. Las caricias no tardaron en convertirse en puro morreo y, aunque hacía ya muchos años que Dan y Erica habían dejado de ser novios, a ella no le agradó lo más mínimo ver sus lenguas retorciéndose. Gustav también parecía incómodo, pero Erica no pudo evitar observar que aprovechaba la ocasión para mirar de reojo el generoso escote de Maria, que se había abierto un poco más.
– Pero, Lars, no te pases poniéndole salsa a la carne, por Dios, ya sabes que has de tener cuidado con el peso.
– ¿Qué dices? Si yo estoy fuerte como un toro, esto que ves son músculos -declaró el padre de Patrik en voz alta, dándose palmaditas en la panza-. Y Erica me ha dicho que esta salsa lleva aceite de oliva, así que es muy sana. Hoy por hoy puede leerse en todas partes que el aceite de oliva es bueno para el corazón.
Erica se reprimió las ganas de señalar que un decilitro no podía calificarse, tal vez, como la cantidad más saludable. Ya habían discutido sobre el mismo tema infinidad de veces, pero Lars era un experto a la hora de asumir exclusivamente los consejos alimentarios que le convenían. La comida era una de sus grandes aficiones en la vida y cualquier intento de recortar su consumo lo interpretaba como un ataque personal. Bittan se había resignado hacía ya mucho tiempo, pero de vez en cuando intentaba lanzarle alguna que otra indicación sobre qué opinión le merecían sus hábitos alimentarios. Toda tentativa de ponerlo a dieta había resultado en que se dedicase a comer a escondidas en cuanto ella volvía la espalda y, después, al constatar que no perdía peso, abría los ojos de par en par para expresar su asombro pues, según él, no comía prácticamente nada.
– Oye, ¿conoces a E-Type? -Maria acababa de interrumpir su examen oral de la boca de Dan y miraba a Gustav con absoluta fascinación-. Es que sale con Vicky y sus colegas, y Dan me dijo que tú conoces a la familia real, así que pensé que lo conocerías a él también. ¡Es que es tan guay!