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– Una hija muy guapa. Entiendo que estén orgullosos de ella.

Ambos asintieron vehementes y al rostro de Kerstin asomó incluso una cauta sonrisa.

– Es una buena chica. Claro que los adolescentes tienen sus ratos. Este año, por ejemplo, no quería venir con nosotros de vacaciones con la caravana, aunque lo hacemos todos los veranos desde que ella era pequeña, pero insistimos y le dijimos que, seguramente, sería el último verano que podríamos hacer algo juntos, así que al final aceptó.

Al oírse decir lo del último verano, Kerstin volvió a estallar en sollozos, mientras Bo le acariciaba el cabello para calmarla.

– Se lo van a tomar en serio, ¿verdad? Dicen que hay que esperar veinticuatro horas antes de empezar a buscar y eso, pero tienen que creernos: algo ha tenido que ocurrirle, de lo contrario, nos habría llamado. No es el tipo de chica que pasa de todo y nos deja angustiados sin una noticia.

Una vez más, Patrik intentó aparentar tanta calma como pudo, pero, en su fuero interno, los pensamientos le cruzaban la mente como rayos. La imagen del cuerpo desnudo de Tanja en Kungsklyftan se perfiló en su retina y cerró los ojos un segundo para desecharla.

– Nosotros no esperamos veinticuatro horas, eso sólo pasa en las películas americanas, pero antes de que sepamos nada, deben tranquilizarse. Aunque estoy convencido de que tienen razón y de que Jenny es una buena chica, les aseguro que yo he visto estas cosas: conocen a alguien, olvidan el tiempo y el espacio, y que sus padres están en casa preocupados. No es nada insólito. Claro que vamos a empezar preguntando por el pueblo hoy mismo. Déjenle a Annika un número en el que podamos localizarles y les llamaré en cuanto sepa algo. Y si les llama o aparece por casa, comuniquénnoslo enseguida, por favor. Ya verán cómo todo se arregla.

Una vez que se hubieron marchado, Patrik empezó a preguntarse si no les habría prometido demasiado. La sensación de resquemor que se le había instalado en el estómago no auguraba nada bueno. Observó la foto de Jenny que los padres le habían dejado. Ojalá la muchacha estuviese por ahí de fiesta.

Se levantó y se encaminó al despacho de Martin. Lo mejor sería empezar a buscar de inmediato. En caso de que hubiese ocurrido lo peor, no tenían un minuto que perder. Según el informe del forense, Tanja había estado viva y prisionera toda una semana antes de morir. El tictac de las agujas del reloj los apremiaba.

Capítulo 5

Verano de 1979

El dolor y la oscuridad hacían que el tiempo discurriese como una bruma sin sueños. Noche o día, vida o muerte, tanto daba. Ni siquiera los pasos que oía en el exterior, la certeza de la maldad que se aproximaba, eran capaces de lograr que la realidad penetrase su lóbrega morada. El ruido de huesos al romperse se mezclaba con los gritos de dolor de un ser humano, tal vez los suyos propios, no estaba segura.

La soledad era lo más duro de soportar. La ausencia total de sonidos, de movimientos, y la sensación del tacto en su piel. Jamás se había imaginado que la ausencia de contacto humano pudiese llegar a suponer semejante tortura. Superaba cualquier dolor, le hendía el alma como un cuchillo y la hacía temblar convulsamente zarandeando todo su cuerpo.

El olor del extraño era, a aquellas alturas, un aroma conocido, no desagradable, no el olor que ella había imaginado que exhalaría la maldad. Era más bien fresco y lleno de promesas de un cálido estío, en radical contraste con el negro olor húmedo que siempre respiraba, que la envolvía como una manta mojada y que, trocito a trocito, iba devorando los últimos vestigios de la persona que era antes de ir a parar a aquel lugar. De ahí que, cuando el extraño se le acercaba, ella inspirase con avidez su cálido perfume. Valía la pena vivir la maldad para, por un instante, poder inundarse del olor a aquella existencia que seguía su curso allá arriba. Al mismo tiempo, ese olor despertaba en ella apagados sentimientos de añoranza de la vida. Ya no era la misma que fue y echaba de menos a la persona en la que nunca se convertiría. Una despedida dolorosa, pero obligada en aras de la supervivencia.

El mayor tormento allá abajo era, en cualquier caso, el recuerdo de la cría. A lo largo de su corta vida, siempre la había culpado desde que nació, y ahora, en la undécima hora, comprendía que en realidad su hija era un regalo. El recuerdo de sus tiernos bracitos alrededor de su cuello o de sus ojos que la miraban hambrientos en busca de algo que ella no era capaz de darle la perseguía en sueños a todo color. Era capaz de revivir cada ínfimo detalle de su pequeña, cada pequita, cada cabello, el diminuto remolino de la nuca, exactamente en el mismo lugar que el suyo. Y le prometía a Dios y a sí misma, una y otra vez que, si lograba huir de aquella prisión, compensaría a aquella chiquilla por cada segundo de amor materno que le había negado. Si…

* * *

– ¡No vas a salir así!

– ¡Saldré como me dé la gana, no es cosa tuya!

Melanie miraba a su padre con inquina y él le devolvía la misma moneda con su mirada. El tema de la discusión era habituaclass="underline" lo reducido de las prendas que se ponía.

Claro que su ropa no era muy abundante en cuanto a la cantidad de tela, admitía Melanie, pero a ella le gustaba y sus amigas se vestían exactamente igual. Además, tenía diecisiete años y ya no era una mocosa, así que se ponía lo que a ella le parecía. Escrutó con desprecio a su padre, cuyo rostro se había encendido de ira y aparecía ahora rojizo desde el cuello hasta la frente. ¡Qué mierda hacerse viejo y cutre! Llevaba unos pantalones Adidas brillantes que dejaron de ser modernos hacía ya quince años y el color chillón de la camisa se mataba con el del pantalón. El barrigón que había criado, después de muchas bolsas de patatas fritas delante del televisor, amenazaba con reventar la camisa y hacer saltar algunos de los botones y, para remate, las horrendas chanclas de plástico. Le daba vergüenza que la vieran con él y detestaba tener que pasarse todo el verano en aquella mierda de camping.

Cuando era pequeña, le encantaban las vacaciones en la caravana. Siempre había montones de niños con los que jugar y podía bañarse y correr a su antojo entre las hileras de caravanas. Pero ahora sus colegas estaban en Jönköping y lo peor de todo era que había tenido que dejar allí a Tobbe. Ahora que no podía vigilar sus intereses, seguro que se la jugaría con la cerda de Madde, que siempre estaba enganchada a él como una lapa, y si eso llegaba a pasar, juraba por lo más sagrado que odiaría a sus padres para siempre jamás.

Mira que verse pillada en un camping del pueblucho de Grebbestad y, para colmo, la trataban como si tuviera cinco años en lugar de diecisiete. Ni siquiera podía elegir por sí misma cómo vestirse. Echó atrás la cabeza con un gesto altanero y se ajustó el top, que no era mucho más grande que la parte de arriba de un bikini. Era verdad que los shorts vaqueros, que eran mínimos, se le clavaban entre las piernas y resultaban bastante incómodos, pero las miradas que provocaban en los chicos compensaban cualquier molestia. El punto sobre la i lo ponían las altísimas plataformas que añadían como mínimo diez centímetros a su metro sesenta.

– Mientras que seamos nosotros quienes te costeemos techo, comida y, en general, todas tus necesidades, eso lo decidimos precisamente nosotros, así que ahora haz el favor de…

Su padre se vio interrumpido por unos fuertes golpes en la puerta y Melanie se apresuró a abrir, agradecida por el respiro. Al otro lado había un hombre de cabello oscuro y de unos treinta y cinco años de edad, así que Melanie se enderezó y sacó pecho enseguida. Un poco mayor para su gusto, pero parecía majo y, además, su padre se ponía enfermo con esas cosas.

– Hola, soy Patrik Hedström, de la policía de Tanumshede. ¿Podría pasar a hablar con ustedes un momento? Se trata de Jenny.

Melanie se apartó para dejarlo pasar, pero tan pocos centímetros que lo obligó a pegarse a la escasa vestimenta que cubría su persona.