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Después de las presentaciones, se sentaron en torno a la pequeña mesa de comedor.

– ¿Quiere que vaya a buscar a mi esposa? Está abajo, en la playa.

– No, no es necesario, en realidad es con Melanie con quien quería intercambiar unas impresiones. Como quizá sepan, Bo y Kerstin Möller han denunciado la desaparición de su hija Jenny y me dijeron que tú habías quedado con ella para ir a Fjällbacka ayer tarde, ¿es correcto?

Melanie se tiró un poco del top para ampliar el escote sin que se notase y se humedeció los labios antes de responder. Un policía, vaya, eso sí que era sexy.

– Sí, íbamos a vernos hacia las siete en la parada del autobús para tomar el de las siete y diez. Habíamos conocido a unos chicos que lo pillarían en Tanum Strand y sólo íbamos a ver si había algo que hacer en Fjällbacka, pero no teníamos ningún plan concreto.

– Pero Jenny no acudió.

– No, súper raro. No nos conocemos mucho, pero parecía una chica formal y eso, así que me sorprendió que no se presentase. No es que lo sintiera mucho, vamos, porque era más bien ella la que se colgaba de mí y a mí no me importaba quedarme sola con Micke y Fredde, los chicos de Tanum Strand, vamos.

– ¡Pero Melanie, chiquilla!

Su padre le lanzó una mirada furibunda, que ella le devolvió.

– ¿Qué pasa? ¿Qué le voy a hacer yo si me parecía aburrida? Tampoco es culpa mía que haya desaparecido. Lo más seguro es que se haya largado a Karlstad. Me contó algo de un chico al que había conocido allí y, si no era tonta del todo, seguro que decidió pasar de esta mierda de vacaciones en caravana y largarse con él.

– ¡Pues tú no te atrevas ni a pensarlo! Ese tal Tobbe…

Patrik se vio obligado a interrumpir la discusión entre padre e hija y movió la mano ligeramente para llamar su atención. Por suerte, los dos callaron.

– En otras palabras, tú no tienes la menor idea de por qué no acudió a la cita.

– No, ni remota.

– ¿Sabes si se veía con alguna otra persona del camping a la que pueda haberse confiado?

Como por accidente, Melanie rozó con su pierna desnuda la del policía, que respondió dando un respingo para satisfacción de la muchacha. Los tíos eran tan simples… Daba igual la edad, sólo tenían una cosa en la cabeza y, sabiendo eso, podía una llevarlos adonde quisiera. Volvió a rozarle la pierna; ya parecía que le sudaba el labio superior. Claro que también hacía un calor bochornoso dentro de la caravana.

– Había un tío, un pardillo al que, al parecer, conocía desde que era pequeña porque lo veía aquí todos los veranos. Un palurdo, pero ya te digo que ella tampoco es que fuese ningún crack, así que seguro que lo pasaban bien juntos.

– ¿Y no sabrás cómo se llama o dónde puedo encontrarlo?

– Sus padres tienen la caravana dos filas más allá. La del toldo de rayas blancas y marrones con mil macetas de geranios delante.

Patrik le dio las gracias antes de, ruborizado, volver a quedar medio preso entre Melanie y la salida.

La joven intentó posar de la forma más provocativa que supo mientras se despedía de él desde la puerta. Su padre acababa de reemprender la retahíla, pero ella apagó el chip. De todos modos, nunca le decía nada digno de atención.

Sudoroso, y no sólo por el calor, Patrik se alejó de allí a buen paso. Fue un alivio salir de la angosta caravana al alboroto de fuera. Se había sentido como un pederasta mientras aquella jovencita le pegaba los pechos a la cara y, cuando empezó a rozarlo con su pierna, quiso que se lo tragara la tierra de lo desagradable que le resultó. Tampoco iba muy vestida que digamos, más o menos como si hubiese dividido en dos la tela de un pañuelo para cubrirse el cuerpo. En un arrebato visionario pensó que, dentro de diecisiete años, tal vez fuese su hija la que llevase esa indumentaria y se dedicase a intentar seducir a hombres mayores. Se estremeció ante la idea y se dijo que ojalá Erica llevase un niño en sus entrañas. Con los chicos adolescentes, al menos, sabía cómo funcionaba la cosa. Aquella jovencita se le antojaba un ser del espacio exterior, con tanto maquillaje y tan enjoyada. Tampoco pudo evitar constatar que llevaba un aro en el ombligo. Tal vez estuviese haciéndose viejo, pero lo consideraba cualquier cosa menos sexy. Más bien le hacía pensar en el riesgo de infecciones y la formación de cicatrices. En fin, seguro que esa opinión tenía que ver con la edad. Aún vivía fresca en su memoria la reprimenda de su madre cuando lo vio llegar con un aro en la oreja, y eso que tenía diecinueve años. Tuvo que quitárselo enseguida y fue lo máximo a lo que se atrevió.

Al principio se perdió entre las caravanas, que estaban tan juntas que parecían amontonadas. Era incapaz de entender cómo la gente se prestaba voluntariamente a pasar sus vacaciones empaquetada como arenques junto con otro montón de personas. Aunque, claro, comprendía que aquella práctica se había convertido para muchos en un estilo de vida y que la camaradería con los demás campistas, que volvían cada año al mismo lugar, era uno de los atractivos. Algunas caravanas apenas merecían ya ese nombre, pues las habían ampliado con tiendas de campaña montadas en todas direcciones y parecían más bien residencias permanentes que siempre estaban allí, año tras año.

Tras preguntar encontró por fin la caravana descrita por Melanie, a cuya puerta vio sentado a un chico alto y desgarbado, con la cara plagada de acné. A Patrik le dio pena ver los granos, blancos o enrojecidos, y advertir que no había podido resistir la tentación de hurgarse algunos, pese a que le quedarían cicatrices que durarían hasta mucho después de que el acné hubiese desaparecido.

Cuando llegó adonde estaba el chico, el sol le daba directamente en los ojos y tuvo que hacerse sombra con la mano, porque se había olvidado las gafas de sol en la comisaría.

– Hola, soy de la policía. He estado hablando con Melanie, de aquella caravana. Me dijo que conocías a Jenny Möller. ¿Es verdad?

El chico asintió sin pronunciar palabra. Patrik se sentó a su lado sobre el césped y supo enseguida que aquel muchacho, a diferencia de la lolita de antes, parecía realmente preocupado.

– Me llamo Patrik, ¿y tú?

– Per.

Patrik alzó una ceja como para indicar que esperaba algo más.

– Per Thorsson -respondió el joven, mientras arrancaba nerviosamente manojos de briznas con la mano, sin apartar la vista de lo que hacía y sin mirar a Patrik, y añadió-: Si le ha ocurrido algo, ha sido culpa mía.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó Patrik atónito.

– Perdió el autobús por mi culpa. Llevamos toda la vida viéndonos aquí en verano, desde niños, y siempre lo hemos pasado muy bien juntos. Pero desde que conoció a la imbécil de Melanie, se volvió muy antipática. Sólo hablaba de ella, Melanie por aquí, Melanie por allí, Melanie ha dicho que tal y la madre que la parió. Antes se podía hablar con ella de cosas serias, cosas que significan algo, pero este verano, nada más que de maquillajes, ropa y basuras por el estilo, y si venía a verme, ni siquiera se atrevía a contárselo a Melanie porque al parecer ella piensa que soy un pardillo.

La velocidad con que arrancaba los manojos iba en aumento, de modo que a su lado se veía ya una zona totalmente pelada que crecía con cada ramito extraído. El olor a comida asándose en la parrilla flotaba denso sobre sus cabezas y se deslizó hasta las fosas nasales de Patrik, cuyo estómago protestó de hambre.

– Las adolescentes son así. Se le pasará, te lo aseguro. Después vuelven a la normalidad -lo calmó Patrik con una sonrisa, antes de adoptar un tono más serio-. Pero, dime, ¿qué quieres decir con que tú tuviste la culpa? ¿Sabes dónde está? Porque, en ese caso, te diré que sus padres están terriblemente preocupados…

Per desechó su insinuación con la mano.

– No tengo la menor idea de dónde está. Sólo sé que tiene que haberle pasado algo. Ella jamás se iría así, sin más. Y puesto que pensaba hacer autoestop…