– No hice nada que ella no consintiese, y si dice lo contrario, miente. Habíamos quedado en vernos cuando sus padres se marchasen y acabábamos de empezar a pasarlo bien cuando aquel imbécil entró como una tromba con el bate de béisbol. Por cierto, quiero poner una denuncia por agresión, así que anotadlo en vuestros blocs -dijo, con una sonrisa sardónica, señalando las libretas que Patrik y Martin tenían delante.
– De eso ya hablaremos más tarde, ahora vamos a abordar las acusaciones que hay contra ti.
El tono brusco de Patrik contenía todo el desprecio que aquel sujeto le inspiraba. Para él, los hombretones que se obsesionaban por jovencitas quedaban clasificados en el más bajo nivel imaginable.
Mårten se encogió de hombros, como si le fuese indiferente. Los años pasados en la cárcel habían constituido una buena escuela. La última vez que estuvo sentado frente a Patrik era un adolescente delgaducho e inseguro que soltó la confesión de las cuatro violaciones nada más sentarse en la sala de interrogatorios. Ahora, en cambio, había aprendido de los grandes y su transformación física se correspondía bien con la mental. Lo que seguía imperturbable, eso sí, era su odio y su deseo de agredir a las mujeres. Por lo que ellos sabían, ese deseo sólo había desembocado hasta el momento en violaciones, nunca en asesinato, pero a Patrik le preocupaba que los años vividos en la cárcel hubiesen causado más daño del que ellos sospechaban. ¿Habría involucionado Mårten Frisk de violador a asesino? De ser así, ¿dónde estaba Jenny Möller y cuál era la relación que su caso guardaba con las muertes de Mona y de Siv? Cuando ellas fueron asesinadas, ¡Mårten Frisk ni siquiera había nacido!
Patrik lanzó un suspiro y reanudó el interrogatorio.
– Supongamos que te creemos. Pero resulta que existe una coincidencia que nos inquieta, a saber, que tú vivías en el camping de Grebbestad cuando una chica llamada Jenny Möller desapareció y que, cuando la turista alemana desapareció primero para aparecer luego asesinada, tú te alojabas en el camping de Sälvik, en Fjällbacka. Es más, vivías justo en la tienda contigua a la de Tanja Schmidt y su amiga. Curioso, a nuestro entender.
Mårten palideció.
– No, vaya mierda, yo con eso no tengo nada que ver.
– Pero sabes a qué muchacha nos referimos, ¿verdad?
Visiblemente contrariado, admitió:
– Sí, claro que vi a las dos bolleras de la tienda de al lado, pero esas nunca han sido lo mío y, además, eran un poco viejas para mi gusto. Parecían dos marujas.
Patrik pensó en el rostro amable aunque quizá algo mediocre de Tanja, en la foto del pasaporte, y reprimió el impulso de arrojarle a Mårten el bloc a la cara. Con una mirada gélida, le preguntó:
– ¿Y qué me dices de Jenny Möller, diecisiete años, bonita y rubia? Eso es lo que a ti te gusta, ¿no?
La frente de Mårten empezó a inundarse de pequeñas gotas de sudor. Sus ojos pequeños parpadeaban rítmicamente cuando se ponía nervioso y ahora lo hacían a un ritmo frenético.
– ¡Yo no tengo nada que ver con eso! A ella no la he tocado, ¡lo juro!
Alzó los brazos como queriendo subrayar su inocencia y, en contra de su voluntad, Patrik creyó entender que había algo de verdad en su afirmación. Su actitud cuando salieron a relucir los nombres de Tanja y de Jenny había sido totalmente distinta a la provocada por las preguntas sobre Melanie. Por el rabillo del ojo, vio que también Martin parecía pensativo.
– Vale, podría reconocer que la tía de hoy tal vez no estuviese del todo en la onda, pero tenéis que creerme, no tengo la menor idea de qué habláis en el caso de las otras dos. ¡Lo juro!
El pánico que denotaba su voz no dejaba lugar a dudas y, como por un acuerdo tácito, Martin y Patrik decidieron interrumpir el interrogatorio. Por desgracia, ambos creían sus palabras. Lo que significaba que, en algún lugar, otra persona retenía a Jenny Möller, si no estaba ya muerta. Y la promesa que Patrik le había hecho a Albert Thernblad de que encontraría al asesino de su hija se le antojaba, de repente, muy, muy remota.
Gösta se sentía angustiado. Era como si, de repente, una parte de su cuerpo que estaba desde hacía años adormecida hubiese salido de su sopor. El trabajo llevaba tanto tiempo llenándolo de indiferencia que le resultaba extraño sentir algo que pudiera parecerse ni por asomo al deseo de involucrarse. Con cierta reserva, llamó a la puerta de Patrik.
– ¿Puedo entrar?
– ¿Qué? ¡Ah, sí, claro! -Patrik respondió distraído alzando la vista de la mesa.
Gösta entró con parsimonia y se sentó en la silla de las visitas. Pero no decía nada, así que, al cabo de un rato, Patrik se vio en la necesidad de preguntarle para qué había ido a verlo.
– Dime, ¿te preocupa algo?
Gösta se aclaró la garganta mientras se observaba con detenimiento las manos, apoyadas en las rodillas.
– Ayer me enviaron la lista.
– ¿Qué lista? -preguntó Patrik con el ceño fruncido.
– La de los violadores de la zona que han salido de prisión. Sólo contenía dos nombres y uno era el de Mårten Frisk.
– ¿Y a qué viene esa cara tan larga sólo por eso?
Gösta miró al techo. La angustia cobraba la forma de una gran bola que le ocupase todo el estómago.
– Pues que no hice mi trabajo. Pensé en comprobar los nombres, averiguar dónde estaban, ir a hablar con ellos…, pero no me tomé la molestia. Esa es la pura verdad, Hedström. No me quise tomar la molestia. Y ahora…
Patrik no respondió, sino que decidió aguardar la continuación en actitud reflexiva.
– … Ahora me veo obligado a admitir que, de haber hecho bien mi trabajo, la muchacha no habría sido hoy atacada y casi violada. y habríamos tenido la oportunidad de preguntarle por Jenny un día antes. Quién sabe, tal vez eso habría supuesto la diferencia entre la vida y la muerte para Jenny. Es posible que ayer estuviese viva y que hoy ya esté muerta. ¡Y todo porque soy un cantamañanas y no hice mi trabajo! -subrayó, dándose un puñetazo en el muslo.
Patrik guardó silencio un rato, al cabo del cual se inclinó hacia delante con las manos entrelazadas. Se dirigió a él en un tono conciliador, no de reconvención como Gösta se esperaba. Éste lo miró sorprendido.
– Cierto que tu forma de trabajar deja mucho que desear de vez en cuando, Gösta, eso lo sabes tú tan bien como yo. Pero no es asunto mío abordar ese tema, sino de nuestro jefe. En cuanto a Mårten Frisk y al hecho de que no comprobases su paradero ayer, puedes estar tranquilo. En primer lugar, jamás lo habrías localizado en el camping con tanta rapidez como crees, te habría llevado como mínimo un par de días. En segundo lugar, y por desgracia, creo que no fue él quien se llevó a Jenny Möller.
Gösta miraba perplejo a Patrik.
– Pero… yo creía que estaba prácticamente solucionado…
– Sí, claro, y yo también lo creía. Tampoco puedo decir que esté totalmente seguro, pero ni a Martin ni a mí nos dio esa impresión durante el interrogatorio.
– ¡Joder! -Gösta optó por considerar aquella información en silencio. No obstante, la angustia no terminaba de remitir-. ¿Hay algo que pueda hacer?
– Ya te digo que no estamos del todo seguros, pero le hemos tomado una muestra de sangre a Frisk, y con ello averiguaremos con certeza si es o no nuestro hombre. Ya ha salido para el laboratorio y les hemos avisado de que es urgente, pero te agradecería que los apremiases un poco. Si, contra todo pronóstico, es él, cada hora transcurrida puede ser decisiva para la joven Möller.
– Por supuesto, cuenta con ello. Los perseguiré como si fuera un pitbull.
Patrik sonrió ante la comparación. Si tuviese que comparar a Gösta con un perro, sería más bien un viejo beagle cansado.