– Venga, vamos, cariño, cálmate un poco. No queremos que el bebé tenga la impresión de que viene a un valle de lágrimas, ¿no?
Erica no pudo por menos de reírse entre las lágrimas, que se enjugó en la manga de la camiseta.
– Escúchame. La relación entre Anna y tú se asemeja en ocasiones más a la existente entre madre e hija que a la que cabe esperar entre hermanas y eso es lo que os causa tantos problemas. Tú te encargaste de Anna en lugar de tu madre, y por esa razón ella siente la necesidad de comprobar que tú te haces cargo de ella, pero, al mismo tiempo, necesita liberarse de ti. ¿Entiendes lo que quiero decir?
Erica asintió.
– Sí, ya lo sé. Pero a mí me parece una injusticia que se me castigue por haber cuidado de ella -dijo entre nuevos sollozos.
– Bueno, yo creo que ahora estás compadeciéndote de ti misma algo más de la cuenta, ¿no? -señaló Patrik, apartándole un mechón de la frente-. Anna y tú aclararéis este malentendido tarde o temprano, igual que habéis aclarado otros y, además, pienso que en esta ocasión tú deberías mostrarte como la parte generosa. No creo que las cosas sean nada fáciles para ella en estos momentos. Lucas es un adversario poderoso y, si te he de ser sincero, comprendo que tu hermana esté aterrorizada. Así que piensa en ello antes de compadecerte de ti misma.
Erica se liberó de su abrazo y lo miró un tanto molesta.
– ¿Es que tú no piensas ponerte de mi parte?
– Eso es lo que estoy haciendo, querida -la consoló, acariciándole el cabello, aunque por la expresión de sus ojos parecía hallarse a kilómetros de distancia.
– Perdona, yo aquí lamentándome de mis problemas y ni siquiera te he preguntado cómo os va.
– Uf, no menciones ese desastre. Te aseguro que hoy ha sido un día criminal.
– Pero no puedes entrar en detalles -completó Erica.
– No, no puedo. De todos modos, ha sido un día criminal -se lamentó con un suspiro, aunque se repuso enseguida-. Venga, vamos a pasar un rato agradable esta tarde, ¿de acuerdo? Me parece que tanto tú como yo necesitamos animarnos. Iré a la pescadería a comprar algo suculento mientras tú pones la mesa, ¿qué te parece?
Erica asintió y le puso la cara para que le diera un beso. El padre de su hijo tenía sus buenas facetas, se dijo.
– Compra también patatas fritas y alguna salsa, por favor. Ya que estoy gorda, me aprovecharé.
Él rompió a reír.
– Lo que tú digas, jefe.
Martin golpeó la mesa con el bolígrafo, irritado consigo mismo. El curso de los acontecimientos del día anterior le habían hecho olvidar la llamada al padre de Tanja Schmidt. Sería capaz de darse de tortas. Su única excusa era que, cuando dieron con Mårten Frisk, dejó de pensar que fuese importante. Lo más probable era que no lograse hablar con él hasta la tarde, pero podía intentarlo de todos modos. Miró el reloj: las nueve. Decidió comprobar si el señor Schmidt estaba en casa antes de llamar a Pia para pedirle que hiciera de intérprete.
Se oyó un tono, dos, tres, cuatro y ya empezaba a pensar en colgar cuando, después del quinto tono, le respondió una voz somnolienta. Avergonzado por haberlo despertado, Martin consiguió, en su chapurreado alemán, explicarle quién era y que lo volvería a llamar después de transcurridos unos minutos. La suerte lo acompañó porque Pia respondió enseguida desde la oficina de turismo. Le prometió que le ayudaría una vez más y, minutos más tarde, ambos estaban al teléfono.
– Quisiera empezar por presentarle mis condolencias.
El hombre que hablaba al otro lado del hilo telefónico le dio las gracias con voz queda, pero Martin sintió que su honda pena dominaría la conversación como un pesado velo. Vaciló un instante sobre cómo continuar. La dulce voz de Pia iba traduciendo lo que él decía pero, mientras pensaba en su siguiente pregunta, sólo se oía la respiración de ambos.
– ¿Saben quién le ha hecho esto a mi hija?
La voz temblaba un poco y, en realidad, Pia no habría tenido por qué traducir. Martin lo había entendido.
– Aún no, pero lo averiguaremos.
Al igual que Patrik, cuando fue a ver a Albert Thernblad, Martin se preguntó si no estaría excediéndose en sus promesas, pero no pudo evitar hacer un intento de mitigar el dolor de aquel hombre del único modo que tenía a su alcance.
– Hemos hablado con la compañera de viaje de Tanja, según la cual su hija vino a Suecia y, en concreto, a Fjällbacka, por un motivo determinado. Sin embargo, cuando le preguntamos al ex marido de Tanja, nos dijo que no se le ocurría ninguna razón por la que ella quisiera venir aquí. ¿Usted sabe algo al respecto?
Martin contuvo la respiración. A su pregunta siguió un largo silencio insoportable. Después, el padre de Tanja comenzó a hablar.
Cuando el hombre colgó por fin el auricular, Martin se quedó preguntándose si era lógico dar crédito a lo que acababa de oír. Era una historia demasiado fantástica y, aun así, el eco de la verdad resonaba en ella de forma inequívoca y no pudo dejar de creer al padre de Tanja. Justo antes de colgar, cayó en la cuenta de que Pia seguía al teléfono y la joven le preguntó vacilante:
– ¿Has averiguado lo que necesitabas? Creo que lo he traducido todo bien.
– Sí, estoy seguro de que lo has traducido correctamente. Y sí, he averiguado lo que necesitaba saber. No sé si tengo que advertírtelo, pero…
– Sí, ya lo sé, no puedo contárselo a nadie. Te prometo que no diré una palabra.
– Bien. Oye, por cierto…
– ¿Sí?
¿Lo engañaban sus oídos? ¿Había un timbre esperanzado en su voz?, se preguntó. Pero le faltó valor y, además, le pareció que tampoco era el momento adecuado.
– No, nada, perdona. Ya lo hablamos otro día.
– De acuerdo.
En su respuesta le había parecido oír cierta decepción, pero su confianza en sí mismo estaba demasiado castigada aún, después de su último fracaso en el frente amoroso, como para creerse que aquello era algo más que figuraciones suyas.
Colgó el auricular después de darle las gracias a Pia, pero el hilo de su pensamiento tomó otros derroteros. Se apresuró a pasar a limpio las notas que había ido tomando durante la conversación y se dirigió con ellas al despacho de Patrik. Por fin tenían algo concreto que cambiaría el curso de la investigación.
Cuando se reunieron, tanto ella como él se mostraron suspicaces. Era la primera vez desde el catastrófico encuentro en Västergården y ambos esperaban que el otro diese el primer paso de la reconciliación. Puesto que fue Johan el que llamó y puesto que a Linda la habían atormentado los remordimientos por su culpa en la disputa, decidió ser la primera en tomar la palabra.
– Oye, el otro día te dije cosas que no debería haber dicho. No era mi intención, pero me cabreó tanto que…
Estaban en su lugar de siempre, en el pajar del cobertizo de Västergården y, al mirarlo, le pareció que el perfil de Johan estuviese tallado en piedra. Sin embargo, sus rasgos no tardaron en ablandarse.
– ¡Bah! Olvídalo. Yo también reaccioné con más dureza de la necesaria. Es que… -parecía buscar la palabra adecuada-, es que fue tan duro entrar allí, con todos los recuerdos. En realidad, no tenía nada que ver contigo.
Aún con cierta reserva en sus movimientos, Linda se acurrucó detrás de él y lo rodeó con sus brazos. La disputa había surtido un efecto inesperado y ahora sentía cierto respeto por él. Siempre lo había visto como a un niño, como alguien colgado de las faldas de su madre y de su hermano mayor, pero ese día vio en él a un hombre y eso la atraía. Ejercía una atracción inusitada. Había visto, igualmente, un rasgo peligroso que también incrementaba su atractivo: había estado a punto de agredirla, lo vio en sus ojos y en aquel momento, con la mejilla contra su espalda, el recuerdo la hacía vibrar por dentro. Era como volar cerca de una llama, tan cerca como para sentir el calor, pero con el control suficiente como para no quemarse. Si alguien sabía dominar esa balanza, era ella.