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Rolf se sirvió una copa y se sentó sin preguntarles a Gösta y a Ernst si les apetecía, aunque ninguno de los dos se habría atrevido a aceptar. Apuró el licor de un trago y se limpió la boca con el reverso de la mano, mientras los miraba desafiante.

– Bueno, ¿qué quieren?

Ernst miraba envidioso el vaso vacío, así que fue Gösta quien tomó la palabra.

– ¿Solía utilizar un abono llamado… -sacó el bloc para consultar la denominación del producto- FZ-302?

Persson rompió a reír de buena gana.

– ¿Y para eso han venido a despertarme de mi sueño reparador? ¿Para preguntarme qué abono utilizo? Madre mía, se ve que la policía no tiene mucho que hacer en los tiempos que corren.

Gösta no hizo amago de sonreír siquiera.

– Tenemos nuestras razones para preguntar. Y quiero que me dé una respuesta -la antipatía que le inspiraba aquel hombre se acentuaba a medida que pasaba el tiempo.

– Bueno, vale, no hay motivo para enfadarse. No tengo nada que ocultar -volvió a reír y se sirvió otra copa.

Ernst se relamía, con los ojos clavados en la copa. A juzgar por su aliento, aquella no era el primer trago que Rolf Persson se tomaba aquella mañana. Puesto que tenía vacas que ordeñar, seguro que llevaba despierto un par de horas y, si calculaban con manga ancha y una pizca de buena voluntad, podía decirse que aquella era para Rolf Persson la hora del almuerzo. Sin embargo, incluso según un cálculo tan benevolente, a Gösta le parecía un poco temprano para beber alcohol, aunque Ernst no parecía de acuerdo.

– Estuve utilizándolo hasta 1984 o 1985, creo. Después no sé qué demonios de consejo de medio ambiente llegó a la conclusión de que podía «ejercer una influencia negativa sobre el equilibrio ecológico» -hablaba con voz chillona y acompañó sus palabras del signo de las comillas-, así que hubo que cambiar a un abono diez veces peor que, además, también era diez veces más caro. ¡Imbéciles de mierda!

– ¿Durante cuánto tiempo utilizó ese abono?

– Pues unos diez años, tal vez. Seguro que tengo las fechas exactas en mis libros de cuentas, pero creo que empecé a mediados de los setenta. ¿Por qué les interesan esos datos? -preguntó, dedicándoles a Gösta y a Ernst una mirada maliciosa.

– Guardan relación con una investigación en curso.

Gösta no dijo más; sin embargo, el campesino empezó a asociar y a comprender.

– Tiene algo que ver con las chicas, ¿verdad? Con las chicas de Kungsklyftan y con la que ha desaparecido. ¿Creen que yo estoy involucrado en eso? ¡Eh!, ¿es eso lo que se les ha ocurrido pensar? Ah, no, eso sí que no.

Dicho esto, se levantó y se apartó de la mesa con pie vacilante. Rolf Persson era un hombre corpulento que, al parecer, aún no se había visto afectado por ninguno de los signos de decrepitud propios de su edad, pues bajo las mangas de la camisa se apreciaban unos músculos tensos y fuertes. Ernst alzó las manos para calmarlo y se levantó también. En situaciones así, Lundgren podía ser realmente útil, se dijo Gösta lleno de gratitud. Su colega vivía para momentos como aquel.

– Bueno, vamos a tranquilizarnos. Tenemos una pista y hemos de seguirla, y no es el único al que vamos a visitar. No hay razón para sentirse señalado de ninguna manera. Pero querríamos echar un vistazo a la finca, sólo para poder borrarlo de la lista.

El agricultor lo miró con desconfianza, pero al fin asintió. Gösta aprovechó para pedirle:

– ¿Puedo usar el lavabo?

Su vejiga no era lo que fue en otro tiempo y había ido aguantando las ganas hasta que la situación empezó a ser urgente. Rolf asintió y le señaló una puerta con las iniciales WC.

– Desde luego, la gente se dedica a robar como buitres. ¿Qué podemos hacer las personas honradas como nosotros…?

Ernst se interrumpió al ver que Gösta volvía, una vez cumplida su misión. La copa vacía que había ante Ernst evidenciaba que por fin se había tomado el trago que tanto deseaba, y él y el campesino parecían ahora viejos amigos.

Media hora después, Gösta se armó de valor y empezó a reprender al colega.

– ¡Joder, cómo apestas a alcohol! ¿Cómo crees que pasarás desapercibido delante de Annika con ese aliento maloliente?

– Bah, venga, Flygare, no reacciones como una maestra de escuela. Sólo me tomé un trago, no hay nada malo en ello. Y no es de buena educación rechazar un trago cuando te invitan.

Gösta soltó una risita, pero no añadió más comentarios. Se sentía abatido. La media hora que habían pasado revisando la propiedad del campesino no había dado el menor resultado. No había ni rastro de la joven ni tampoco de que se hubiese excavado ni de que hubiesen desenterrado ningún cadáver recientemente, y tenía la sensación de haber malgastado la mañana. Ernst y el campesino, en cambio, parecían haber congeniado en el breve lapso en el que Gösta fue a aligerar su vejiga y, mientras recorrían la finca, fueron charlando amigablemente. En opinión de Gösta, habría sido mucho mejor que hubiese mantenido la distancia con un posible sospechoso de un caso de asesinato, pero, como era habitual, Lundgren seguía sus propias reglas.

– ¿No te ha dicho Persson nada de provecho?

Ernst ahuecó la mano y echó el aliento para olerlo. En un primer momento, pasó por alto la pregunta de su colega.

– Oye, Flygare, ¿no podrías parar aquí un momento? Quiero comprar caramelos de menta.

Gösta no contestó, sino que giró algo enojado para detenerse ante la estación de servicio de OKQ8 y aguardó en el coche mientras Ernst se apresuraba a comprar algo con lo que remediar sus problemas de aliento. Hasta que no volvió al coche, no contestó a la pregunta de Gösta.

– No, ahí hemos ido a picar en piedra. Un tío estupendo y juraría que no tiene nada que ver con el asunto. No, de hecho, opino que podemos desechar esa teoría ahora mismo. Lo del abono seguro que es una pista infructuosa. Esos malditos técnicos forenses se pasan el día sentados en el laboratorio y pierden la vida analizando cosas mientras nosotros, que trabajamos fuera, en el mundo real, vemos lo ridículas que resultan sus teorías, el ADN, el análisis de cabellos y de abono, las huellas de neumáticos y todas esas cosas con las que se entretienen a todas horas. ¡Quita! Lo mejor es una buena paliza en el momento adecuado, eso es lo que hace que los misterios de un caso se desvelen ante uno como las páginas de un libro, Flygare -terminó su intervención con el puño cerrado, a fin de ilustrar su punto de vista. Satisfecho al haber tenido ocasión de demostrar quién de ellos dos sabía mejor cómo había que desarrollar el trabajo policial, apoyó la cabeza en el reposacabezas y cerró los ojos unos segundos.

Gösta siguió conduciendo en silencio rumbo a Tanumshede. Sin embargo, él no estaba tan seguro de que su colega tuviese razón.

La noticia había llegado también a oídos de Gabriel la tarde del día anterior. Toda la familia se había reunido en silencio en torno a la mesa del desayuno, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Para sorpresa de todos, Linda había vuelto la noche antes con sus cosas para pasarla en la casa y, sin decir palabra, se fue a dormir a su habitación, que siempre estaba preparada.

Laine rompió el silencio, con cierta aprensión.

– ¡Qué bien que hayas vuelto a casa, Linda!

Ella farfulló una respuesta ininteligible, con la mirada fija en la tostada que estaba untando de mantequilla.

– Habla más alto, Linda; es de mala educación murmurar de ese modo.

Laine le lanzó a Gabriel una mirada aniquiladora, pero a él no pareció preocuparle lo más mínimo. Aquella era su casa y no tenía la menor intención de hacer ningún papel ante la jovencita, sólo por conseguir el dudoso placer de tenerla allí una temporada.

– Digo que sólo pasaré aquí una o dos noches y que luego volveré a Västergården. Necesitaba cambiar de aires, eso es todo. Allí siempre están dando la murga con los aleluyas. Y la verdad es que deprime ver cómo lo hacen con los niños. Es un horror oírlos hablar de Jesús a todas horas.