– Si no lo es ya -remató Patrik sombrío.
– ¿Lo ves? Así es justamente como no debemos pensar. Aún no la hemos encontrado muerta, es decir, que sigue viva. No hay otra posibilidad.
– Tienes razón. Sólo que no sé en qué dirección continuar. ¿Dónde intentaremos buscar ahora? Siempre vamos a parar a la maldita familia Hult, pero nunca con argumentos suficientes como para obtener algo concreto sobre lo que trabajar.
– Tenemos la conexión entre los asesinatos de Siv, Mona y Tanja.
– Y nada que nos diga que existe relación entre ellas tres y la desaparición de Jenny Möller.
– Así es -admitió Martin-, pero en realidad eso no importa, ¿no crees? Lo principal es que hagamos cuanto podamos por encontrar al asesino de Tanja y al que secuestró a Jenny. Si es la misma persona o si se trata de dos sujetos distintos, ya lo veremos. Pero hemos de hacer todo lo que podamos.
Martin subrayó cada una de sus últimas palabras, con la esperanza de que el mensaje hubiese calado. Comprendía que Patrik se martirizase tras el fracaso de la exhumación del cadáver, pero en aquellas circunstancias no podían permitirse un jefe de investigación que careciese de confianza en sí mismo. Tenía que creer en lo que estaban haciendo.
Cuando llegaron a la comisaría, Annika los retuvo en la recepción. Tenía el auricular en una mano y cubría el micrófono con la otra, para que la persona con la que hablaba no oyese lo que iba a decirles.
– Patrik, es Johan Hult. Tiene mucho interés en localizarte. ¿Lo atiendes en tu despacho?
Patrik asintió y se dirigió aprisa a responder desde su mesa. Un segundo después, Annika le había pasado la llamada y sonó el teléfono.
– Patrik Hedström.
Escuchó con gran interés, interrumpió al interlocutor con un par de preguntas y, con renovada energía, echó a correr por el pasillo en dirección al despacho de Martin.
– Vamos, Molin, tenemos que ir a Fjällbacka.
– Pero ¡si acabamos de llegar de allí! ¿Adónde vamos?
– Vamos a mantener una pequeña conversación con Linda Hult. Creo que tenemos en marcha algo interesante, algo muy, muy interesante.
Erica esperaba que, al igual que la familia Flood, los nuevos huéspedes también quisieran irse a pasar el día en la playa y así podría librarse de ellos. Sin embargo, se equivocó por completo sobre ese particular.
– A Madde y a mí no nos va mucho el mar. Nos apetece más quedarnos aquí en el jardín haciéndote compañía. Tenéis unas vistas tan bonitas…
Jörgen contemplaba satisfecho el panorama del archipiélago, dispuesto a pasar el día al sol. Erica intentó reprimir la risa, pues su aspecto era ridículo. Estaba blanco como una aspirina y, a todas luces, pretendía mantenerse así. Se había embadurnado en crema protectora de la cabeza a los pies, lo que lo hacía parecer más blanco aún, pero en la nariz se había puesto una especie de loción de color fosforescente con más factor de protección. Completaba el look un enorme sombrero y, tras media hora de preparativos y entre suspiros de satisfacción, fue a echarse junto a su mujer en una de las tumbonas que Erica se sintió obligada a ofrecerles.
– ¡Ah!, esto es el paraíso, ¿verdad, Madde?
Jörgen cerró los ojos y Erica se dijo contenta que podría aprovechar para quedarse sola un rato, pero el invitado abrió un ojo:
– ¿Sería mucho pedir que nos trajeras algo de beber? Un buen vaso de refresco no estaría nada mal. Seguro que a Madde también le apetece.
Su mujer asintió, sin dignarse abrir la boca ni alzar la vista. Tan pronto como se instaló en la tumbona, se aplicó a la lectura de un libro sobre derecho fiscal y, a juzgar por su aspecto, también ella parecía sentir horror por las quemaduras solares: unos pantalones hasta los tobillos y una camisa de manga larga evitarían que ocurriese tal cosa. Además, también llevaba sombrero y la nariz fosforescente. Al parecer, toda precaución era poca. Así tumbados, uno junto al otro, se asemejaban a dos alienígenas que hubiesen aterrizado sobre el césped de Erica y Patrik.
Erica fue a la cocina a preparar el refresco. Cualquier cosa, con tal de no tener que charlar con ellos. Eran con diferencia las personas más aburridas con las que se había topado en su vida. Si, la noche anterior, le hubiesen dado a elegir entre pasar el rato con ellos o entretenerse observando cómo se secaba la pintura de una pared, no lo habría dudado ni un instante. Llegado el momento, ya le diría un par de cosas a la madre de Patrik por haberles dado tan generosamente su número de teléfono.
Al menos Patrik podía escaparse unas horas mientras estaba en el trabajo, aunque a ella no le había pasado inadvertido el hecho de que el caso lo tenía deshecho; nunca lo había visto tan afectado, tan ansioso de obtener resultados. Claro que, en otros casos anteriores, no era tanto lo que había en juego.
Le habría gustado poder ayudarle un poco más. Durante la investigación de la muerte de su amiga Alex, sus aportaciones fueron de utilidad para la policía en varias ocasiones; pero en aquel caso su implicación era también de tipo personal. Ahora, además, se veía encadenada a la ingente mole en que se había convertido su cuerpo. La barriga y el calor se confabulaban para, por primera vez en su vida, obligarla a una ociosidad involuntaria. Por si fuera poco, experimentaba la desagradable sensación de que su cerebro hubiese adoptado la posición de reposo. Todos sus pensamientos se orientaban al bebé que llevaba en su vientre y al esfuerzo hercúleo que se le exigiría en un futuro no muy lejano. Su mente se empecinaba en no centrarse durante mucho rato en otros asuntos, de modo que se preguntó cómo lo harían las embarazadas que trabajaban hasta el día previo al parto. Cabía la posibilidad de que ella fuese distinta pero, a medida que avanzaba el embarazo, se había visto reducida -o elevada, según se mirase-, a una palpitante incubadora, un organismo de alimentación y reproducción. Cada fibra de su cuerpo estaba preparada para dar a luz al bebé, de ahí que los intrusos despertasen en ella más irritación. Sencillamente, perturbaban su concentración. En efecto, no comprendía a qué se debía su anterior desasosiego al verse sola en casa; ahora, esa situación se le antojaba el paraíso.
Entre suspiros, preparó una gran jarra de refresco con cubitos de hielo, tomó dos vasos y se lo llevó todo al personal que descansaba en el césped.
Una rápida ojeada a la finca de Västergården les demostró que Linda no estaba allí. Marita se extrañó al ver a los dos policías, pero no les preguntó directamente cuál era el motivo de su visita, sino que les sugirió que fuesen a la casa. Por segunda vez en muy poco tiempo, Patrik atravesó el largo paseo hasta el edificio. Una vez más le sorprendió la belleza del conjunto y observó que Martin, a su lado, lo admiraba boquiabierto.
– ¡Vaya, cómo hay gente que puede vivir en un sitio tan bonito…!
– Sí, los hay que viven bien -convino Patrik.
– ¿Y sólo dos personas habitan esa gran mansión?
– Bueno, tres si contamos a Linda.
– Desde luego, no es de extrañar que haya problemas de vivienda en Suecia -observó Martin.
En esta ocasión, fue Laine quien les abrió la puerta cuando llamaron.
– ¿En qué puedo ayudarles?
¿Advirtió Patrik un timbre de preocupación en su voz al preguntar?
– Estamos buscando a Linda. Venimos de Västergården, pero su nuera nos dijo que estaba aquí -le informó Martin, señalando vagamente con la cabeza hacia Västergården.
– ¿Para qué la quieren? -preguntó Laine con la puerta entreabierta, para que no entraran, cuando Gabriel apareció a su espalda.
– Tenemos que hacerle unas preguntas.
– Pues a mi hija no va a interrogarla nadie sin que nosotros sepamos de qué se trata -dijo Gabriel sacando pecho, dispuesto a defender a su retoño.
Sin embargo, justo cuando Patrik se disponía a dar cuenta de sus argumentos, apareció Linda por la esquina de la casa. Llevaba ropa de montar y parecía venir de los establos.